Samantha Cameron (de soltera, Sheffield) no pudo contener las lágrimas el viernes por la mañana mientras su marido, David, el primer ministro británico, anunciaba que dejaba el cargo porque no pinta nada al frente de un país en el que la mayoría de sus habitantes ha votado irse de la Unión Europea, algo que él no comparte. Pura lógica.

Los expertos dicen que los británicos, tan suyos, se arrepentirán de esta decisión por motivos económicos fundamentalmente. Cuestión de tiempo. Pero a buen seguro que algunos que votaron sí al "Brexit" han comenzado ya a lamentarse por otro daño colateral que pasa desapercibido en los sesudos análisis políticos y financieros que se hacen estos días de la desbandada británica: la marcha de Sam Cam (como se conoce popularmente a la primera dama) del 10 de Downing Street.

Porque las apariencias también son importantes, y en este sentido Gran Bretaña había avanzado mucho desde que en 2010 los Cameron se instalaron en la residencia oficial en Londres, por la que han pasado muchos primeros ministros y sus consortes. Pero hasta entonces ninguna primera dama (mucho menos Denis Thatcher, el esposo de Margaret, la única mujer que en la historia ha tenido mando en Downing Street) había demostrado al mundo que los ingleses son capaces de vestir bien y con estilo.

Sam Cam consiguió cambiar la imagen de su país en Europa, continente en el que eso del estilo, el glamour y el diseño se deja para franceses e italianos básicamente, lo mismo que el comer. El pasado jueves, día del referéndum, esta londinense nacida en Paddington en 1971 dio toda una lección de estilo yendo de la mano con su marido a votar: sencilla, sin hacer ruido y muy elegante, de vestidito azul pálido, sin abrigarse y protegerse de la omnipresente lluvia de la capital. De la mano y sonrientes llegaron al colegio electoral, y así salieron tras votar no al "Brexit". De la unión de los Cameron hay sobrados documentos gráficos: no escatiman besos, gestos de cariño y miradas cómplices. Lo mismo hicieron menos de un día después. El viernes, a eso de las nueve y media, a las puertas de la que dejará de ser su casa en octubre, anunciaron que se van. Salieron de la mano y entraron de la mano. Otra vez lección de estilo de la señora Cameron, que decidió arreglarse algo más: maquillarse y lucir un bonito y primaveral vestido de la firma Thornton Bregazzi, según recogieron las crónicas especializadas en moda.

Los orígenes aristocráticos de Sam Cam son un punto a su favor en eso de saber estar y enseñarse. Es hija del barón Reginald Sheffield, desciende del rey Carlos II, y de la elegante lady Annabel Astor. Por parte de padrastro -William, 4.º vizconde Astor- tiene entre sus antepasados a la célebre Nancy Astor (primera mujer con escaño en la Cámara de los Comunes), que ha pasado a la historia por su anécdota con Winston Churchill: "Si usted fuese mi marido le pondría veneno en el té", dijo ella; "si usted fuese mi mujer, lo bebería", remató él.

Samantha estudió Bellas Artes y trabaja de asesora creativa para la firma Smythson. Pero que nadie piense que todo en la vida de la primera dama ha sido un camino de rosas, pues ha superado junto a su marido uno de los mayores golpes que puede sufrir una madre, la muerte de su hijo Iván, de 7 años, en 2009. Después tuvieron otra, Florence Rose, hoy con 5 años, que se unió a dos anteriores.

Así las cosas, los Cameron pasan ahora un mal trago, pero están curtidos. Se van, y con ellos el glamour y saber estar mamados desde la cuna de Sam Cam. Los ingleses se lo pierden. Como tantas otras cosas del "Brexit".