Hablar de Paula González (Piedras Blancas, Castrillón, 1982) es hablar de olor. Pero no de un olor cualquiera, sino de ese que traslada a la infancia, a un verano en una deliciosa playa de Saint Tropez, o a la incansable sensación de un primer día de vacaciones eternas. La asturiana se ha colado en la lista de imprescindibles de la cosmética, al mezclar en su laboratorio la felicidad, la tradición y los ingredientes naturales para crear sus productos únicos bajo la marca Olivia Soaps, que ya cuenta con más de 62.000 seguidores en las redes sociales.

A pesar de residir en Segovia, en donde tiene su laboratorio y su tienda física, su tierra de origen tiene mucho pensó en todo lo que hace. "Sentimiento asturiano tiene hasta la gente que no ha nacido en Asturias, así que imagínate yo", dice sonriente. Porque aunque este cuento de olores y sabores deliciosos, ya que también se ha metido en el mundo "foodie"; no tiene un comienzo feliz, Paula González no deja de sonreír y enviar sonrisas en todo lo que hace. Quizá porque todo lo que sale de su cabeza y de sus manos está hecho desde el corazón. "Olivia nació en 2008, al fallecer mi padre repentinamente. Era un tipo peculiar: 48 años, un emprendedor loco de los que no les da miedo nada, y entre muchas empresas muy dispares, tenía el sueño de hacer su propia empresa de jabones. Llevaba dos años trabajando en ello, hasta había hecho un invernadero para tener sus propias plantas para las formulaciones. Y como él no pudo, lo intenté yo? y mira", cuenta.

Su padre, bonaerense de nacimiento, de padre cubano y madre argentina, aunque de abuelos asturianos, se trasladó al Principado huyendo de la dictadura. "Mi madre nació en León, pero se fue de muy joven a trabajar a Avilés. Se enamoraron muy pronto, se casaron, y vine yo. Aunque nací en el hospital de Avilés, mi padre se empeñó en que en la partida de nacimiento pusiera Piedras Blancas. Siempre bromeamos que debo ser la última persona nacida allí".

Asturias, Buenos Aires, La Habana? todo esa mezcla sigue teniendo mucha influencia en lo que hace, al igual que sus antepasados y su padre, el impulso que le animó a empezar todo eso y que le sigue dando alas para ir creciendo. Aunque su camino no tenía nada que ver con esto, se licenció en Publicidad y Relaciones Públicas en Segovia, luego empezó a trabajar en Greenpeace, continuó como asistente de marketing digital de varias marcas, estudió un máster en Moda y Comunicación, y se trasladó a Barcelona para dedicarse a lo que realmente quería, "estudiar un máster de Branding y Estrategia de Marca"; fue en ese punto cuando todo cambió. "Antes de acabar el máster, mi padre falleció. Él siempre había pensado en que podría amortizar mis estudios cediéndome el diseño y el concepto de la marca, así que trabajamos juntos en este proyecto sin saber lo que ocurriría. Cuando se fue, con una necesidad económica para poder pagarme la estancia en Barcelona y en pleno duelo, me encerré con sus fórmulas y sus jabones, y rebauticé la marca, abrí un blog, y comencé pequeñas promociones en un campo de bitácoras casi virgen para las marcas". Y así comenzó todo.

Los primeros pasos fueron completamente inocentes, sin expectativas ni previsiones de negocio ni empresa. "Pero ahora, viéndolo con la distancia, me doy cuenta de que pasé un largo duelo por lo de mi padre, y que mi cabeza se concentró, día y noche, durante tres años, en sacar esto adelante. En aprender a formular, en mejorar cada día 'como él lo hubiera hecho', y eso, sumado a una depresión con mayúsculas, hizo que el resultado fuese brillante".

En octubre de 2012, tras un año durmiendo tres horas, con taquicardias y tics por la aventura que iba a comenzar, Paula González abrió su tienda de Segovia, poniéndole el nombre del salón de belleza al que iba su abuela paterna en Buenos Aires y que descubrió al encontrar una tarjeta en un bolso heredado de ella. "Conseguimos abrir un espacio precioso, con mis-nuestros jabones, unas velas que llevaba soñando mucho tiempo y autofinanciado 100%". Luego llegó la tienda on-line, un equipo que pasó de ser ella sola a los seis que lo integran en la actualidad, y el reconocimiento de clientes y crítica. "Lo que conecta con el público es la naturalidad, y nosotros hemos sido naturales desde el principio, contando todo lo importante que nos sucedía. Nos han pasado cosas muy duras, momentos de dejarlo todo, momentos de dolor, de muchas lágrimas... pero con la gran suerte de que todas las decisiones que tomamos, pareciesen lo que pareciesen en el momento, han sido buenas, y cada día, gracias a esos malísimos momentos, estamos mejor, aunque confieso que no los repetiría".

Con sus jabones de mojito, su producto estrella, de Mirinda, Vacaciones, 20.000 pompas, Heidi o Príncipe Azul, realizados con ingredientes puros, de calidad y respetuosos con el medio ambiente, que transmiten sensaciones y trasladan a los que los usan a "esos momentos felices"; ha conquistado a mayores y pequeños. "Aunque un economista ortodoxo diría que nuestro consumidor más frecuente son mujeres, a partir de 30 años, con valores como la ecología, el cuidado personal, la belleza y la estética". Aunque ha dado pasos de gigante, le queda un sueño por cumplir. "Abrir una tienda física en Asturias. Bueno, en realidad es tener una casa allí. Pero si abro la tienda, ya tengo la excusa perfecta". Aunque, de momento, se consuela con que será la primera en repartir el olor de Asturias por el mundo, porque ya está trabajando en un producto especial que mostrará cómo huele el Principado; o por lo menos, como es ese olor especial para ella. "Asturias huele a clorofila, a mentas, a verdes, a corteza, pero también a sal, a mineral, a agua, a algas, a rocío sobre las hortensias y tiene un punto ácido, láctico, que es completamente adictivo y siempre quieres volver a oler", explica emocionada.