El 9 de junio de 1993 la exdiplomática Masako Owada (Tokio, 9 de diciembre de 1963) se casó con el príncipe Naruhito e ingresó en el mundo prohibido y selecto de la corte imperial japonesa, la monarquía más antigua del mundo. Dejaba atrás su tesis en Harvard sobre "Ajustes externos en los precios de importación y el petróleo en el comercio de Japón", el deporte en equipo y una vida "normal", para sumergirse en clases de poesía, protocolo y violín. Tan impactante fue la experiencia que en el año 2003 la esposa del próximo "Tenno", o soberano celestial, cayó en una depresión en la que aún anda. Aquel día en palacio, bajo un kimono de seda valorado en 300.000 euros, tocada con la célebre tiara de los crisantemos, latía un corazón ilusionado por servir a su país; hoy se acerca la gran prueba y con ella la pregunta del millón de yenes: ¿estará la princesa triste preparada para ser emperatriz consorte?

La respuesta llegará pronto. Hace unos días, el emperador Akihito, de 82 años, rompiendo otra tradición, la primera fue casarse con la plebeya Michiko, anunció su deseo de abdicar en los próximos años. El heredero y su familia están en el punto de mira. Aunque en Japón no existen las prisas y los tiempos se miden bajo otro criterio, Masako debe de andar preocupada ante lo que se le viene encima. A gran diferencia de su buena amiga la reina Máxima de Holanda, o de Letizia de España, la princesa carece del mayor aliciente para subir al trono del Crisantemo como consorte. Su hija Aiko, princesa Toshi, no reinará. También perderá el título si se casa con un plebeyo. En Japón las mujeres carecen de derechos dinásticos. Hasta hace poco las de la realeza apenas aparecían en público. La futura emperatriz no fue capaz de concebir un varón, por eso el heredero oficial de Naruhito es su sobrino el príncipe Hisahito, hijo de los príncipes Akishino y Kiko.

Seguro que a Masako le vienen ahora a la cabeza las palabras de su padre en aquella mañana de junio: "Ten una vida feliz; por favor, cuídate y haz lo mejor para tu país". Hisashi Owada, reconocido diplomático y embajador, exviceministro, artífice en buena parte de la política exterior de Japón en los años noventa y actual miembro de la Corte Internacional de Justicia, entregaba a la familia imperial a una brillante profesional educada en las universidades de Oxford, Harvard, Cambridge y Tokio. Naruhito, también formado en Oxford, la vio en 1986 en una recepción de bienvenida celebrada en honor de la Infanta Elena y se encaprichó de ella. Masako tenía 23 años y acababa de convertirse en una de las tres mujeres que obtenían el nivel máximo en las pruebas de acceso al cuerpo diplomático. Adoraba ir de compras, viajar y salir con sus amigas. Naruhito era uno de los mejores partidos del mundo, aunque la religión sintoísta y las rígidas costumbres de la corte nipona dejaban fuera de la quiniela matrimonial a las princesas y nobles occidentales. Masako se resistió y el príncipe insistió. En sus planes de joven cosmopolita no entraba el matrimonio concertado ni mucho menos vivir en el agobiante ambiente de la corte, depositaria de una tradición nacida en el siglo V antes de Cristo.

Naruhito será el 126.º emperador de Japón. El resto de monarquías palidecen al lado de la nipona. Sin ir más lejos, los soberanos fueron considerados "divinos" hasta el término de la II Guerra Mundial en 1945. A Hirohito, última deidad en el trono, le humanizó la derrota por decreto, con un par de bombas atómicas por medio. Las cosas comenzaron a cambiar, pero no tanto como para derogar la ley sálica o acercar más a la familia imperial a la sociedad japonesa, sumida en la paradoja de tener una Jefatura de Estado casi feudal en uno de los países más avanzados del planeta. El Delfín nipón ha roto algunos tabúes. Un día salió a correr por un parque de Tokio y fue todo un acontecimiento, claro que para entonces ya tenía 55 años, ahora cuenta 56.

Su madre, Michiko, hija de un rico industrial y con una exquisita educación, ha influido mucho en el carácter abierto de su hijo. Akihito quedó prendado de ella durante un campeonato de tenis. La actual emperatriz se convirtió en la primera plebeya que entró en la familia real nipona en mil años. Su suegra, la emperatriz Nagako, no se lo puso nada fácil. Michiko y Akihito renovaron la casa. Bailaban, posaban juntos con sus hijos, vestían a la moda, cocinaban y hasta bañaban a los niños.

El testigo que está a punto de llegarle a Naruhito no será fácil de gestionar. Dicen que sigue muy enamorado de su esposa, la mariposa de las alas quebradas que fascinó al primer heredero nipón que fue a la Universidad, especialista en Historia Medieval de Inglaterra y Japón, doctorado con una tesis sobre la navegación fluvial en el Támesis en el siglo XIX, el mismo que un día aprendió en Oxford que podía "pensar, decidir y hacer cosas por sí mismo". Masako no ha tenido tanta suerte. No puede salir de palacio sin permiso, no tiene tarjeta de crédito, acceso ilimitado a comunicaciones telefónicas ni a familiares directos. Carece de pasaporte individual y debe caminar tres pasos por detrás de su marido. Eso sí, también será emperatriz por decreto ley.