Sin melodía de fondo, Bruce Springsteen habla por fin de sí mismo en su autobiografía, entre confesiones de una niñez marcada por el desafecto de un padre con depresión, un mal que reconoce haber sufrido él también, en contraposición con el vigorizante olor "a sangre" que le suministra la música.

En evocaciones como ésa, cargadas de fuerza lírica, es donde se reconoce al autor de "Darkness on the edge of town" y donde radica uno de los grandes atractivos del libro que reflejará su cara más personal, "Born to run", la primera autobiografía del célebre músico estadounidense, que ayer cumplió 67 años, cuatro días antes de que se lance el libro, casi en paralelo que el disco "Chapter and verse".

No se proclama mundialmente a alguien como el "Boss" sin escudriñar cada uno de sus recovecos y convertirlo casi en objeto de investigación. Ya había material en el mercado en torno a su vida y obra, pero por exhaustivo que un tercero quiera ser, siempre quedarán cavernas que solo la montaña conoce.

Todo empieza en Freehold, Nueva Jersey (EE UU), en una humilde vivienda sin agua caliente, en el seno de un hogar italo-irlandés de tres hijos y escasos medios, inevitablemente católico, incardinado entre un convento, una iglesia, una madre intrépida e inasequible al desaliento y un padre desesperanzado.

"Había sido testigo de lo que tenía que ser el rostro posesivo de Satanás: mi pobre padre destrozando la casa en plena noche en un ataque de rabia provocado por el alcohol, aterrorizándonos a todos. Había sentido cómo nos visitaba esa contundente fuerza de las tinieblas bajo la forma de mi frustrado padre... la amenaza física, el caos emocional y el poder de no amar", escribe.

Sorprendentemente, Springsteen se descubre como un joven enclenque, débil de carácter y pequeño dictador, malogrado por los almidones de su abuela paterna, que lo crió en los primeros años, una flaqueza -opina- demasiado similar a la que albergaba su padre en su interior y que lo distanciaba de él.

"Mi madre me colmaba de afecto. Redoblaba el amor que yo no recibía de mi padre", cuenta en otro momento. Ella fue su motor, la amante del "top 40" radiofónico y la persona que le proveyó de su primera guitarra, alquilada.

La mañana que tenía que devolverla, se plantó ante unos cuantos niños del vecindario. "La sacudí, le grité, la aporreé, canté un vudú sin sentido... hice todo menos tocarla", relata sobre "un fugaz momento, apenas un instante", en el que olió "la sangre".

Una similar sacudida sufrió al descubrir en televisión a Elvis Presley y, años más tarde, a "The Beatles", que le infundieron un mundo nuevo de melodías, la atracción magnética por una estética diferente en un "pueblo de paletos" y la importancia de la figura del cantante.

Su primera banda de juventud lo echó por tener "una guitarra demasiado barata". "No tuve valor para contarle a mi madre el motivo. Ella había invertido todo lo que tenía en aquella 'basura', y yo iba a lograr que funcionase", comenta Springsteen, quien a partir de entonces se obsesionó con la práctica.

Aquel no sería el único "no" que recibiría. Ahí está también la negativa que recibió tras una audición en Atlantic Records, antes de fichar por CBS. A partir de entonces empieza la gestación del mito.

Su bautismo como artista de calado llega con su tercer álbum "Born to run", la que titula sus memorias, una oda al paraíso perdido, un grito de hechuras épicas a una América insensible frente al estoicismo de las clases bajas (en homenaje a su hermana, por ejemplo, escribió "The river") y a menudo segregada, sumida en conflictos raciales que vivió en su infancia y que se perpetúan hoy, informa la agencia "Efe".