Lady Gaga apareció de los cielos de Houston con los drones sobrevolando y dibujando la bandera. Como en su día Michael Jackson, gira "Dangerous", apareció del subsuelo, de debajo del escenario y se despidió volando cual astronauta con cohete incrustado. Lady Gaga se despidió vía la Tierra tras agarrar un balón de la NFL. La estrella del pop cantó en tiempo récord éxitos contundentes, muy celebrados y coreados, e impactó con coreografía, peinados y vestuario, como es habitual en su carrera vital y artística. También sus giros, sujetada de cables, en plan "Matrix", o así. Reclamó con canciones como "This land is your land" y con otros momentos de su show justicia, libertad y no exclusión. Se quedó ahí. No hubo choque de trenes con Trump, pero sí esas incómodas píldoras. No hay que olvidar que el espíritu del presidente jugaba en casa por su amistad con Tom Brady, la figura de los Patriots que hizo historia ganando su quinta Super Bowl en una final histórica de la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL) frente a los Atlanta Falcons.

Pero esas pequeñas "tensiones presidenciales" se diluyeron con el show montado por Lady Gaga. Y es que esto de la Super Bowl es uno de los espectáculos que distinguen a Estados Unidos del resto del mundo. Arman un miniconcierto ¡en el descanso! Es decir, en unos quince minutos se monta un show que no deja de sorprender. No es cualquier cosa. Da lo mismo que el protagonista sea un grupo de rock, o de pop, o un solista de soul, o volcanes de la escena como Beyoncé y Lady Gaga. Eso sí, para organizar estas cosas hay que poner la pasta, y la pasta del montaje de Lady Gaga fueron algo más de nueve millones de euros. Además, en esta final se juntaba al deporte y al concierto la "crónica rosa", ya que la esposa de Brady, Gisele Bündchen, en su día la modelo más cotizada de las pasarelas, dejó su huella bailando y saltando desaforadamente en la grada. Además del beso con su marido que se convirtió en foto global.

La otra parte del espectáculo son los anuncios, en los que las compañías se gastaron 102 millones de euros. Uno de ellos, el de Budweiser, cuenta la historia de Adolphus Busch, cofundador de la empresa cervecera y emigrante alemán. Spot que se presentó a la audiencia poco después de que Trump firmara el decreto que prohibía la entrada de refugiados y ciudadanos de siete países.