Sabedores de que su criatura se ha convertido en una religión televisiva cuyos millones de devotos seguidores no van a cuestionar casi ninguna de sus decisiones, los creadores de Juego de tronos han convertido los arranques de las temporadas en un acto de fe(tichismo) que impacienta a los espectadores neutrales y pone los dientes largos a los fans.

Precedida por una campaña publicitaria de doble filo -la pagada y la que extienden de manera gratuita los seguidores y los medios de comunicación- que convierte a los personajes de George R.R. Martin en iconos populares -y subrayo lo de personajes porque quienes los interpretan se esfumarán en su mayoría cuando la serie se acabe-, Juego de tronos no tiene prisa alguna en pisar el acelerador y se regodea en su amplitud de subtramas, lo que se tradujo hasta ahora en algunas partes francamente tediosas que atascaban en algún momento las temporadas.

En su regreso, la serie sí quiere dar un regalo de bienvenida con una escena de venganza en el lugar donde se fraguó uno de los instantes más comentados de la historia de la televisión, carne de "spoiler" global. No cometeré el error de destripar lo que ocurre en ese comienzo brutal aunque, a riesgo de ganarme más enemigos que Petyr "Meñique" Baelish cuando traiciona a Eddard Stark, he de decir que la previsible sorpresa final en plan mascarada de Tom Cruise en Mission: Impossible es un poco ridícula y no está a la altura de lo que se espera en un escenario donde la Boda Roja causó tanto revuelo.

A partir de ese golpe de efecto que ajusta cuentas, el episodio se dedica con parsimonia a poner a los personajes que quedan en su sitio al día de hoy y resituarnos con los Lannister y los Targayen, que ya rozan la batalla final con la punta de las dagas. y con los Stark listos para meter baza en el asunto, sobre todo una Arya que le ha cogido el gustillo a eso de liquidar gente. Como viene siendo habitual, los Caminantes Blancos siguen siendo esa amenaza latente que salen de vez en cuando para que se desvanezca su poder de intimidación y en Invernalia se empiezan a calentar las cosas entre Jon Nieve, flamante Rey en el Norte, y su hermana Sansa: diferencias irreconciliables en cuanto a estrategia de acción, mientras Meñique sigue en la trastienda con su media sonrisa y sus argucias completas.

Se habla mucho en Juego de tronos, muchísimo, y a veces se dicen cosas interesantes y otras no tanto. Cersei y Jaime Lannister se comen buena parte del pastel, aunque los tiempos ardientes parece que se han refrigerado en su caso (y en el caso de todo el mundo porque el capítulo es muy pacato en asuntos sexuales) y el asunto se anima con la aparición del sarcástico Euron Greyjoy, encarnado por un convincente Pilou Asbæk (el jefe de prensa de la añorada Borgen). Menos convincente es la aparición del cantante Ed Sheeran y algunos efectos digitales no del todo conseguidos (habrán ahorrado para las grandes batallas por venir). Las pestilentes escenas de Sam en la Ciudadela de Antigua son de lo más logrado de esta primera entrega en la que los paisajes españoles se lucen, y que finaliza con Daenerys llegando a Rocadragón y con la actriz Emilia Clarke luciendo una de las tres expresiones que componen su limitado pero muy bien aprovechado registro.

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