Una lata de Zyklon B, una máscara de gas, un barracón, una mesa de operaciones, una maleta y correspondencia de prisioneros son algunos de los 600 objetos de "Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos", una muestra que se estrena hoy mundialmente en Madrid y que condensa el horror nazi en 2.500 metros cuadrados.

"Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo". La célebre cita de George Santayana abre las puertas del Centro de Exposiciones Arte Canal, donde se concentran la historia y los horrores del campo de concentración nazi más famoso e infame y, también, el más grande. Tan sólo el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau, que comprende los campos Auschwitz I y Auschwitz II-Birkenau, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1979, comprende 191 hectáreas, sin contar el tercero de los campos, Monowitz.

Ahora, la esencia de esa vasta extensión que se empezó a construir en 1940 y en la que fueron asesinadas alrededor de 1.100.000 personas de un total de 1.300.000 deportados, llega a Madrid como único destino español de una exposición internacional que viajará a otras trece ciudades europeas y americanas.

"Esta exposición es una forma de llegar a esas personas que no se pueden permitir hacer un largo viaje para visitar el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau", explica Piotr M. A. Cywinski, director del museo polaco, y resalta la importancia de este proyecto "ahora que está creciendo el antisemitismo, la xenofobia y el neonazismo".

Propone este recorrido, creado por Musealia en colaboración con el Museo Estatal y otra veintena de instituciones y colecciones privadas, no sólo desde el punto de vista "histórico", sino desde el "ético": "Es mucho más que hechos y datos, habla sobre la ética y la moralidad de nuestra sociedad".

Así, "Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos" comienza en la intemperie, con un vagón original de los que el régimen de Adolf Hitler utilizó de 1940 a 1945 para transportar a judíos, romaníes, prisioneros de guerra soviéticos y homosexuales.

Durante las deportaciones a Auschwitz se llegaba a hacinar a 80 personas en cada vagón, en una superficie de apenas 20 metros cuadrados. Los trenes regresaban sin seres humanos, pero cargados con sus posesiones.

Es, precisamente, uno de esos objetos el que abre la muestra: un zapato de mujer rojo muy simbólico por su elegancia, ya que da cuenta de que su propietaria no sabía adónde iba a ser trasladada porque, de haber sido consciente, no habría llevado un calzado tan refinado, explican desde la organización de la exposición.

"La muestra empieza con el zapato porque queríamos representar la dignidad humana de la víctima. En Auschwitz tenemos más de 110.000 zapatos, pero, si se ven en una masa, no representan la humanidad única de cada uno de sus propietarios", comenta Cywinski.