Acicalada a la perfección pero casi siempre en silencio cuando está en público, Melania Trump es un enigma; una primera dama cuyas opiniones, matrimonio y metas siguen siendo un misterio para millones de estadounidenses.

Sin duda es una primera dama única: una exmodelo que posó una vez desnuda en el jet privado de su marido, la primera esposa de un presidente estadounidense nacida en el extranjero en casi 200 años y la primera para quien el inglés no es su lengua materna.

Un año después de inspirarse en Jacqueline Kennedy y vestir celeste pastel el día de la investidura, Melania Trump aún no ha seguido el camino de sus predecesoras en la elección de una causa, como Michelle Obama que escogió luchar contra la obesidad infantil o Laura Bush que defendió la alfabetización y la lectura.

Durante meses permaneció en Nueva York, y se negó a mudarse a la Casa Blanca hasta que su hijo no terminase el año escolar, algo poco visto en Washington y que costó a los contribuyentes decenas de miles de dólares por día en seguridad.

Su promesa de campaña de combatir el acoso cibernético nunca vio la luz y fue criticada sin piedad dada la reputación de bravucón de Donald Trump en Twitter.

Como tercera esposa de un hombre conocido por sus antiguas declaraciones libidinosas sobre mujeres y que atravesó dos tormentosos divorcios en un bravío mar de publicidad sensacionalista, Melania es perseguida por especulaciones de que mantienen vidas muy separadas.

El reciente libro "Fire and Fury" del periodista Michael Wolff sobre la vida en la Casa Blanca afirma que Melania lloró en la noche en que su marido fue electo presidente y que incluso en la Trump Tower la pareja pasaba "días sin ningún contacto".

A diferencia de Michelle Obama, educada en Harvard, Melania ha hecho pocos discursos en público, algo quizás poco sorprendente luego del que pronunció en la Convención Nacional Republicana en 2016, cuando fue acusada de plagiar un discurso de Michelle Obama. También ha recibido burlas en televisión por su fuerte acento esloveno.

Una madre dedicada, su comunicación más directa es un perfil en las redes sociales diseñado cuidadosamente: fotos suyas impecablemente vestida y maquillada, muchas veces interactuando con niños, o mensajes de apoyo en tiempos de tragedia nacional.

Nada más diferente de la articulada y siempre presente Michelle Obama, o de Laura Bush que visitaba Afganistán, o de la comprometida políticamente -aunque impopular- Hillary Clinton.

Una encuesta de Gallup de diciembre señaló que es vista favorablemente por 54% de los estadounidenses, 17 puntos más que hace un año y de lejos mucho más popular que su marido.