Pensar en Joaquín Sorolla es directamente proporcional a una escapada a los arenales del Levante o del norte de España, acompañados de una mujer vestida de blanco, con sombrero y sombrilla a juego. Y es que, si hay un pintor que merece la medalla de honor por ser un cronista excepcional de la vestimenta de una época, ése es el valenciano. Por eso, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid y el Museo Sorolla de Madrid han unido sus fuerzas, y sus sedes, para sacar adelante el ambicioso proyecto de "Sorolla y la moda". Una exposición, que se puede visitar hasta el próximo 27 de mayo, en la que se deja constancia de la importancia que tuvo la moda en la obra y vida del artista, y su contribución, gracias a sus numerosos y minuciosos retratos de las mujeres más influyentes de principios del siglo XX en Europa y América; a los archivos históricos de la moda.

El recorrido por las salas de los dos museos madrileños es una auténtica incitación para los sentidos. No solo para la vista, que no sabe a qué atender ante tantos nuevos estímulos; ya que entre las más de 70 pinturas que componen la muestra, procedentes de colecciones privadas y museos nacionales (el Museo del Traje o el Museo Textil de Terrassa, entre otros) e internacionales (el Albert Museum de Londres o el Museo de Artes Decorativas de París) algunas nunca han sido expuestas en público. Sino también para el olfato, al desear escaparse a los jardines de La Granja, en dónde Sorolla pintó al rey Alfonso XIII, con su uniforme de gala de Húsares de Pavía; a las playas de Biarritz o Zarautz en las que pintó a Clotilde, su esposa, cómo no, vestida de blanco; o a los cafés de Chicago, en los que realizó sus dibujos a lápiz, con todo lujo de detalles de la ropa y los complementos de las mujeres de principios de siglo. Pero, si hay un sentido que se siente tentado en esta muestra, es el tacto. Porque, tener delante 60 trajes de históricos modistos como Mariano Fortuny y Madrazo, Jeanne Lanvin, Paul Poiret o Madeleine Vionnet, y no poder tocarlos es difícil de aguantar para cualquier amante de la moda o, simplemente, con un poco de sensibilidad hacia ella. Pero, solo con mirar, uno ya se lleva un empacho de arte en mayúsculas a casa. Porque, además de la majestuosidad y preciosismo que Sorolla derrochaba en cada cuadro, ver su inmensa capacidad para detectar y valorar el trabajo de los diseñadores de su época, y su fidelidad al reflejarlo, es un auténtico lujo.

La distribución en dos espacios y en diferentes temáticas, realizada por Eloy Martínez de la Pera, comisario de la exposición, es tremendamente acertada. Así, el espectador va entrando en el universo Sorolla poco a poco, y, sin darse cuenta, ha sido completamente envuelto por sus pinceladas y sus tejidos. En "Sorolla íntimo", "Una casa a la moda", y "Una familia elegante" se observa la importancia de la familia para el autor y su auténtica devoción por su mujer y musa, Clotilde García del Castillo. De hecho, es en ella en la que el pintor valenciano proyecta sus inquietudes estilísticas. Le compra vestidos en sus viajes por Europa y América, la retrata con los mejores vestidos y joyas de la época, le adorna sus estancias con los mejores muebles y objetos€ demostrando su amor hacia ella y la belleza que la rodea. Pero, no es la única mujer a la que ensalza. Sorolla, además de lanzar al visitante en cada pintura por un túnel del tiempo, muestra paso a paso el creciente papel de la mujer en la sociedad. El cambio y empoderamiento que experimentó con el cambio de siglo; y lo hace con una visión alejada de muchos clichés y con un carácter modernista. Así, en el "Retrato de la sociedad", además de ver a personajes como Alfonso XIII, se reflejan claramente los contrastes de la época con perfiles como la señora Urcola, ataviada con un vestido y una mantilla negros, o la reina Victoria Eugenia; y otros como Miss Mary Lilian Duke o la señorita Barrios, vestidas con diseños en blanco, de siluetas marcadas y con un discurso todavía por escribir. En "París y la vida moderna" llega el homenaje claro de Sorolla a la alta costura. Cogiendo a jóvenes de la aristocracia o a sus hijos como modelos, el artista pinta auténticos figurines de los mejores trajes y complementos del momento, que se hacen realidad en los maniquís que acompañan a cada uno de los cuadros y que, el ojo nunca se cansará de ver.

"El veraneo elegante" es un pasaporte directo a la luz que hizo famoso al pintor. A sus inconfundibles blancos y a azules, a su oda a la belleza en cada trazo, y a esa crónica de los primeros pasos de la moda como la conocemos hoy: con sus tendencias, las marcas en sus etiquetas y las prescriptoras. Porque sí, Sorolla fue un adelantado a su tiempo, pero no solo porque fuera capaz de ver en su época lo que el futuro iba a confirmar, sino porque supo reflejar tendencias, actitudes y sentimientos perennes en la sociedad que muchos hombres y mujeres todavía no han comprendido a día de hoy.