Oviedo es "territorio Manolo García". El cantante ofreció ayer un memorable concierto a los fieles que llenaron el Auditorio Príncipe Felipe. Un auténtico recital que comenzó con el cantante emergiendo por sorpresa entre un público entusiasmado, que incluyó una defensa pública a la oficialidad de la lengua asturiana, y que se cerró por todo lo alto tras tres horas de show abrumador.

"Entro aquí y lo primero que me encuentro son vuestras sonrisas. Tenéis la llave de la felicidad", se presentó García, que se mostró amable y cercano con sus animosos fans ya desde la primera canción: era nada menos que "El frío de la noche", con el propio Manolo García blandiendo la guitarra española, sentado al filo del escenario, invitando al público a acercarse.

El respetable es sabio. Siempre nota cuándo un artista afronta un concierto desde una posición funcionarial, dando por hechos el aplauso y la ovación, y cuándo se bate el cobre, pelea por cada palma al viento y trata de agradar. Manolo García llegó anoche a Oviedo dispuesto a sudar la camiseta, y el público lo notó en el acto. Unos instantes más tarde interpretaría "Sin que sepas de mí", haciendo de una de sus más redondas estrofas una profecía: "Seré lo que yo quiera ser". Si el cantante quiere ser alcalde de Oviedo, ayer salió del Auditorio con un millar de votos en la buchaca.

Con el concierto ya a pleno rendimiento, Manolo García se quitó la chaqueta, desarmó el pie de su micro a lo Freddie Mercury y se lanzó a los pasillos de la sala, dejándose tocar, oler, fotografiar. No sería la única vez en la noche que el cantante saltase del escenario.

En un recital con guiños continuos a sus fieles, durante el que rescató viejos himnos y canciones somnolientas, Manolo García no obvió tampoco su vena reivindicativa. Primero, para apostar públicamente por la oficialidad de la lengua asturiana, en medio del escenario y blandiendo un par de monteras piconas. "El bable es una lengua. Defender lo de uno es lícito, es digno y es importante", afirmó García, tras reivindicar la diversidad cultural de los distintos pueblos que habitan esta ajada piel de toro. El público, en pie, agradeció el valor.

Como no sólo de hablar vive el hombre, García tampoco olvidó reclamar un salario digno y un futuro para esta tierra: "Si no va a haber más minas en Asturias que pongan molinos eólicos, o en el mar, pero que creen puestos de trabajo. Que se inventen lo que quieran", reclamó el cantante, instó a sus fieles a abandonar las pantallas de los móviles y la falsa burbuja digital para relacionarse con los demás, para tocarse, también para tomar las calles y pelear. Porque la felicidad no se regala: se conquista.

Así fue como el cantante llevó a sus fieles al éxtasis: a base de currárselo bien sobre las tablas. Flanqueado, todo hay que decirlo, por una banda espectacular a la que García, consumado crupier, iba dando juego uno por uno. Todos tuvieron su instante de gloria, desde el guitarrista encarnado en un Sabicas o un Manolo Sanlúcar en el arranque de "Con los hombres azules" a ese pianista que abrió los bises, desterrando con sus dedos las tinieblas.

Para entonces quien más quien menos ya se daba con un canto en los dientes tras el despliegue. Iban dos horas de concierto, y Manolo García había recompensado con creces el precio de cada entrada. Pero el cantante quería más, quería perpetuar la comunión con cada uno de los presentes. Y siguió sobre las tablas, con el suelo del Auditorio vibrando canción sí, canción también, encontrando caballos de mar a cada estrofa, avanzando un pasito a pie y otro caminando hasta esa utopía musical llamada San Fernando. Así, hasta completar tres horas de felicidad plena.

Para entonces, el Auditorio era ya el Reino de los Cielos: ese en el que los últimos (de la fila) serán los primeros.