La moda, un proceso "complejo que relaciona fuerzas económicas, sociales y políticas", ese "virus" que durante siglos ha contagiado a personas "cultural, geográfica y socialmente distintas", el arte de "captar el instante", no mira hacia atrás, "mira siempre adelante".

Así lo entiende quien está considerada hoy a nivel mundial una de las personalidades más sabias e influyentes en cuestiones de moda, Anna Wintour, editora jefe de la edición norteamericana de esa biblia del estilo que es la revista "Vogue". Una mujer temida y admirada, poderosa e intuitiva.

Una "provocación", la opinión de la Wintour, a la que Giorgio Riello, profesor en la Universidad de Warwick (Reino Unido), recurre para introducir su "Breve historia de la moda", un libro editado por Gustavo Gili que no pretende ser exhaustivo pero sí esclarecedor.

El libro de alguien para quien la historia de la moda "es la historia de los modos, de los comportamientos y de las acciones cotidianas de todos, no solo de los que hacen moda o están de moda".

Puede hablarse de moda en la Antigüedad, y ahí están los vestigios del Egipto de los faraones, de Grecia y Roma, pero es en la época medieval en la que el autor sitúa los orígenes de la moda "tal y como se entiende hoy". Su desarrollo no llegará hasta los siglos XVI y XVII.

Es en el XIV cuando la silueta masculina comienza a difernciarse de la femenina. Hasta entonces, ellos y ellas vestían largas túnicas. Una diferenciación de género en la indumentaria que "sigue siendo una característica distintiva de la moda" hasta la actualidad.

En las ciudades medievales se produce moda, a pesar del rechazo que suscita entre los hombres de iglesia, que la combaten con rigor al considerarla "una transgresión a la fe y, como tal, una afrenta a Dios". De poco sirvieron prédicas y condenas.

Hay quien piensa incluso, como el propio Riello, que la moda, privilegio de las clases urbanas más acomodadas, "fue un cambio revolucionario que desestabilizó los preceptos sociales y morales de la época".

A partir del siglo XV, al amparo de reyes y reinas, en la corte, se desarrollarán las modas en el vestir, convirtiéndose el traje en una manifestación de riqueza y poder. Ya en el XVI la ostentación pasa de ser "una forma física y material a convertirse en un atributo intelectual", con la renuncia de lo mundano, lo exterior y superficial en favor "de cualidades interiores".

Ningún color como el negro para representar el nuevo espíritu, y pocas cortes como la española para hacer del negro una "indumentaria moral".

Toma auge el hábito, la vestimenta, pero también el "habitus", el modo de comportarse, los modales, que definen al hombre y a la mujer elegantes del Renacimiento y la Edad Moderna.

Será en el XVIII cuando la moda viva una auténtica revolución, convirtiéndose en un fenómeno que afecta a gran parte de la sociedad, no solo a las clases más altas. "Las calles -resume Riello- dictan la moda, no las cortes". Para ello son determinantes la Revolución francesa y la revolución industrial. Es el Siglo de las Luces.

Se entiende el traje como una herramienta para "gobernar el cuerpo", cuidado con "pomadas y ungüentos", que proliferan. La moda se convierte "en fenómeno de masas y en pasatiempo", aparecen las primeras publicaciones temáticas y un nuevo material, el algodón, se suma a los ya tradicionales: lana, seda y lino.

La moda se hace industria y cotidiana. Y es el momento en el que el hombre renuncia a ella, adoptando el que será su "uniforme" hasta mediados del siglo XX: el pantalón, la chaqueta y el chaleco. Y de colores oscuros.

En el XIX la invención de máquinas como la de coser revolucionarán la hasta entonces industria manual, volviéndose la moda femenina y "fascinante", si bien al abrazarla -es obligada a llevar corsé, crinolinas, metros y metros de tela y accesorios inútiles que dificultan su movimiento-.

Las mujeres de finales del XIX combatirán esa situación, haciéndose hueco la idea de una vestimenta "sanitaria, saludable e higiénica". Ahora bien, la gran reforma llegaría "a través del lento cambio social generado por el deporte y la cultura del tiempo libre".

Sin el deporte, sostiene Giorgio Riello, "no sería posible comprender el éxito de la indumentaria informal, la aparición de una cultura juvenil de la moda y, sobre todo, la asociación entre formas específicas de vestuario y vitalidad".

Hecha pues, a partir de entonces, de "sueños y creatividad", además de libertad, la moda de comienzos del siglo XX vivirá en París el nacimiento de la alta costura.

Se pasa del sastre al modisto, concebido como un artista. Así son vistos grandes "couturiers" como Worth, que aúna en sus creaciones tradición y modernidad, Paul Poiret, caprichoso y genial, Elsa Schiaparelli, Vionet, Lanvin, Paquin...

Y la gran Coco Chanel, marca y símbolo, inventora de eso que se sigue llamando "chic", sinónimo de alta costura en vida y después de muerta.

Les sucederían, tras la II Guerra Mundial, Dior, el vasco Cristóbal Balenciaga, Fath y ya más tarde un joven Yves Saint Laurent, monarcas todos ellos en un siglo, el XX, que Riello califica como "el de la moda".

Un siglo que vería nacer el pret-a-porter, la minifalda de Mary Quant y en el que diseñadores como Courréges o Paco Rabanne se convertirán "en portavoces de los gustos y estilos de un público de consumidores jóvenes y altamente innovadores".

Son los años del vestirse para el éxito, del triunfo de las marcas, de la indumentaria como código de grupo, del auge del pantalón vaquero, en el armario de jóvenes y adultos, de la internacionalización de la moda, y de la influencia decisiva en ella de subculturas o culturas minoritarias (teds, rockers, mods, punks, darks, goths, hippies, emos,...).

Tiempos en los que la moda rápida imita al lujo y la alta costura, en los que los mercados del consumo y del trabajo se globalizan, en los que el "shopping" se convierte en puro ocio y en los que, en definitiva, la ropa se confirma como "medio para crear identidad".

Un tiempo presente en el que la moda se compromete a ser ética, "pero lo hace con escasa convicción", según Riello.