¿Quién no rememora algún chichón tras probar unos patines, o las "heridas de guerra" conseguidas jugando a indios y vaqueros? Los traumatismos craneales siguen siendo un accidente muy frecuente en la infancia. En su mayoría no acarrean consecuencias relevantes, pero en ocasiones el traumatismo puede ser grave. Tanto es así que, a partir del año, suponen la primera causa de muerte y discapacidad en países desarrollados.

La importancia de cualquier traumatismo craneal viene determinada por la posibilidad del daño cerebral asociado. Hay que considerar que los lactantes, especialmente los menores de un año, tienen un mayor riesgo de sufrir lesiones cerebrales con los traumatismos. Además, los niños en edad preverbal no pueden expresar muchos de los síntomas acompañantes, ni explicar las circunstancias de lo sucedido.

La mayoría de los traumatismos solo producen lesiones en la superficie craneal y dolor transitorio en la zona del impacto. En otras ocasiones se acompañan de síntomas como vómitos, pérdida de conciencia, visión borrosa, dolor de cabeza, irritabilidad, alteraciones del habla, la marcha o la coordinación.... Aunque muchos de estos síntomas pueden ser transitorios, se ha de buscar asistencia médica urgente ante la posible existencia de lesiones intracraneales.

Si el niño está inconsciente, tras pedir ayuda (Emergencias 112), se ha de procurar mantener la vía aérea permeable, y no movilizarlo, en especial su cuello si sospechamos que se ha producido lesión cervical. En caso necesario, deben iniciarse maniobras de reanimación cardiopulmonar hasta la llegada de la ayuda.

Cuando el pediatra atienda al niño, los cuidadores han de informarle de las circunstancias del accidente (altura de la caída, superficie contra la que ha impactad), el tiempo transcurrido, y si en el periodo hasta su asistencia ha manifestado algún síntoma. También hay que comunicar la existencia de enfermedades o fármacos que incrementen el riesgo hemorrágico, como la hemofilia o los anticoagulantes. A continuación el pediatra procederá a explorar el niño, tras estabilizar sus funciones vitales básicas, valorando especialmente el nivel de conciencia y una serie de signos físicos relacionados con sistema nervioso Esta valoración física es fundamental, y con ella se puede determinar con mucha probabilidad el riesgo de lesión intracraneal.

En ocasiones, el médico puede recurrir a pruebas radiológicas. La más usada tradicionalmente ha sido la radiografía de cráneo. Sin embargo, su utilidad es limitada, ya que puede haber daño cerebral con radiografías normales, y a su vez, la mayoría de fracturas cursan sin lesión intracraneal. Por este motivo, en los últimos años se está restringiendo su uso. La prueba de elección cuando se sospecha una lesión cerebral es la tomografía computerizada (TC, TAC o scanner). Debido a la posible necesidad de sedación, y la considerable dosis de radiación, sólo se debe realizar en casos seleccionados.

Tras la valoración pediátrica, la mayoría de los niños serán dados de alta a su domicilio. Los cuidadores tendrán que comprobar de forma periódica durante las siguientes 24-48 horas una serie de signos de alarma. Entre estos síntomas se encuentran el dolor de cabeza intenso, los vómitos de repetición, la somnolencia excesiva (pese a esto no es necesario mantener al niño despierto si es hora de dormir, bastará con comprobar si se despierta con facilidad), alteraciones en la movilidad de alguna parte del cuerpo o del tamaño de las pupilas... Su pediatra le entregará una lista detallada con todo lo que tiene que vigilar en el domicilio. Ante la aparición de esos síntomas, o cualquier otro que le suscite preocupación, deberá acudir a Urgencias para nueva valoración.

Queda claro que por muy buena asistencia que se reciba, el mejor tratamiento de un traumatismo craneal siempre será la prevención. Todo accidente deja el sabor amargo de que pudo ser prevenido en algún momento, en especial los más graves.