De pronto todo gira alrededor de una cosa: el sexo. Las ganas se transforman en algo tan omnipresente que se aprovecha cualquier oportunidad que se dé: aparecen todo el tiempo fantasías sexuales, uno pierde la concentración en el trabajo, llama a líneas 'hot' que repercuten tremendamente en la cuenta o cambia de manera constante de pareja en la cama. Pero, pese a toda esa 'hiperactividad sexual', el individuo se siente insatisfecho, como si estuviera vacío por dentro; y ese vacío lo hace padecer. Suele decirse en esos casos que la persona es ninfómana.

"Por el momento, no existe un diagnóstico oficial para ese tipo de hipersexualidad, pero existen criterios que describen ese comportamiento prácticamente adicto al sexo", explica el psicólogo especializado Christoph Ahlers, de Berlín.

En realidad los expertos no tienen una definición muy precisa para establecer cuándo el sexo pasa a ser una adicción. "Se reconoce cuando la persona tiene una necesidad que pasa a ser una especie de obsesión que le generea tormento", explica Jannis Engel, también psicólogo. Engel explica que ese padecimiento puede manifestarse como la sensación de vacío y como un sentimiento de vergüenza y desprecio hacia uno mismo.

La dependencia se da cuando una persona pierde el control sobre su deseo sexual y no puede hacer nada para detenerlo, pese a las consecuencias negativas que pueda tener. El afectado suele descuidar el trabajo, la pareja, la familia y los amigos. El 'ninfómano' puede llegar a poner en riesgo todo: su empleo y sus vínculos, y eso puede hacerlo caer en un aislamiento total.

Lo que sucede es que el afectado contrarresta la sensación de vacío que siente o la falta de perspectiva con lo positivo que le aporta la actividad sexual, que sin embargo puede llegar a transformarse en una adicción como el alcohol. Al tener sexo, se disparan procesos en el organismo que tapan, al menos por unos momentos, cuestiones negativas.

Pero ese efecto no es de larga duración y, además, en algún momento el sexo deja de cumplir esa función de "solución de problemas", con lo cual la persona busca cada vez más y más, pero termina sintiéndose frustrada a pesar de aumentar "la dosis". Y es que el problema de base no desaparece.

Si se renuncia a las relaciones sexuales, se dan síntomas de abstinencia como nervios, depresión y agresividad. Dejar de tener sexo no soluciona el tema.

Por lo general, los afectados no buscan ayuda profesional hasta que no están muy mal y no soportan el sufrimiento que les provoca esta necesidad.

Y lo cierto es que "no existe una terapia estándar", tal como explica Engel. Los tratamientos varían de caso en caso, porque debe estudiarse cuáles son los problemas subyacentes que intentan sepulartarse con la actividad sexual. Puede que el afectado tenga serios problemas de autoestima o que no tenga empleo y esté sumido en una depresión.

Las terapias apuntan, en primer lugar, a que el individuo pueda retomar el control sobre sus necesidades sexuales. Si una de las causas fuera que no puede entablar una relación de pareja porque siempre pone distancia hacia otros al vislumbrar una relación estable, se pueden hacer entrenamientos específicos.

Lo importante es saber que, a diferencia de las terapias aplicadas a otras adicciones como el alcohol o las drogas, el objetivo del tratamiento contra la hipersexulidad no es que el afectado logre una absitencia, sino que recupere un camino medio.