Cuando el personaje de Charlot enferma por estrés en la maravillosa "Tiempos Modernos", sentimos una inmediata empatía ante sus contratiempos laborales en un mundo cada vez más mecanizado e inhumano. Ha pasado casi un siglo y el estrés relacionado con el desempeño laboral se ha convertido definitivamente en un elemento familiar y cotidiano para demasiadas personas que tienen que enfrentarse, día sí y día también, a la precariedad, a la incertidumbre, al exceso y la acumulación de tareas por recortes de personal, a las demandas poco claras y contradictorias, a las dificultades de conciliación, a la feroz competitividad, al enrarecimiento de las relaciones laborales, a los cada vez más exiguos derechos, a los sueldos que no alcanzan para una vida digna...

El estrés es una respuesta natural de nuestro organismo que tiene que ver con la alerta ante algo que puede hacernos daño. Es un mecanismo de defensa que nos avisa de situaciones ante las que tenemos que actuar de forma adaptativa y eficaz para que no nos sobrepasen. En pequeñas cantidades, el estrés nos hace estar activos y funcionales. Sin embargo, cuando es demasiado frecuente o demasiado intenso, va agotándonos, mermando todas nuestras capacidades y comprometiendo nuestra salud física y emocional.

A la hora de afrontar el estrés laboral crónico, existen una serie de protocolos e intervenciones que tienen que ver con la organización y el funcionamiento de las instituciones, empresas o entidades. De hecho, ya hay algunas que contemplan la puesta en marcha de medidas y estrategias para prevenir y abordar este problema, aunque realmente siguen siendo pocas las que ciertamente las aplican. Ahora bien, ¿qué ocurre con las personas? ¿Qué habría que abordar con quienes están sufriendo situaciones de estrés en el trabajo? Aquí van algunas sugerencias:

1. Procurar marcar límites, lo más rotunda y claramente posibles, entre la vida laboral y la vida personal. Las presiones en el trabajo pueden hacer perder la perspectiva en este sentido y que, poco a poco, el trabajo invada y contamine el resto de los ámbitos de la vida de la persona. Esto implicaría, por ejemplo, no llevar trabajo a casa; no atender llamadas relacionadas con lo laboral fuera del horario, apagar incluso el móvil de trabajo si lo hubiera; no quedarse, salvo situaciones verdaderamente excepcionales, más horas de las contempladas, pues llegará un momento en el que ya no será algo que se haga por voluntad propia, sino algo que va a ser exigido como obligación e incluso sancionado si no se lleva a cabo.

2. Aprender a decir que no. Está comprobado que las personas que tienen estilos de comunicación poco asertivos son quienes más padecen de estrés en el trabajo. Aquellas personas que nunca dicen que no porque temen ofender o molestar, o porque tienen miedo a ser consideradas personas vagas o poco responsables, o porque creen que así van a perder su puesto de trabajo, son víctimas propicias de abuso y mal trato por parte tanto de compañeros como de quienes están al frente. Decir "no" de forma asertiva constituye un aprendizaje posible y muy eficaz que, sin ser una herramienta mágica, va a ofrecer siempre mejores resultados que actuar de forma sumisa o de manera agresiva. En general, una comunicación socialmente habilidosa con quienes supervisan, con el fin de elaborar propuestas de mejora, no siempre cae en saco roto.

3. Aprendizaje de técnicas de respiración profunda, de relajación o de "mindfulness". Son técnicas de contrastada eficacia, que resultan sencillas de aprender y que sólo requieren práctica para automatizarlas. Está claro que si la persona estresada aprende a relajarse, será capaz de pensar y actuar con más claridad para encontrar las alternativas y soluciones más adecuadas en las situaciones problemáticas. También son indispensables tanto la práctica de ejercicio regular, como mecanismo regulador del sistema nervioso autónomo responsable de la respuesta de estrés, como la puesta en práctica de hábitos de sueño saludables.

4. Interiorizar un diálogo interno útil. Se trata de una actitud que sustituya los pensamientos tóxicos que martirizan y desgastan, del tipo: "No es justo que me traten así?", "con todo lo que yo hago por la empresa?", "¿y si digo algo y me echan?", "¿y si les parece mal?", etcétera. Curiosamente, la gran mayoría de las personas que enferman por estrés laboral presentan unos rasgos comunes de personalidad que tienen que ver con un alto sentido de la responsabilidad y del deber, con unas expectativas basadas en la relación directamente proporcional entre desempeño y merecimiento y con un excesivo miedo a fallar, a las críticas y a perder su trabajo en estos tiempos de indecentes cifras de desempleo. Va a resultar eficaz entrenarse, pues, en autoinstrucciones que ayuden a ser personas más prácticas y menos dependientes, por ejemplo: "Voy a centrarme en lo que yo puedo hacer en vez de desgastarme con lo que no está bajo mi control", "esta situación no es porque lo merezca o no, es simplemente que alguien decide funcionar así", "mi vida es mucho más que este trabajo, no voy a permitir que se vea contaminada por esto", etcétera.

5. Proponerse gratificaciones que compensen las situaciones de tensión en el trabajo. Por ejemplo, potenciando la satisfacción en la vida personal (tomarse descansos para "recargar"), promoviendo buenos ratos con las personas queridas (no pasarnos los ratos familiares o sociales hablando y quejándonos del trabajo) y practicando aficiones gratificantes (aunque sea poco tiempo, es mejor que nada). Siempre van a ayudar a generar fortaleza y energía que equilibren las situaciones complicadas del mundo laboral.

Y si nada funciona, habrá que empezar a plantearse cambios, llevando a cabo, mientras se intenta afrontar el día a día laboral, una búsqueda de alternativas que conduzcan a un trabajo más satisfactorio, sin nunca, nunca, tirar la toalla.