Lino Vázquez Velasco (Ujo, Mieres, 1953) es jefe del servicio de Cirugía General y Digestiva del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), una de las grandes áreas del complejo sanitario ovetense, con 26 médicos de plantilla y 12 médicos residentes. Forma parte de la tercera promoción de la Facultad de Medicina de Oviedo. Se especializó en la Residencia Universitaria Nuestra Señora de Covadonga y amplió su formación en París y en Madrid, en el Hospital Doce de Octubre, con el doctor Enrique Moreno. Fue uno de los iniciadores, en el año 2002, del trasplante de hígado en Asturias. Durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA, recibe un par de llamadas telefónicas referidas a un trasplante previsto para unas horas más tarde, justo a medianoche. De los hechos concretos sabe extraer principios generales que convierten esta entrevista en una conversación muy didáctica.

- ¿Cuántas operaciones ha realizado a lo largo de su carrera?

- Ni idea. Ahora tengo mucho trabajo de gestión, pero durante muchos años el quirófano era mi espacio cotidiano, mi fuente de bienestar profesional; no me distraía casi nada.

- Le encanta el quirófano.

- Me encanta.

- ¿Qué colegas le han influido de forma especial?

- Si tuviera que elegir un maestro, sería Luis Estrada. Fue mi maestro directo, del que aprendí mucho de la cirugía y de la vida. Y de su talante, de eso que ahora se llama resiliencia, capacidad de adaptación a las circunstancias. Estrada era un resiliente extraordinario. Y luego aprendí de él otra cosa: que eso de las manos de oro de los cirujanos es una estupidez. Luis Estrada tenía un conocimiento enciclopédico de la cirugía, y unas manos que hacían lo que decía su cabeza. Ésa es la fórmula útil: estar en el mandamiento de tu disciplina y que las habilidades te acompañen.

- ¿Le contraría tener que jubilarse el año que viene?

- Voy a jubilarme con la satisfacción, espero que no tontorrona, de haber acertado con mi profesión. Para mí, la medicina ha sido una dedicación vocacional, anímica; y dentro de la medicina, la cirugía. Estoy donde estoy porque he querido estar.

- ¿Tiene la sensación de que dejará el servicio en buenas manos?

- En mi servicio hay gente muy buena, muy valiosa, y que por ese obrerismo que tiene la sanidad pública, y el HUCA en particular, a lo mejor no ha podido brillar lo que debía.

- ¿Entonces no se marchará bramando, como otros colegas suyos que creen que 65 años es una edad muy prematura para dejarlo?

- Lo veo justo. El relevo en las organizaciones siempre es bueno. Me encuentro perfectamente y es probable que, si el sistema fuera otro, pudiera aportar conocimiento, juicio, opinión de valor... Pero está muy bien que vengan los más jóvenes y tomen los mandos.

- Usted es profesor asociado. ¿Le habría gustado dedicarse más intensamente a la faceta universitaria y alcanzar una cátedra?

- Enrique Martínez, que fue mi jefe de servicio y era catedrático, hizo todo lo posible por llevarme por ese camino; pero yo, acertada o equivocadamente, pensaba que mi campo estaba en el trabajo hospitalario. No sé si fui inteligente al descartar las muchas opciones que tuve.

- Hay médicos mayores que sostienen que cualquier tiempo pasado fue mejor para la profesión.

- No lo creo. Los residentes actuales que están en mi servicio trabajan muchísimo más de lo que yo trabajaba, sin comparación, y tienen una formación estructurada que yo no tuve. Nosotros nos formábamos por ósmosis, que se decía entonces: ibas viendo y haciendo.

- ¿El sistema de formación actual también tiene limitaciones?

- Las mayores objeciones que pueden hacerse son laborales. Ya hace muchos años que en Estados Unidos han puesto límites a las horas de trabajo de los residentes. Nuestros residentes trabajan muchas más horas de lo que deberían desde una perspectiva puramente laboral. No creo que sea malo, pero es así.

- ¿Algunas virtudes fundamentales del cirujano?

- Lo primero, que sea médico, que tenga una posición ante el hombre y su enfermedad. Segundo, un conocimiento profundo y exhaustivo del campo al que va a dedicarse. Cada vez hay menos espacio para el ojo clínico, la improvisación y todas esas cosas. Tercero, que desarrolle unas habilidades inherentes a la actividad quirúrgica: ser preciso, rápido... Y cuarto, que eduque sus relaciones interpersonales, porque el cirujano no está solo, necesita de un equipo de ayudantes y colaboradores de otras especialidades.

- ¿No existe la soledad del cirujano?

- El acto concreto de la cirugía es el mismo hoy que hace cien años. Pero hoy debe precederlo un estudio profundo del problema del paciente, que no depende sólo del cirujano; y debe seguir una terapéutica que tampoco depende del cirujano. El cirujano está hoy, más que nunca, en compañía, y esa gestión de las relaciones interpersonales es fundamental. El cambio de paradigma con relación a la cirugía que pude vivir al principio es que en el acto quirúrgico ya no está solo ni puede estarlo.

- Hace 35 años el cirujano entraba al quirófano como un torero...

- Eras el dueño de la situación, y hoy no es así. Hoy en día, cualquier paciente que se opera en el HUCA de un proceso de mediana complejidad, no digo extraordinaria, ha sido visto en una sesión multidisciplinar por tres o cuatro servicios del HUCA; luego ha sido visto en una reunión estratégica dentro de la unidad que va a afrontar el problema. Y el cirujano que va al quirófano con ese paciente va con un bagaje de opinión y con una estrategia diseñada en la que él es un actor principal, y ejecutor, pero desde luego no es un aventurero, en absoluto. Eso ya no existe. Ahora formas parte de un equipo. Hay que educar esa dualidad: por una parte, tomar decisiones, tener iniciativa; y, por otra, compartir, aceptar otros puntos de vista...

- ¿Alguna vez un cirujano sale del quirófano para pedir a un colega que le dé su opinión sobre alguna dificultad?

- Sí, con cierta frecuencia. Yo lo hice siempre que me pareció necesario. Y ahora, cuando alguna vez me llaman, me produce mucha satisfacción y me parece que es un mérito del que llama. Me satisface mucho que en mi equipo haya gente de los buenos, los teóricamente expertos en algo, que llamen a otro y le pidan opinión. Eso ocurre, y quien lo hace es un buen cirujano. Yo lo aplaudo, me parece muy inteligente. Para gestionar una dificultad, lo primero es reconocerla como dificultad. La mayor parte de los problemas que se producen en una operación provienen de no ver las dificultades, de no intuir la trampa.

- Ser cirujano es muy distinto de ser internista, aunque ambos sean médicos.

- Lo que tiene la cirugía, a diferencia de otras actividades, es que tú tienes una implicación física con el resultado. En otras especialidades puedes tener una duda que te atormente sobre si son 25 o 32 miligramos de no sé qué medicamento, pero cuando te falla una sutura que tú hiciste con tus manos, evidentemente, te sientes comprometido de una forma especial. La cirugía se basa en toma de decisiones y en gestos físicos. La arteria que sangra se corrige con gestos físicos, manuales... Y el cúmulo de sensaciones es muy particular.

- Hay grandes éxitos y grandes fracasos...

- Los éxitos son más bien cosa de juventud. Con el paso de los años, esas satisfacciones van atenuándose y te parece que van en el sueldo y que no merecen mayor celebración. Sin embargo, la edad hace también que se agudice la angustia cuando ves que se te agotan los recursos. Ahora entras al quirófano con mucha información de lo que vas a encontrarte, y cuando surge una dificultad inesperada, y no eres capaz de resolverla, te produce una angustia tremenda.

- ¿Se ha dedicado en algún momento a la sanidad privada?

- Hice privada hace años, durante una etapa relativamente corta. Soy un defensor rotundo de la medicina pública, pero eso no significa que entienda que la privada tenga que ir a la hoguera. Me parece una necedad pensar que la medicina privada está ahí porque la pública es mala. La sanidad privada debería ser una opción libre, no obligatoria porque el sistema público no funcione. No creo que los médicos de la pública que compatibilizan ambas perviertan el sistema público, sino que en muchas ocasiones la sanidad pública no da al profesional las satisfacciones que le da la privada. La gestión de la medicina pública es de tal colectivismo que muchas veces encarcela las aspiraciones de muchos profesionales.

- ¿Puede ilustrarlo con algún ejemplo?

- El tercio inferior del recto son cuatro centímetros de tubo. Dominar esa cirugía exige unas habilidades y una toma de decisiones sobre terapias complementarias que hacen necesario un profesional dedicado prácticamente solo a eso. A ese profesional que le ha costado años llegar a ese grado de conocimiento para que tu cáncer se supere y te cures, no puedes pedirle además que, de la que termina, haga una operación de vesícula porque hay mucha lista de espera. Eso no es racional, y es uno de los problemas del HUCA y, en general, de la sanidad pública.

- Sería mejor un modelo menos funcionarial y más vinculado al talento y al rendimiento.

- Claro. El sistema no está preparado para que el paciente pueda elegir al médico que prefiera. Es probable que esto no sea fácil de articular, pero relación más personalizada sería mucho más satisfactoria para los médicos y para los pacientes.

- Usted empezó a hacer trasplantes de hígado en 2002, cuando el HUCA puso en marcha esta técnica. ¿Eso aumentó su caché en las cenas con amigos?

- Procuro no hablar de estas cosas con mis amigos, y ellos lo saben (risas). Subió mi caché ante mí mismo. El trasplante hepático en Asturias fue una aspiración que ya inició Luis Estrada. Yo me marché después a Mieres de jefe de servicio, y allí estuve dos años. Estando en Mieres, me entero de que empieza a moverse de nuevo el tema y de que ahora va en serio. Pensé que para mí sería una frustración tremenda que, después de tantos años de pelea, empezara el trasplante y a mí me pillara en Mieres, por muy jefe de servicio que fuera.

- Y por fin se empezó en 2002.

- Volví al HUCA de adjunto para que ese paso me cogiera aquí. Iniciar el trasplante me supuso cerrar un círculo que llevaba muchos años abierto. Fue una satisfacción personal inmensa. También abandoné la consulta privada, porque entendía que el trasplante exigía una dedicación total.

- ¿Cómo salió la aventura?

- Empezamos en un momento en el que el trasplante estaba consolidado en España, y había unos estándares de calidad que no podíamos rebajar. Trasplantamos a los 25 primeros pacientes sin mortalidad y sin problemas. Aquello era una alegría permanente: personal, profesional, colectiva como hospital... Ahora llevamos 500 trasplantes.

- El trasplante tiene una resonancia social de la que carecen otras cirugías.

- El trasplante tiene algunas emociones singulares. Es de las pocas cirugías en las que la dificultad intraoperatoria puede hacer fracasar la intervención. Eso ya no pasa en casi ninguna cirugía. Es fatigoso, pero el factor tiempo es secundario en el trasplante; solemos tardar entre cuatro y seis horas, y en el HUCA se hacen todas las mañanas operaciones de otros tipos que duran seis horas. El atractivo del trasplante, para el cirujano, consiste en que, en potencia, puede plantear dificultades extraordinarias.

- ¿Cómo valora el traslado al nuevo HUCA tres años y medio después?

- El nuevo hospital es mejor. Todos hemos salido ganando. Puede cuestionarse el modelo organizativo, en el que hay mucho margen de mejora. Pero tenemos un hospital excelente.

- ¿Hay que incorporar el robot "Da Vinci" para operar?

- Hay que aclarar que se llama robot, pero no es un autómata que opera solo. El Da Vinci es un gran instrumento quirúrgico por la visión que ofrece al cirujano, por una precisión de movimientos que incluso corrige las deficiencias del cirujano, y porque el instrumento entero está dentro del paciente y tiene 360 grados de libertad. Es una herramienta extraordinaria. El HUCA no iba a tener un Da Vinci, sino dos: uno para operar y otro para enseñanza. Luego vino la crisis, y el Da Vinci se acabó.

- ¿Y hoy?

- Dentro de nuestra especialidad, la cirugía general, no hay ningún estudio que demuestre que con el Da Vinci puedan hacerse cosas que no pueda hacer la cirugía mínimamente invasiva no robótica. Es, repito, un instrumento extraordinario, pero en muchos campos no ha demostrado un beneficio objetivo en los resultados. Y, en este escenario, tenemos que pensar en el coste de oportunidad. A mi juicio, como gestor, en el actual escenario de gasto, el beneficio no justifica destinarle dos millones de euros para la compra, y ciento y pico mil euros anuales de mantenimiento.

- ¿Qué sensación produce que le paren pacientes por la calle?

- El otro día, comprando unos pasteles, me paró un señor y me dijo que yo había operado a su mujer hacía muchos años, y que estaba muy agradecido. Me enternece que eso me suceda con gente a la que no recuerdo, y que podría pasar de largo pero prefiere manifestar el agradecimiento. Es un premio que recibo con emoción.