Las posturas corporales (asanas), el control de la respiración (pranayama) y la meditación (dhyana) constituyen los tres ejes sobre los que se sustenta el yoga, método físico, filosófico y mental originario de la India, de más de tres mil años de antigüedad, que ha calado en Occidente. Las alteraciones físicas y emocionales -dolores musculares, tensión en las articulaciones, estrés y ansiedad, problemas para dormir...- son las motivaciones que llevan a descubrir y adentrarse en este método milenario que los países occidentales han modelado y adaptado a sus costumbres y estilos de vida.

"Con la práctica, la gente se siente mejor, y si ésta es continuada y se mantiene en el tiempo, llega a la mente y entras en la calma, en la parte más espiritual del yoga. Por ello, una vez que se alcanza este punto, resulta difícil abandonar esta disciplina", subraya Luisa Heres, responsable del centro Yamuna, en Avilés.

Después de treinta años profundizando en una disciplina que ha llegado hasta nuestro días a través de la transmisión del maestro al discípulo, Heres aclara: "Todo el mundo puede acceder al yoga" porque existen varias escuelas. "Unas son más exigentes desde el punto de vista físico y otras más suaves, están dirigidas a mujeres embarazadas, de determinada edad o con alguna dolencia", señala la experta.

Entre las primeras se encuentra el ashtanga, que muestra un yoga "más dinámico, resistente y energético, enfocado a los jóvenes", comenta la profesora. El hathayoga, en cambio, es lento y suave, y se centra en posturas más sencillas y en el control de la respiración. Tanto un modelo como otro requieren "continuidad, esfuerzo y superación, que no rivalidad", resalta Luisa Heres. "No se trata de competir ni con uno mismo ni con los demás; el yoga no es competitividad, es un camino y un aprendizaje hacia el interior", advierte. Y aconseja "observar el cuerpo, conocer sus límites y conectar con ellos".

Para alcanzar este propósito, el yoga debe conocerse y practicarse de la mano de un maestro, aunque la profesora avilesina reconoce que "hay poca gente formada tanto en hatayoga como en asthanga". "Me preocupa que alguien sin la preparación adecuada esté enseñando", asevera. Luisa Heres apunta la conveniencia de acudir a un centro específico "por la energía que desprende". Amplitud de la sala, colores cálidos, incienso, luz tranquila y música de mantras para la relajación son algunos de los elementos que se recomiendan para que una estancia se adecue a esta actividad.

Sobre este aspecto hace hincapié María José Fanjul, quien llegó al yoga hace un cuarto de siglo, casi por casualidad, a través de una amiga. "Empecé en Madrid, en un centro magnífico, íntimo, acogedor, con un profesorado de una gran sensibilidad, pero al mudarme de casa pasé a otro más próximo a la nueva vivienda, que tenía una oferta muy grande de actividades. Allí no encontré el recogimiento ni el ambiente que requiere este método, que si te atrapa es para siempre", comenta. En la actualidad no asiste a clases, aunque "se ha metido dentro de mí y empiezo todos los días con un 'saludo al Sol' (una serie de secuencias) y, por la noche, si llego acelerada de haber tenido mucho trabajo, dedico unos minutos a la meditación. Lo recomiendo a todo el mundo, sobre todo a los que vamos a mil por hora", subraya.

De los beneficios que proporcionan la combinación de posturas y la respiración da buena cuenta Luisa Heres. "Vivimos en un continuo estrés, estamos en guardia y nuestros cuerpos están duros, agarrotados; el yoga provoca cambios porque ayuda a soltar esas tensiones, a mejorar la elasticidad y también a estar más pausado", argumenta. Acto seguido enfatiza que la mayoría de los alumnos que acuden a los centros son mujeres. "Un 90 por ciento sobre los hombres", apunta.

Los niños, por su parte, también pueden practicarlo. "Para ellos es diferente, está basado en juegos con el objetivo de que lo pasen bien; ya tienen bastante imposición en el colegio", observa la profesora, que se considera muy purista y no aprueba los modelos que se escapan de las cuatro escuelas tradicionales: Iyengar, Asthanga, Desikachar y Sivananda. Por ello, comenta que modalidades como el bikran (que se practica a cuarenta grados de temperatura y que pusieron de moda los famosos) "está sacado de contexto".

Luisa Heres imparte clases de asthanga, consistente en una serie de posturas encadenadas que se realizan de forma dinámica. A lo largo de casi una hora y media, recalca el proceso de la respiración y corrige las posturas a sus alumnos, entre los que reina el silencio a pesar de la intensidad del ejercicio. Concluye la clase con la relajación. Sobre la dificultad que entrañan algunas posturas, comenta que "en líneas generales, cuestan mucho la asana de loto y aquéllas centradas en las rodillas y las caderas; también las de equilibrio, porque requieren centrar la mente", explica.

"Alcanzar el equilibrio entre cuerpo y mente es todo un reto", comenta María José Fanjul. "Las posturas de yoga te ayudan, pero lo más importante es la actitud personal; de nada sirve ir a clase si no se toma en serio; por sí solo, el yoga no hace milagros", afirma con rotundidad. A juicio de esta veterana practicante del yoga, "cuando consigues iniciar ese viaje al interior de ti misma y puedes observarte desde la distancia, descubres un sosiego que te ayuda a afrontar con más calma lo que venga".

El yoga, además de su lado físico y espiritual lleva asociados unos hábitos saludables "porque te lo pide el cuerpo; con la práctica, lo necesitas más liviano", destaca Luisa Heres. "Yo recomiendo una alimentación sana y equilibrada, y nada de tabaco, claro; el pranayama y el cigarro chocan frontalmente", concluye.