La fiesta de la Epifanía ortodoxa llevará hoy, 19 de enero, a miles de rusos a remojarse en alguna de las aguas heladas de su vasto territorio. Y su gesta emulando el baño de Cristo en el Jordán será reproducida en los noticiarios de medio mundo. Sin tantas alharacas -aunque bien es cierto que sin aguas gélidas- hay cientos de asturianos que repiten ese "saludable" baño casi a diario, sea verano o invierno, como es el caso. A todos ellos el Cantábrico les reserva estos días temperaturas que rondan los 13 grados. Pero ¿quién dijo miedo?

El médico de familia José Luis Meana "nunca" ha desaconsejado a un paciente que no se bañe en San Lorenzo. Ni cuando puede haber riesgos asociados a la edad. "Jamás les quitaría ese gusto. Es más, los echaba a todos para allá", dice contundente.

Su declaración es tanto como reconocer que no puede haber mal en esos baños fríos y tonificantes a los que algunos se hacen adictos. Su madre, Celestina "Chata" Fonseca Canal, era una de esas entusiastas. Con ochenta y muchos años "Chata" seguía fiel a sus remojones en San Lorenzo incluido algún día con temporal donde lo que de verdad ganó fue un buen susto y un revolcón de alguna ola brava. Pero en su hijo no iba a encontrar opositor a esa pasión.

"Que alguien, sea médico o no, se arrogue el derecho a decidir si algo como los baños en el Cantábrico es bueno o malo no deja de ser una babayada", sostiene Meana. Admitiendo el riesgo implícito de que personas de cierta edad -con más problemas de equilibrio, sin los reflejos ni la fuerza muscular de un joven- se adentren en el mar Cantábrico en toda circunstancia, para Meana lo que está en el otro lado de la balanza "es el bienestar que esa acción le provoca" a quien lo practica.

Y si hay que citar beneficios, los hay variados. Para la circulación, la piel, la cicatrización de heridas, la rehabilitación de lesiones musculares, contra algunas enfermedades respiratorias... José Luis Meana se queda con "los efectos tan beneficiosos sobre la circulación que generan los baños de mar. Son impresionantes. La circulación venosa se ve muy favorecida con el agua del mar, lleva implícito un masaje y un ejercicio sobre el que no cabe ninguna duda", sostiene.

A Teresa Fernández Villán, 73 años "bien llevados" y con una trayectoria consolidada de bañarse en la gijonesa playa de San Lorenzo "aunque granizara con fuerza", no hay que preguntarle por un único beneficio. Ella los engloba todos: "lo que me aporta el baño en el mar es un estado general de bienestar físico. Y también de cabeza. Me hace sentime bien de todas las formas. El agua fría me llena de energía y me levanta el estado de ánimo", relata.

Empezó un verano de no se acuerda cuándo a cumplir con el ritual del baño y estimulada por otros bañistas siguió "en otoño... y luego en invierno... y así entré en la rueda. Me encontraba bien y anímicamente, mejor". Si un día el baño no le va bien, entonces se conforma con un paseo por la orilla, remangada o sin remangar. "Es el contacto con el mar y con ese paisaje lo que siempre quiero. No sé cómo puede haber gente que vive cerca del Muro de San Lorenzo, o de la costa, y desaproveche ese regalo", declara.

El gijonés Jesús García tiene 78 años y el día 11 de noviembre de 1999 tomó la decisión de cambiar la rutina laboral por la de adentrarse en el mar. "Me jubilé y decidí que me iba a bañar como si fuera a trabajar: ya puede hacer sol, llover o nevar, es lo que toca hacer cada día". Sobre las once de la mañana pone rumbo desde su casa a la Escalerona. Lo hace por inercia y porque nada malo le ha traído esa decisión: "pasa el año y es difícil que yo coja un catarro. No voy a la playa ni por presumir, ni por lucirme ni por nada de eso", aclara. Allí tiene ya formada una tertulia y con la cuadrilla lo pasa bárbaro. Del frío del agua sólo dice que "lo malo no es cuando te estás bañando, sino cuando sales. Está más frío fuera que dentro", puntualiza.

Marta Vega (65 años) forma parte de ese grupo de veteranos entusiastas que no faltan a la cita con la Escalerona y el baño matutino. Ni se acuerda los años que lleva con el ritual, quizá una década. Aunque, eso sí, si hay mala mar o el día está muy desapacible, es fácil que renuncie al baño.

¿Y qué le aporta? "Es como salir al recreo en un día de escuela. Hemos hecho una pandilla, nos reímos, nos animamos, en el agua celebramos los cumpleaños y hasta los Reyes", relata. Esa jovialidad se traslada a otra sensación: "En el agua todos somos jóvenes. No hay dolores, mi artrosis desaparece". Pero Marta Vega no deja que el poder curativo del mar se idealice: "tuve un problema grave de dermatitis y no me lo curó el mar, me lo curaron los corticoides. Lo que a mí me aportan estos baños se explica fácil: libertad, libertad y libertad. Me hace sentirme muy viva y esa es una sensación maravillosa".

Y de esa sensación saben muchos más asturianos. A las 9.15 horas de un día de esta semana en la playa de Salinas, Jaime Jardón, Isidoro Treceño y Cesar Coto cumplen con su rito diario de zambullirse entre las frías olas del Cantábrico. Los 13 grados del agua del mar no disuaden a estos jubilados que residen en Avilés y que rozan los 70 años. Los tres llevan años, muchos, bañándose a diario y los tres están convencidos de que los baños en el mar son curativos. Todos los días se juntan junto al restaurante real Balneario, en la escalera número 1 de acceso a la playa de Salinas. Cada uno de ellos cumple diariamente con el rito del baño pero cuando empieza a mejorar el tiempo el grupo se incrementa con más bañistas.

Isidoro Treceño es jubilado de Arcelor y desde hace más de 15 años acude a Salinas a su baño diario. "Antes corría por la playa y desde hace mucho me doy el baño diario. De salud estoy bien, nunca he tenido problemas por bañarme en la playa", afirma. Sus dos compañeros son del mismo parecer. "El baño en el mar me cura todo. Las rodillas y otros golpes que di y me dieron durante mi etapa de futbolista", sostiene César Coto. Este jubilado de Fertibería jugó al fútbol en varios equipos de la comarca avilesina: el Real Avilés, el Ensidesa, el Carbayedo y hasta el Hispano de Castrillón. "Animo a la gente a que se bañe en la playa todo el año, a mí me lo cura todo", dice tajante. "El baño me sienta bien para los huesos", manifestó.

Jaime Jardón gestionó varios negocios de hostelería y ahora está jubilado. "Mi primer baño en Salinas fue en 1958 cuando nos trajeron a visitar esta playa los maestros de la escuela de San Zabornín (Illas) donde estudiaba. Me gustó tanto que desde hace 50 años me baño todos los días. Soy el decano de los bañistas diarios de la playa de Salinas".

"El baño diario es lo mejor que me puede pasar, me cambia el chip. Tengo artrosis y los médicos me dicen que siga bañándome, pero si me dijeran lo contrario yo seguiría con los baños". "Hubo días de invierno de bañarme mientras otros vecinos estaban haciendo muñecos de nieve en la playa".

Pocos son los impedimentos que tiene Jaime Jardón para no acudir a su cita diaria con el Cantábrico: sólo si juega el Real Oviedo a la hora del baño no se acerca al mar. "Se asustan que nos bañemos en invierno porque el agua del mar está fresca, pero la que sí que sale fría es la de la ducha de la playa", avisan.

Jesús Pablo González-Nuevo Quiñones, médico de Familia en el centro de salud de Otero (Oviedo) y profesor asociaciado de la Facultad de Medicina sostiene que, a falta de estudios científicos concluyentes sobre la bondad de los baños de mar tomados durante todo el año, pueden ser buenos por varias razones.

"El agua salada es beneficiosa para las articulaciones", dice. Y el choque térmico entre la temperatura del mar y del exterior es menor que en verano, manifestó González-Nuevo. "El agua del mar está fría y fuera también hace frío por ello el choque térmico es menos peligroso que en verano. Además, el agua fría del mar activa la circulación, el metabolismo o el ritmo cardiaco", señaló el médico. "El aspecto psicológico también es importante, como el hacer ejercicio siempre que sea adaptado a la edad de cada uno. Si hay personas que se sienten bien psicológicamente con su baño diario en el mar pues adelante", concluyó González-Nuevo.

La creencia popular de las bondades de los baños en el mar en invierno, como dice el doctor González-Nuevo, no están probadas científicamente, pero en muchos lugares de la geografía costera asturiana está arraigado que darse nueve baños seguidos en el mes de septiembre ayudan a pasar un buen invierno libre de gripes y catarros. Una idea que se transmite de generación en generación y que a falta de evidencia científica hay quien le da la evidencia de la historia.