Si algo tienen los principales platos de cuchara en Asturias es hacernos viajar, en la memoria, a cierto momento de nuestra vida y recordar a quien lo elaboraba, o lo sigue haciendo. Generalmente ese recuerdo es más emotivo si se trata de abuelas y madres que tenían y tienen la capacidad de reunir en torno a una excelente fabada -porque la suya era y es la mejor de Asturias, por supuesto- a su familia. O el pote hecho con las berzas de la tía Lupe, también las mejores de Asturias. O ese caldín de pita caleyera reposado en una pota sobre la cocina de carbón, que daba ese calor rico de hogar al que volver, y junto a la que se sentaba esa abuela que, con la mirada perdida en la ventana, desgranaba unes panoyes para que los nietos se entretuvieran dando de comer a las gallinas.

Era, es una fabada o un pote. Pero también somos nosotros. Lo que nos une a los asturianos; el sentimiento de pertenencia a un lugar a través de esos platos que comemos con pasión, con ganas, compartiendo charla, pan del bueno y sidra o vino de la tierra. Nada es mejor que este momento y así quedará para el recuerdo porque la vida continúa y una nueva fabada y un nuevo pote volverán a alimentar, además del estómago, nuestros sentimientos, y sobremanera y aún con más intensidad la de nuestros emigrantes, que ya se emocionan en la distancia, y mucho, sólo con ver las fotos de fabadas y de potes en las redes sociales.

Fabes, compango, pote y ese frixuelín que, aunque no sea de cuchara y, como el arroz con leche requemao, está hecho con cariño por manos que nunca olvidamos. Lo que yo llamo comer con el corazón, siempre con hambre.