Barítono, protagoniza «La del manojo de rosas»

Pablo GALLEGO

Todo surgió por una pregunta de Emilio Sagi: «¿Harías el papel de "La del manojo de rosas"?», le dijo el director de escena ovetense al barítono de Castrillón. David Menéndez debuta hoy en el personaje protagonista de esta zarzuela de Sorozábal. El mismo que descubrió a Carlos Álvarez o a Manuel Lanza. En una producción hija de la que David vio cuando era estudiante, «y ahora me encuentro sobre el escenario haciéndola». En su última temporada en el Campoamor dio vida a uno de los enamorados de «Così fan tutte», y hoy volverá a enamorarse en escena en la zarzuela que protagoniza el verano ovetense, organizada por el Ayuntamiento de Oviedo con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA.

-¿Se siente bien tratado cuando canta en casa?

-Sí. Siento que me aprecian, que me tienen en cuenta, pero todo lleva un proceso. Unas veces para pequeños papeles, otras para cosas más importantes. A lo mejor fuera empiezas a hacer papeles grandes antes, pero aquí ya me han llamado para hacer un Guglielmo de «Così fan tutte», que es importante; ahora esto, y más proyectos, como debutar en «Don Giovanni», el único Mozart que me queda por hacer. Es un segundo reparto, y una muy buena manera de debutar un papel tan importante.

-¿Qué le parece la apuesta de la Ópera de Oviedo por jóvenes valores y precios más bajos?

-Me parece muy positiva. Primero, porque así el público tiene la oportunidad de escuchar a otra gente. Cantantes que está cantando primeros repartos en otros teatros de todo el mundo. No es gente peor, ni principiantes, sólo más joven y menos conocida. Y muchas veces el público se sorprende.

-Y un buen trampolín.

-Es esencial. Cuando tienes relación con un teatro, como yo con éste, tienes más posibilidades de cantar. En otras casas donde no te conocen, si no tienes una trayectoria larga, un nombre, años de experiencia o una agencia potente que te respalde, no tienes manera de entrar. Pero si entras, cumples el cometido y te va bien, puede que se abran las puertas de otra plaza donde poder cantar.

-¿A quién le debe más, a Mozart o a Rossini?

-Uff, qué complicado. Son dos compositores con los que me siento muy a gusto. Muy parecidos, pero a la vez muy diferentes. Y los dos me han abierto caminos muy distintos. Rossini me abrió las puertas de una serie de directores y teatros. Mi primera vez importante con él fue en el Festival Rossini de Pessaro, en Italia. Por allí pasan todos los directores de teatros importantes, los agentes, y te abre muchas puertas en ese repertorio.

-¿Y Mozart?

-Con él debuté en el Liceo, un teatro importante y con el que trabajo mucho. Para mi carrera fue muy importante. Y como reto personal, al enfrentarte a un personaje de esas características en un teatro donde nadie te conoce. Así que los dos, al cincuenta por ciento. Aunque posiblemente me haya abierto más puertas Rossini, y muchas de ellas para hacer Mozart.

-Dandini en «La Cenerentola» de Rossini y el duque Almaviva en «Las bodas de Fígaro» de Mozart fueron, de hecho, sus últimos éxitos en Barcelona.

-A escala mediática es cierto, han sido los más importantes. «Cenerentola» más, porque era un primer reparto con Juan Diego Flórez y Joyde DiDonato, y eso vende. Pero en el Liceo ya había participado en otras producciones, ya había demostrado qué podía hacer, y confiaron en mí para papeles de envergadura.

-Sin rechazar papeles menos transitados, como en «Les mamelles de Tyresias».

-Cuando uno empieza es cuando puede atreverse con este tipo de cosas, porque tiene más tiempo para estudiar. Y al final, para afrontar óperas que no son de repertorio, que se hacen poco, contemporáneas, una vez que uno las mira y ve que las puede hacer, lo que necesitas es tiempo. Cuando vas de teatro en teatro, de producción en producción, no te puedes meter en esos jardines. No basta con cantar las notas, hay que madurar el papel. Y sí, me gusta hacer música diferente, aunque cuando ya se tiene una carrera no puedes permitirte determinados lujos. El papel de «Les mamelles» es endiablado. Y esos retos son los que te hacen crecer.

-¿Saber decir «no» a tiempo es clave para desarrollar una carrera larga?

-Sí. Por suerte no he tenido que decirlo muchas veces. Siempre me han ido ofreciendo cosas que yo podía hacer. Sí han aparecido papeles que no podía, o que sí podía y no debía hacer. Uno debe ser consciente de cuáles son sus posibilidades, y cómo está el mercado, cuáles son las preferencias del público.

-¿En qué sentido?

-Yo puedo hacer distintos repertorios, pero sé que en algunos la gente quiere escuchar algo que mi voz no tiene ahora mismo, o que no va a tener nunca. Para Wagner o Verdi se piensa en una voz determinada. Y a lo mejor hay otra totalmente diferente y que lo hace increíblemente bien, pero no es lo que el público espera. Y no sólo por la voz, a lo mejor no das el físico.

-¿Por ejemplo?

-En un curso preparé los dúos de Fígaro y Susanna. Los he cantado infinidad de veces, es un personaje que he preparado, que me va bien, en el que estoy a gusto y que podría hacer perfectamente. Pero un amigo me dijo: «por mucho que te corten los pantalones y te caractericen, tú sigues siendo el Conde». Y es verdad. Con los barítonos de Mozart pasa. Hay cosas de un personaje que te entran directamente, y de otros, por mucho que te esfuerces, no.

-¿Es cada vez más importante para conseguir un personaje no sólo la voz sino el físico, entrar por los ojos?

-El físico es muy importante. Pero no ser alto o bajo, guapo o feo, sino que la persona que te ve se crea el personaje. Y lo primero que ves de un cantante, antes de que abra la boca, es su físico. Tienes que actuar. Salir y cantar solamente ya no vale.

-¿Es Emilio Sagi el «hado madrino» de los cantantes españoles?

-Emilio fue una de las primeras personas en hacer realidad lo que mucha gente dice y luego no hace: confiar en la gente joven. Tiene buen ojo, ve dónde hay un artista y apuesta por él. En el teatro de la Zarzuela empezó a hacer repartos jóvenes, que en España no había. Y de allí salió una infinidad de cantantes que ahora mismo tienen carreras importantísimas. El secreto de la varita de Emilio es que te da la posibilidad de demostrar lo que vales. Y si ve que vales, se arriesga. Hemos trabajado juntos muchísimo, y le estoy muy agradecido por todo lo que me enseña sobre el escenario.

-¿Se acostumbra uno a vivir con la maleta a cuestas?

-No. Hay épocas en las que uno lo lleva mejor, y otras en las que lo lleva fatal. En septiembre me fui a Barcelona con una maleta para estar allí dos meses a final de verano, luego a Bilbao casi en invierno y no volví en cuatro meses a casa. Se hace duro. A veces no tienes la referencia de estar en ningún sitio. Estar en un mes en un hotel, lloviendo, en diciembre... Quizá para mí sea la parte más negativa de todo esto.

-¿La soledad?

-Más el viajar. A estar solo te habitúas, va en el carácter de cada uno. Pero por otra parte es una profesión cómoda, te permite llevar a tu familia contigo, o de repente cogerte un mes libre y no hacer nada. Pero después de una función maravillosa, de un gran éxito en el teatro y el camerino lleno de gente, te vas solo al hotel a cenar. Al final lo que echas de menos es compartir todo lo bueno que te está pasando con la gente a la que quieres.

David Menéndez

El barítono asturiano levantará esta tarde el telón del teatro Campoamor para dar vida a Joaquín en la zarzuela de Sorozábal «La del manojo de rosas», en una nueva producción con la firma de Emilio Sagi y la dirección musical de Virginia Martínez. Con una carrera asentada en el repertorio mozartiano y el «bel canto», Menéndez ha construido una sólida carrera lírica que lo ha llevado desde el Campoamor, donde ha cantado en numerosas ocasiones, al escenario del Liceo de Barcelona al lado de estrellas como Juan Diego Flórez. Atrevido con el repertorio menos habitual y la ópera contemporánea, participó en el estreno absoluto de «La hija del cielo» de Falcón Sanabria, en Las Palmas.