Avilés, que es una ciudad de las afueras de las afueras, en teatro es principal. Tiene un escenario tan singular como que lo diseñó Manuel del Busto. Y se nota. El teatro avilesino es el último del siglo XIX y el primero del XXI. Lo empezó a vivir mucho antes de que el tercer milenio hubiera echado a andar: en aquel noviembre de 1992, cuando la reapertura, cuando “El imposible mayor en amor, le vence Amor”, la zarzuela aquella de Francisco Bances Candamo y de Emilio Sagi. Era el año de los Juegos Olímpicos de Barcelona, de la Expo de Sevilla, pero también del comienzo de la reconversión industrial. España se quería hacer grande empequeñeciendo su aparato tradicional. Crisis de la buena y nuevos caminos hace más de tres décadas: las que lleva en la calle la edición avilesina de LA NUEVA ESPAÑA. O sea, que ya había teatro. Lo que faltaba era público. Los ochenta –lo cuenta superbién Juan Carlos De la Madrid en su “Historia del teatro Palacio Valdés”, que fue adelantando el año pasado, el de la pandemia, en estas mismas páginas– fueron los años de las comisiones ciudadanas. Los noventa, los de llevar a los ciudadanos al teatro. Los gestores de aquellos entonces –Antonio Ripoll, de manera subrayada– idearon los ciclos: fidelizar espectadores como los fidelizan los súper. Unas cuantas funciones a precio asequible. Y así uno ha visto en la villa a Federico Luppi, a José Sacristán, a Concha Velasco, a Lola Herrera, a Juan José Otegui... Y así es como las funciones desiertas de finales de los noventa se quedaron en la historia.

Ese primer paso se consolidó con un nuevo proyecto: traer a Avilés todos los estrenos nacionales posibles. Hubo años de catorce. Hubo años en que Kevin Spacey moría colgado de los pies después de haberse quedado sin caballo y sin reino. Estos años que nos han traído hasta aquí han convertido al teatro Palacio Valdés en eso que algunos llaman “estrenódromo nacional” y otros, simplemente, teatro: el de la mejor programación del Principado. No hace falta ir a Madrid o a Cataluña: hay que ir a Avilés, que en el pasado apostó por el teatro porque era una idea con porvenir.