Estamos de efeméride, de recordatorio de un trigésimo aniversario, echando la mirada atrás e imaginando el futuro de los próximos 30 años.

Hace treinta años el concejo de Avilés rondaba los 85.000 habitantes, era una de las ciudades más jóvenes de Europa, una ciudad llena de vida y de universitarios y con algunos problemas de drogas. También era una ciudad conocida por el mal olor de la industria, con una atmósfera altamente contaminada y una ría convertida en una cloaca.

Llevábamos unos 20 años con el padrón estabilizado, pero seguía creciendo a buen ritmo el parque de viviendas y el centro de la ciudad estaba lleno de coches. Nadie se acordaba del sector primario, todo era industria. Aunque ya se vislumbraba la primera crisis industrial, aún había ilusión, quizás por efecto de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Tampoco las administraciones se preocupaban mucho por las cuestiones medioambientales, a pesar de que el Colectivo Ecologista de Avilés y el Grupu d'Ornitoloxía Mavea lo recordaban continuamente.

Todo eso era el resultado de los anteriores 30 años. En 1960 estaban recién construidas varias grandes empresas, con un impacto ambiental brutal, que desconfiguró por completo todo el entorno de un estuario antes lleno de vida. El Avilés pescador, que disfruta de la mar y de sus playas, con mercados agrícola y ganadero de gran prestigio, se transforma totalmente, manteniendo a duras penas su rico patrimonio cultural e histórico, pero perdiendo casi por completo su patrimonio natural. Y casi hay más gente hablando andaluz/extremeño que asturiano.

En las décadas de los 50 y 60 la población se multiplicó por 4, en una fase de crecimiento urbanístico a lo loco, a la par que crecían los problemas ambientales y sociales. Hubo un boom demográfico exagerado, con gente llegada de toda España a unas condiciones de vida económicamente muy ventajosas. Quien supo aprovechar la oportunidad de tanta actividad frenética, tanto en la industria como en la construcción o el comercio, se hizo rico, adinerado, muchas veces a costa de sobres, favores y “cuentas B”.

Mucha gente se creyó que todo era jauja, pero los últimos 30 años, a pesar de una cierta estabilidad demográfica, nos han llevado a un municipio de los más envejecidos de España, con cientos (o quizá miles) de viviendas vacías, calles con centenares de locales comerciales cerrados y casi todos los problemas ambientales pendientes de resolver. Hubo planes con nuevas ilusiones, basados en pelotazos urbanísticos y posibles plusvalías más que dudosas, pero que se quedaron en el papel.

Solo Mavea y el Colectivo Ecologista se han preocupado estos 30 años de acercar a la ciudadanía el conocimiento de la realidad ambiental y de realizar educación ambiental a todos los niveles.

Nos encontramos en un municipio con mucho potencial de patrimonio histórico, cultural, industrial e incluso aún mantiene un cierto patrimonio natural de interés. Aunque es ahora una ciudad muy paseable, con muchas calles de tráfico restringido, con un patrimonio histórico muy restaurado, lo cierto es que sigue sin resolver el saneamiento, la contaminación o la gestión de residuos.

Quizás haya que mirar al futuro con menos ansias de grandeza y procurando crecer en lo que somos y en lo que tenemos, no pensando en grandes proyectos faraónicos

David Díaz - Secretario del grupo ornitológico Mavea

En este punto, conviene recordar una frase famosa: “Gran ciudad es aquella que puede manejar la basura y el arte con igual eficacia.” Está claro que a pesar de los sueños de grandeza de algunos, no somos una gran ciudad.

Los momentos de crisis son también una oportunidad si se sabe mirar a largo plazo, algo a lo que no estamos muy acostumbrados. Pero quizá haya que mirar al futuro con menos ansias de grandeza y procurando crecer en lo que somos y en lo que tenemos, no pensando en grandes proyectos faraónicos.

Sueño con un municipio/comarca que recupere el horizonte de sí mismo, que se quite los “sambenitos” de ciudad oscura y fea, que se olvide de macroproyectos y delirios de grandeza. Espero una ciudad para moverse a pie y en bici, que recupere la actividad pesquera, industrial, cultural, agrícola y ganadera a nuestra escala. Un municipio lleno de placas solares, sin viviendas ruinosas o insalubres y en la que los servicios sociales tengan muy poco trabajo.

Sueño con una comarca que vuelva a mirar a su tierra y a su naturaleza; que la población vuelva a saber cómo son los grillos, cómo suenas las curuxas y cuáles son los pájaros que nos alegran las mañanas en los parques y en las zonas periurbanas. Una ciudad que le vuelva a dar importancia a la vida de las marismas y los mares, con gentes que conozcan, amen y respeten su entorno.