Hablar y recordar a LA NUEVA ESPAÑA es mirar hacia atrás, no con ira, sino con una inmensa nostalgia. Y cariño. Y dar gracias a quien sea por haber pisado su redacción y cambiar mi vida.

Hablo de tan atrás, que hace de eso la friolera de 63 años. Yo estudiaba en Oviedo y habían decidido que fuera ingeniero industrial. Me metieron en el Colegio Mayor San Gregorio, y a luchar por una cosa nueva y desconocida que ni sabía si me gustaría. No teníamos otra. No existía ni voz ni voto.

Pero en ese colegio, cosas de la vida, convivía con nosotros un periodista excepcional que aún hoy es recordado como un gran, grande, maestro de periodistas. Se llamaba Juan Ramón Pérez Las Clotas y era redactor jefe de la primera NUEVA ESPAÑA de la Calle Asturias. Y estaba a las órdenes de Paco Arias de Velasco, otro director tan peculiar como Clotas y, a nivel humano, un padrazo inolvidable.

Siempre tuve las puertas abiertas de LA NUEVA ESPAÑA, el lugar donde, de la mano de Juan Ramón Pérez Las Clotas, aprendí que ser periodista, aunque seas malo, es ante todo un acto de servicio.

Nacho Artime - Periodista

Y así cambió mi vida. Tal vez hubiera sido un pésimo ingeniero industrial, pero creo que fui un buen periodista. O lo soy, porque los periodistas –buenos o malos– lo somos hasta que nos vamos. Mi madre, que era quien regía mi vida, no quería ese cambio de carrera. El periodismo a finales de los 50 estaba muy mal visto. Tanto que mi madre me gritó enfadada: Periodismo... ¡bandolerismo! Pero era tanta mi insistencia que llegamos a un acuerdo. Y a una oportunidad. Que al menos acabara la carrera y a ver qué pasaba después.

Y antes de ir a Pamplona a hacer mi carrera, inicié mi formación en aquella redacción modesta y pequeña, llena de viejos y curtidos periodistas, que no veían con muy buenos ojos la llegada de chavales tan llenos de vida y nuevas ideas. Porque al mismo tiempo llegó de Moreda Graciano García y, con la misma edad, la amistad estaba cantada. Fuimos el dúo dinámico del periodismo asturiano, porque Manolo y Ramón abrasaban en lo que luego serían los superventas y los 40 Principales de la Cadena Ser. Y a Graciano, del que aún conservo esa estupenda amistad, le pasó lo mismo. Allí, con esos maestros, con el aprecio que les fuimos tomando, la vocación inicial se tornó en doctrina y por lo tanto en una religión. El ser periodista cambia también los esquemas de tu vida. Y eso fue lo que pasó con la mía.

Perdón por esta personalización, pero es que quiero destacar un papel muy importante que tuvo LA NUEVA ESPAÑA para un montón de jóvenes periodistas asturianos. Fuimos un grupo nacido en la llamada también Escuela Clotas, que bien en Madrid, o sin salir de Asturias, tuvimos un estilo tan diferente como común. Alguien nos había enseñado los valores éticos de esta bendita profesión. Y cómo ponerla en práctica.

Por eso me ha impresionado que LA NUEVA ESPAÑA de Avilés cumpla ¡¡¡30 años!!! Por otras cosas de la vida había asistido al nacimiento de LA NUEVA ESPAÑA de Gijón. Y hasta llegué a trabajar un tiempo, antes de mi regreso a Madrid para dedicarme de lleno a mi segunda vocación: el teatro. Clotas ya estaba jubilado, pero seguía siendo el maestro de aquella experiencia que dirigía el gran gran periodista y amigo Fernando Canellada, hoy dirigiendo en Las Palmas. Y que fue sustituido por Paco García, hoy subdirector de LA NUEVA ESPAÑA, en Oviedo. Quiero decir que la escuela continuaba. Y que seguro que continuará.

Desde Madrid yo seguía escribiendo. Con LA NUEVA ESPAÑA avilesina tenía menos contacto, hasta que llegó Ángeles Rivero, una enorme periodista a lo Clotas. O sea, no periodista de escribir, sino de hacer periódicos. Los hacía en Gijón, y llevó a la de Avilés, con la ayuda de Luis M. Alonso, a un gran momento. Ella me animó a hacer un artículo semanal cuando yo andaba sin parar por medio mundo con mi teatro a cuestas... Y nunca he dejado de decir mis verdades, de entrar en polémicas, de recibir insultos... en fin, cosas de los periodistas tercos.

Ángeles se fue a Oviedo a ser la primera directora de un diario asturiano y a demostrar su enorme valía aprendida en Avilés. Y llegó a Avilés otro periodista de la escuela: Vicente Montes. Y tuve con él una enorme empatía. Al hacerme productor de teatro en solitario, empecé a estrenar mis obras en Avilés en el más guapo coliseo de España, o sea nuestro querido Palacio Valdés. Y conocí más de cerca a uno de los mejores críticos de teatro de este país, otro gran periodista de raza, Saúl Fernández. Un gran gran tipo y escritor, ya que incluso hizo en asturiano la versión teatral de uno de mis grandes éxitos, “Shirley Valentine”. O sea, productos unidos de LA NUEVA ESPAÑA.

Siempre tuve las puertas abiertas de la casa e incluso el gran apoyo en mi lucha en solitario del crimen del Niemeyer. Todos tapaban los ojos deslumbrados por el populismo y el dinero gastado a manos rotas por Tini Areces y sus títeres. Sobre todo por “la bien pagá”, de cuyo nombre me cuesta acordarme. Los jueces me dieron la razón. Algo olía a podrido en la ría avilesina. Eso sí que fue bandolerismo en estado puro, y no el de mi adorada Madre.

En fin, nuestro querido diario es el séptimo de este país en ventas, calidad e influencia. Todo un honor para los que fuimos y somos sus servidores. Ser periodista, aunque seas malo, es ante todo un acto de servicio. O como dicen los americanos, un servidor público. Y en eso sigue esa escuela del inolvidable maestro Clotas.

Felicidades.