Me corregirán ustedes, con razón, que lo que canta el famoso tango “Volver”, de Carlos Gardel, es que “veinte años no es nada”, que es un cincuenta por ciento más de tiempo que treinta años. Me dirán que treinta años es bastante tiempo en la vida de un ser humano, que es como un tercio de su vida, siendo persona longeva. Y es verdad, pero también lo es que para la vida de un pueblo ese lapso de tiempo apenas es más que nada.

Fíjese que Avilés quedó constituida como villa de realengo por medio del fuero que le otorgó el rey Alfonso VI, en el año 1085, confirmado por su nieto el rey Alfonso VII, en el año 1155. Así que en Avilés contemplamos más de mil años de historia. De modo que treinta años en la vida de nuestra villa apenas es nada.

En esos segundos de la historia de la villa se han sucedido cuatro alcaldes, Santiago Jesús Rodríguez Vega, sucesor de Manuel Ponga Santamarta; Agustín González Sánchez, el único popular, tras el que retornó Santiago; Pîlar Varela Díaz, y María Virtudes Monteserín Rodríguez, actualmente vigente. No puede decirse que no hayan sucedido cosas durante este tiempo y esos mandatos.

Con toda seguridad, lo más relevante fue la peatonalización de gran parte del centro de Avilés que, a pesar de las críticas de algunos poco viajados y con poca visión de futuro, consiguió hacer el casco histórico más amable para los vecinos y más atractivo para los turistas y visitantes. Se han suscitado también durante este tiempo otros grandes proyectos para la villa, que trasformarían radicalmente su configuración. Me refiero especialmente a la supresión de las vías ferroviarias, que separan la villa de su ría, y la llamada ronda Norte, soñada para evitar el tránsito de vehículos pesados por nuestras calzadas. Llevamos casi esos treinta años con tales ideas, que no han superado la fase de elaborar un proyecto tras otro, sin llevarse a la práctica. Igual que la manoseada perrera, que no hay manera de hacerla realidad.

Hubo una idea en este tiempo que unía la historia de Avilés con un futuro prometedor. Consistía en recuperar en parte el alfoz de Avilés, que le otorgó el rey Fernando IV, en 1309, aunque fuera limitado a los concejos de Avilés, Castrillón, Corvera e Illas, mediante la unión de sus municipios. Con ello se convertiría en una realidad jurídica la que ya existe física, geográfica y económicamente. Tendría la ventaja de que ese Avilés unificado se convertiría en una gran ciudad, con las mejoras económicas y de gestión administrativa que ello supone, sin que desaparecieran los vínculos afectivos con los viejos concejos, porque se podrían transformar en distritos.

Reconozco que esa idea del gran Avilés unificado siempre fue minoritaria y muy poco querida por los políticos, siendo casi su único adalid y gran defensor el que fue alcalde de Corvera Víctor Manuel Álvarez León. Es que el problema que existe con ello no es más ni menos que se produciría la jubilación de un buen montón de políticos. Actualmente, Avilés tiene 25 concejales, Castrillón tiene 21 concejales, Corvera tiene 17 concejales e Illas tiene 9 concejales, que en total dan la suma de 72. Si se unificaran en un solo ayuntamiento tendría 27 concejales. ¡De ninguna manera, que se nos va a la mierda el pan de 42 familias!

Es fácil comprender que la recuperación parcial del alfoz de Avilés, con la unificación de los concejos se muestra como la gran esperanza de un futuro brillante para la zona. Se podría ordenar urbanísticamente con mayor acierto, conectar a sus habitantes con un transporte público más eficiente y promover la actividad económica con mejor visión. A ver si se consigue en los próximos treinta años, en los que esperemos que haya menos políticos con hambre.