Mario Fernández Fraga (Pola de Lena, 1971) es científico titular del Centro Nacional de Biotecnología, dependiente del CSIC. Licenciado en Biología por la Complutense, y en Bioquímica por la Universidad de Oviedo, es director de la Unidad de Epigenética del Cáncer del Instituto Universitario Oncológico del Principado de Asturias (IUOPA). Regresó a su región tras ocho años de trabajo en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Hace unas semanas un artículo suyo fue portada en la revista «Nature Reviews Genetics», la más importante de su sector. El trabajo, cofirmado con Robert Feil, planteaba los efectos del medio ambiente en la genética humana.

-¿Se puede explicar el cáncer en diez líneas?

-Tenemos cincuenta billones de células, no las vemos pero están ahí. Y de pronto una se pone a crecer de forma incontrolada y va destruyendo los tejidos que tiene a su alrededor y luego otros tejidos alejados mediante las metástasis. ¿Por qué ocurre eso? Porque lo que dirige el funcionamiento celular, que es el ADN, falla. ¿Y por qué falla? Por muchos motivos. Porque, por decirlo de alguna forma, ya viene defectuoso de fábrica (heredamos el defecto de nuestros padres) o porque se le ha expuesto a cosas a las que no debería estar expuesto que pueden alterar su secuencia o su funcionamiento.

-El tabaco, por ejemplo.

-En realidad, todo a lo que estamos expuestos tiene efectos. Aquí hablamos de los agentes medioambientales con efecto permanente sobre nuestro fenotipo y que originan una actividad a nivel de nuestros genes, que queda grabado en ellos. Los efectos nocivos para la salud del tabaco no ofrecen discusión alguna, aunque es cierto que todavía no conocemos completamente los mecanismos moleculares que median estos efectos. Hay estudios que muestran que fumadores que todavía no han desarrollado cáncer de pulmón ya tienen algunas alteraciones epigenéticas en su epitelio pulmonar.

-Y que nos vuelve más susceptibles a la enfermedad.

-Puede que si. El reto para el futuro será determinar los mecanismos a través de los cuales el humo del tabaco induce estas alteraciones premalignas y si la acumulación progresiva de las mismas está directamente implicada en el desarrollo del cáncer de pulmón.

-¿Un hijo de madre que fuma durante el embarazo tiene más probabilidades de sufrir a lo largo de su vida un cáncer asociado al tabaco?

-Las alteraciones epigenéticas generan cambios moleculares permanentes, que condicionan a nuestro organismo a largo plazo. Y cuando eso ocurre en el estado embrionario, lo condicionan para toda la vida. Y no parece que haya posibilidad de vuelta atrás. Aún así, hoy no podemos afirmar que el hijo de madre fumadora va a tener más susceptibilidad ante determinadas patologías, pero lo llegaremos a saber. Y pronto.

-¿Cuándo?

-Cuando los proyectos de secuenciación de los epigenomas completos avancen un poco más. En cinco o diez años. En el momento en que un ser es concebido hereda una marca genética, pero lo que pasa en esos nueve meses de embarazo es como una segunda tanda de instrucciones. Y eso es bueno que las mujeres, futuras madres, lo sepan. Si con esta entrevista se consigue que una embarazada deje de fumar, objetivo cumplido.

-Se puede decir que nuestro destino epigenético depende de nuestras madres, para bien y para mal.

-Y de las circunstancias en que se desarrolle ese embarazo. Hay un estudio apasionante que demuestra las consecuencias asociadas a que la madre haya pasado hambre durante el embarazo. Esos niños tienden a desarrollar enfermedades metabólicas y diabetes tipo 2. El hambre de la madre es como una información que queda grabada en la mayoría de las células de su hijo y que le prepara para vivir en una situación de poca comida, de escasez, y lo vuelve muy vulnerable para una posible situación nutricional de cierta abundancia.

-El feto se vuelve más vulnerable a la abundancia, pero se supone que más resistente al hambre.

-Sí, porque cuando hablamos de vulnerabilidad o susceptibilidad siempre tendemos a pensar en algo negativo, y no es necesariamente así. Puede que haya agentes medioambientales que nos vuelven biológicamente más eficaces. No lo sabemos. Estamos lejos de conocer las sustancias que son buenas de verdad, y sólo intuimos aquellas malas, como el alcohol o tabaco.

-¿Sólo es una intuición?

-Los efectos nocivos para la salud del alcohol y del tabaco no ofrecen discusión alguna. Dependiendo del número de cigarrillos fumados por día, los fumadores tienen un riesgo de hasta 20 veces mayor de desarrollar cáncer de pulmón que los no fumadores. Es decir, hay una relación directa entre el tabaquismo y el cáncer. Lo que intuimos son los mecanismos que median el proceso. Nos basamos en estudios asociativos, pero aún no somos capaces de explicar muchas cosas. Por ejemplo, a nivel epigenético, está pendiente de explicar el paso desde el tabaco a la alteración molecular. Nos queda aún por descifrar tres o cuatro etapas intermedias, pero hay mucha gente trabajando en ello.

-Heredamos los genes, pero ¿heredamos también los «errores» de nuestros padres?

-El asunto de la heredabilidad es muy complejo. En principio, las marcas no pasan porque hay un proceso biológico que yo llamo el formateo epigenético que hace que el nuevo organismo empiece de cero. Si no fuera así habríamos desaparecido como especie hacía mucho, mucho tiempo. Imagine que cada generación traspasara a la siguiente sus vulnerabilidades epigenéticas además de su carga genética. Al cabo de cuatro o cinco de esas generaciones ocurriría una catástrofe biológica. Cuando no se produce ese formateo, ese borrado del disco duro por decirlo de alguna forma, ocurre lo que le ocurrió a la famosa oveja «Dolly», a la que clonaron con una célula adulta que no había pasado por el «borrado». En seguida sufrió artrosis y murió de vieja prematuramente.

-¿Asunto cerrado?

-No tanto. Hace seis o siete años se publicó un trabajo sobre los efectos de la vinclozolina, un pesticida. Fue un trabajo muy controvertido que parecía demostrar que esos efectos podían tener consecuencias epigenéticas directas sobre tres generaciones, es decir, sobre tus bisnietos. Mucho más cercano en el tiempo, las mejores revistas científicas del mundo publicaron el año pasado otro estudio que demostraba que las dietas altas en grasa marcan el epigenoma hasta tres generaciones. Nadie lo ha rebatido, pero falta que otros grupos lo demuestren.

-O sea, que el formateo epigenético no es perfecto.

-Yo creo que el borrado funciona, y funciona muy bien, lo que evita el colapso biológico. Y en cualquier caso si hay algunas marcas que se transmiten generacionalmente, son mínimas. Y cuando me refiero a mínimas hablo de una o dos entre diez mil millones de acentos en el ADN. Son pequeñas en número e intensidad.

-¿Tiene sentido pensar que un feto expuesto a, pongamos, música clásica, va a ser un niño con más probabilidades de tener buen oído?

-El campo que relaciona los factores de exposición medioambiental con el comportamiento es fascinante, pero aún nos queda corroborar su significación biológica. Pero es que las alteraciones epigenéticas las tenemos a lo largo de toda nuestra vida. Hay estudios que asocian esas alteraciones epigenéticas en los adultos que de niños sufrieron abusos. Está claro que nuestra condición vital depende de nosotros, de nuestros padres, de nuestro entorno. Pero ¿en qué medida?

-¿Cuál es su trabajo en la Unidad de Epigenética del Cáncer?

-Nuestro grupo de investigación estudia sobre todo alteraciones epigenéticas implicadas en el desarrollo de los tumores. Uno de los proyectos principales del laboratorio consiste en la identificación de los epigenomas alterados en leucemias, con especial atención en las infantiles. Para ello utilizamos técnicas de secuenciación de nueva generación que permiten obtener una cantidad increíble de información en muy poco tiempo. Nuestro reto para el futuro es establecer las bases técnicas para ser capaces de procesar y entender toda esta información.

-¿Conclusiones hasta la fecha?

-Van a pasar dos o tres años hasta que podamos decir cosas.

-Si se habla de plazos, la gente desespera.

-Es que cada tumor es un mundo porque fallan miles de cosas a nivel molecular. El reto es identificar todos los fallos que se dan en los tumores, y por primera vez en la historia del ser humano estamos en disposición de empezar a hacerlo. Ahora sí. Si somos capaces de conocer todo lo que falla será mucho más fácil dar con una estrategia adecuada.

-El Instituto Universitario Oncológico del Principado de Asturias (IUOPA) se ha convertido en una referencia.

-Voy a ir mucho más allá. La biomedicina en Asturias es un paradigma a nivel mundial y pasa desapercibido para muchos. Póngase en la calle Uría a preguntar qué es el IUOPA a ver cuántos encuestados le contestan correctamente.

-La ciencia se vende mal.

-No sólo eso. Si preguntamos de forma individual qué es más importante, curar el cáncer o que haya fútbol los domingos, casi todo el mundo dirá que curar el cáncer, pero eso después no se traduce en la realidad. El Oviedo o el Sporting tienen un presupuesto mayor que el IUOPA, y el Real Madrid infinitamente mayor que el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. Al final estas cosas reflejan el sentimiento de la sociedad. El IUOPA es una maravilla, está presente en las mejores revistas del mundo y funciona sobre todo con apoyos privados, como los 900.000 euros anuales de Cajastur. Aunque la Administración también apoya al IUOPA, los políticos deben tener claro que este apoyo tiene que ser firme y constante. No me explico que para un centro puntero en la lucha contra el cáncer no haya más donaciones privadas. En Asturias hay personas con mucho dinero que deberían sentirse orgullosas de aportar su esfuerzo. Un centro así deberíamos sentirlo como algo muy nuestro, algo de todos. Y no es así.

-¿Qué es la epigenética?

-No es fácil explicar. Cuando doy charlas pongo este ejemplo. Imaginemos un texto que no tenga ni signos de puntuación ni separaciones entre palabras. Ese texto, que podemos leer con dificultad, sería la genética, el ADN que heredamos de nuestros padres. La epigenética es ese mismo texto al que ya le colocamos acentos, signos y separaciones. El texto inicial sigue estando ahí pero las marcas epigenéticas facilitan la lectura. Cuando surge la enfermedad, falla el código, o sea, ese texto del que le hablaba, sin signos ni separaciones, y también fallan las marcas.