Apenas hay más carbón en Sama que el falso que saca «La carbonera» de una vagoneta de mármol incrustada en el monumento al ingeniero Luis Adaro en el parque Dorado. Todo esto empezó en los años sesenta, confirmará Asunción Naves, de regreso al principio del desenlace de la economía industrial minera, de vuelta a aquello que poco a poco empezó a evitar la renovación demográfica de esta villa. Ella resume la secuencia en presente, prueba tal vez de lo abiertas que siguen las heridas: «Deja de entrar gente joven porque no hay trabajo, llegan las prejubilaciones» y con ellas, o por su culpa, el éxodo. En la versión de Jesús García, fueron ellas «las que hicieron en buena medida que la gente se marchase de aquí a Oviedo y a Gijón. En realidad en un noventa por ciento a Gijón y en un diez a Oviedo», precisa. Se fueron sin dejar apenas sustitutos, como las minas. Porque la reindustrialización «mal hecha» no proporcionó alternativas fiables, porque con las minas Sama perdió de una vez uno de sus grandes filones de empleo y el gran alimento para el otro, su comercio, el sector servicios que hacía caer aquí a todo el valle del Nalón. El modelo, «los fondos mineros, fue un grave error», remata García. En la capital del concejo que por la fuerza de su industria dio nombre al tercer ferrocarril de la España peninsular «no se buscó una alternativa en condiciones después de perder la minería» y a Sama, mientras esperaba, se le fueron algunos trenes. Ésa es la imagen que vuelve al discurso una y otra vez. Vicente Gutiérrez Solís persevera sobre la sensación de que aquí «perdimos el momento importante para haber cambiado el modelo productivo y hay que meterse a fondo con los fondos, porque hay responsables políticos que han estado aquí durante años: los sindicatos, los políticos y todos los que gestionaron ese dinero».

Por detrás de la frase asoma otra vez el resquemor frustrante de los trenes perdidos, más dolorosos ahora que por no quedar no quedarán ni fondos, que los recortes de la crisis han alcanzado de lleno a las partidas para la reestructuración minera y que buena parte de los proyectos de futuro amenazan con resentirse gravemente. «Perdimos el hospital de parapléjicos», ilustra Jesús García retrocediendo hasta el gran proyecto que dio muchas vueltas antes de transformarse en un centro de discapacitados que se construye en Barros rodeado de incógnitas respecto a su gestión y financiación. «El espacio perfecto era el sanatorio Adaro», afirma él señalando al edificio vecino del río, alargado y repintado de granate y amarillo, a su juicio el ideal por su situación y accesos, «en el nudo de salida a la autovía, junto al paseo fluvial del Nalón y enmarcado además en un hospital de renombre internacional». El presidente de Acosa ha llegado a las propuestas de futuro a través de las vías de los trenes perdidos, ha vuelto la mirada hacia la cabecera del Valle y se ha parado en lo importante que sería «para todos» en la comarca, afirma, que se permitiera al fin la navegabilidad y el uso lúdico de los embalses de Tanes y Rioseco. Sin demasiado espacio para la expansión industrial en esta villa de paisaje cerrado, «lo único que podemos explotar son los recursos naturales de un valle tan impresionante como el que tenemos». García anota ésta entre las fortalezas de un análisis que no olvida la exigencia de comarcalizar de verdad el Nalón, porque la primera mancomunidad de Asturias, que fue ésta, debería hacer fuerza por todos y en la práctica, dicen aquí, «en lugar de ampliar ha servido sólo para duplicar los servicios», termina Vicente Gutiérrez.

Con cierta timidez por el atisbo de algunas dificultades prácticas se abre camino por ahí el asunto espinoso de la fusión municipal. Es ese que se hace mucho más audible en los concejos grandes que en los pequeños y que desde Sama manifiesta por ejemplo Luis Ardura, presidente de la sociedad La Montera, un club social resistente que se prepara para celebrar este año su primer centenario. Ceferino Sanfrechoso, memoria viva de Sama, recuerda haber oído desde hace tiempo el soniquete de lo raro que resulta tener «tres alcaldes, tres arquitectos, tres secretarios y tres interventores en sólo catorce kilómetros». Ahí van a tener el respaldo de Aladino Fernández, que dio como alcalde vía libre a la entonces pionera mancomunidad y que sigue hoy apostando por ampliar la fusión «hasta Laviana», por dar pasos «paulatinamente» hacia un solo municipio en toda la ciudad lineal que parte de Riaño y llega sin detenerse hasta Pola de Laviana.

En lo que le importa Sama, y una vez que siguen ahí, pero en silencio, las viejas instalaciones mineras de Modesta y El Fondón, se impone una vez más la certeza de la apuesta por la función terciaria y residencial. Modesta, de la que sólo queda el castillete, se hará parque empresarial con esa directriz de partida; El Fondón, historia de la minería asturiana, el segundo pozo profundizado en Asturias, aloja el archivo histórico de Hunosa y a la Brigada de Salvamento Minero. En esta nueva Sama, el parque Dorado ya se termina en dos pistas de pádel y un minigolf y los paseos junto al río, uno en cada orilla, con carril bici, zonas verdes y hasta el «Cuélebre» de acero de Joaquín Rubio Camín emergiendo del césped, enseñan alguna dirección hacia la calidad de vida. Está también la vitalidad social y el espíritu de resistencia de las viejas poblaciones de tradición industrial, los cien años de La Montera, los ochenta que cumple el Laureado Coro Santiaguín y la pretensión de unir fuerzas para hacerse oír donde corresponda, porque hasta ahora dicen que «se nos oye, pero no se nos escucha», afirma Jesús García. Al final, en la receta pone resistir y pelear, lo mismo que en el parque Dorado pide a su manera Mánfer de la Llera, escritor langreano, en una cita puesta en una placa bajo la escultura de un minero que compone una «x», una incógnita, con las piernas abiertas, las manos levantadas y la piqueta en alto: «La vieja galería exangüe siente el peso de los años, la agonía, es preciso dotarla de energía y volverla a la vida nuevamente...».

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Resultó que el alcalde era geógrafo y que su tesis doctoral se titulaba «Langreo: industria, población y desarrollo urbano». En 1983, con Aladino Fernández García al frente, el Ayuntamiento fundió en una sola entidad administrativa seis núcleos que quedaron de pronto travestidos en distritos urbanos de la misma población, la ciudad de Langreo, la nueva capital, un modelo metropolitano múltiple que no se da en ningún otro rincón de Asturias. El planteamiento, afirma ahora el ex alcalde, trataba de ordenar la unificación de hecho que ya se había operado sobre todo entre Ciaño, Sama y La Felguera y «cambiar la confusión por fusión», entendiendo ésta como una unión «no sólo física, sino funcional, una integración en la que la provisión de equipamientos y servicios se hace pensando no en las partes sino en el conjunto». Los estudios de la realidad territorial de Langreo descubrieron a Fernández una aspiración a la unidad que «se había planteado ya a principios del siglo XX» y que dio pie a mociones durante los mandatos de Antonio María Dorado, alcalde de Langreo en la última década del XIX y la primera del XX.

En los ochenta hubo que adecuar la señalización y el callejero, porque los nombres de muchas calles se repetían, sobre todo entre Sama y La Felguera, y finalmente en aquella Corporación la nueva ciudad obtuvo un sí «unánime», recuerda Fernández. En la calle, casi tres décadas después, el balance le dice que «es cierto que subsisten elementos de personalidad distinta, pero eso ocurre en todas las ciudades, hay que saber encauzarlo». Verdad también, sigue el geógrafo langreano, que el localismo existía y que de algún modo sigue aquí, pero el tiempo ha demostrado que no se trataba de hacer desaparecer ninguna de las entidades preexistentes. El ex alcalde da con un ejemplo visible en los indicadores de las salidas de la autopista, que dirigen hacia Langreo añadiendo entre paréntesis el topónimo del distrito correspondiente. Perviven rescoldos de aquella vieja rivalidad que también tuvo en su momento de mayor fragor, según el análisis de Aladino Fernández, un curioso alimento político. Hablando de sensibilidades distintas y de formas de ser divergentes, se desarrolló aquí una rencilla «alentada por diferencias políticas, porque las representaciones de Sama y de La Felguera eran políticamente diversas. Sama y Ciaño eran más socialistas, mientras que en La Felguera, Barros y tal vez Lada lo que predominaba era un conjunto que se podría considerar mas situado en el centro-derecha. Aquí la hegemonía era de la CNT, pero no participaba en los procesos electorales». Aquello que separó la política lo compactó el fútbol, al menos en parte. Según la versión de Aladino Fernández, a partir de la creación, en 1960, del Unión Popular de Langreo -fundición del Círculo Popular de La Felguera con el Racing de Sama- la distancia «se aminoró muchísimo».