Benigno Varillas -un naturalista que para lograr una vida al aire libre ha tenido que escribir muchas páginas en interiores- nació en Tudela Veguín (Oviedo) en 1953 y ha vivido en Alemania, en Madrid, en Sudáfrica, Namibia, Tanzania. Su proyecto para quedar en Asturias es Rewilding Europe, que quiere aplicar en Caso, y que busca expandir los herbívoros salvajes que tuvo el continente -bisonte, caballo y asno salvajes, oso, lobo- en recintos cerrados, con tratamiento de ganado.

Pionero del ambientalismo abrió la sección de Ecología de «El País», es editor de revistas como «Quercus» y «El Cárabo» (con más de 30 años de trayectoria) y biógrafo de Félix Rodríguez de la Fuente... Ha fundado organizaciones no gubernamentales como ANA, Greenpeace España, Clubes Juveniles Conocer y Proteger la Naturaleza o Fapas. Está casado y tiene dos hijos.

-¿Hacían muchas cosas Roberto Hartasánchez y usted en la Sociedad Cultural Pumarín?

-Dábamos conferencias sin tener ni puta idea. Repetíamos lo que traía «Fauna» y las diapositivas estaban sacadas de la revista. Dijimos a Nebot que negociara en Madrid que nos convirtiéramos en sucursal de Adena (Asociación para la Defensa de la Naturaleza) y que Félix fuera nuestro presidente de honor. Nebot, que quería dinamizar la sociedad asturiana, contestó que crearíamos nuestra propia asociación y eso fue ANA en 1972. Me negué a ir a la reunión fundacional de ANA porque había que pagar 300 pesetas y no las tenía. Hartasánchez me inscribió con el número 300 tiempo después. Sí fueron fundadores Gabriela Friera, una nena fina que venía de los scouts y nos tenía prendados, Carlos Lastra -que se casó con ella- y otros que tenían 300 pesetas. Me sentó mal que Nebot dejara de dirigirnos la palabra cuando se enteró de que no estudiábamos Biología sino sexto de Bachiller.

-En 1972 conocen a Alfredo Noval.

-Nos dijeron: hay un loco en la aduana de El Musel que se dedica a los pájaros. Fuimos a verle. Fue una influencia de carné y hueso. En el despacho de Miravalles, cerca de la ría de Villaviciosa, vimos un ventanal desde el que se contemplaba la campiña y una biblioteca con todas las guías de campo en inglés, una Nikon con teleobjetivo, prismáticos y las anillas de anillar enrolladas entre muchas fichas y quisimos ser como él, un naturalista del XIX con su gabinete, educado, pulcro, sabio. Fue nuestro maestro de campo. Noval era hijo de un republicano fusilado, se había criado en el San Francisco de Villaviciosa, un colegio de castigo, y quería que saliéramos adelante. Decía que los biólogos eran unos muertos de hambre, que debíamos estudiar una carrera seria -Derecho, Medicina- y ser ornitólogos en el tiempo libre. Nunca tuve vocación de periodista. Yo quería ser naturalista. En 1973 nos separamos de ANA cuando los biólogos -Lastra, Braña, Nores- le quitaron su revista «Asturnatura» y creamos la asociación Asturfoto para fotografiar la naturaleza. Hicimos con él una gran exposición y un audiovisual en 1974 en la Feria de Muestras y un estudio sobre la ría de Villaviciosa. En «Fauna Ibérica», de Ediciones Naranco, 6 tomos, nos cita, pero lo hacía él todo. Nos trataba como hijos y como a profesionales cuando no teníamos ni zorra idea de nada.

-Usted se fue a Madrid a estudiar Ciencias de la Información en 1974.

-Antes había ido a Alemania a trabajar de camarero y en una metalúrgica para conseguir dinero para el material de naturalista: cámara, magnetofón y prismáticos. Para estar en Madrid, mi padre me daba 6.000 pesetas al mes, un tercio de lo que ganaba. Yo no era consciente de su sacrificio. Me instalé en una pensión de estudiantes en Princesa (3.000 pesetas) y comía en los restaurantes universitarios. Saqué todo sobresalientes y me fue útil para las becas. Tenía pensado estudiar hasta los 30 años con beca, en Berlín, en Moscú... Me presentaba a todo y me las daban porque mi padre era tan pobre… Entré en «El País» por una beca. Convocaban seis para estudiantes. Era una forma de contratar periodistas a bajo precio: 15.000 pesetas durante 6 meses. Los demás eran para gente con la carrera acabada y un enchufe. Me contrataron al ver que había estudiado en el Goethe Institut. El jefe de personal, cada vez que me encontraba, me decía: «Benigno, a ti en "El País" te enchufó Goethe». El instituto Goethe no daba becas pero conseguí una diciéndole al director que era hijo de emigrante y que los emigrantes habían levantado Alemania.

-¿Por qué era tan importante el alemán en «El País»?

-El periódico había contratado a Carlos Gurméndez, un filósofo marxista-leninista muy famoso, amigo íntimo de José Ortega, Picasso, Marcuse, un rojo redomado y con carné que hablaba cinco lenguas pero no sabía escribir a máquina y lo hacía todo a mano y con letra de médico. No sabía marcar el teléfono porque era diplomático y todo se lo habían hecho en la vida. Era un cerebro con patas. Me contrataron para ayudarle y pasé 6 meses traduciendo las crónicas de guerra de Camboya del «Neue Zürcher Zeitung», de Suiza, y echándole una mano con Heidegger. Un lujo. Era un tío con la bragueta abierta que tropezaba y le caía la dentadura y estaba casado con una tía rubia de coleta que venía en un coche, pitaba y nos llevaba a 200 por hora.

-Usted informaba de ecología.

-Traducía noticias de naturaleza de periódicos europeos y se las daba a Ángel Sánchez Harguindey que, copiando a «Le Monde», inventó la sección de Ecología. Cuando se me acabó la beca, Harguindey convenció a Cebrián para que me contratara para Sociedad. Eran 30.000 pesetas al mes, el máximo sueldo base en prensa de Madrid. Salí cobrando 100.000. En «El País» era el más joven y me ayudaban mucho Daniel Gavela, Karmentxu Marín, Juan Cruz, compañeros que destacaron. Me obligaron a ser accionista de «El País» y la acción de 10.000 pesetas se transformó en un millón. Polanco metió entonces 300 millones. Mi coche, de 30.000 euros, me lo pagaron unas acciones de las que me desprendí y que se han devaluado mucho.

-Dejó el periódico seis años después.

-A los 29. Me sentía preso. Se decía que no era una empresa sino una religión: pasabas el día entero en la redacción, ibas a «Bocaccio» a sacar información a políticos borrachos, dormías 5 horas y regresabas al periódico. Mi primer año sabático fue de octubre de 1978 a 1979 en un parque lleno de pájaros en los meandros del Rhin, en Selva Negra (Alemania) con 300.000 patos alrededor de casa. Quería estar más en el campo. Saqué la revista «Quercus» para tener mi propia empresa. Jerónimo Gonzalo, otro lujo de «El País», me enseñó una promoción de «Jerusalem Post» que decía: «suscríbase y plantaremos un olivo en Getsemaní». En «Quercus» propuse «suscríbete y planteamos un árbol en tu nombre». Salimos con 6.000 suscriptores en 1983, un éxito de la hostia. Seguí publicando artículos en «El País» hasta 1990, muchos, porque estaba libre del trabajo de mesa. Cuando hice cosas para TVE quedaba en el campo y a Prado del Rey sólo iba a cobrar.

-Conoció a su mujer en segundo de carrera.

-María Teresa Vicetto, la más buena de la clase. Vivimos juntos prácticamente nada más conocernos. Nos casamos por los 15 días de vacaciones que daba «El País» por boda. Tomé esas dos semanas para ir a Monfragüe en busca del buitre negro, pero al volver me pidieron el libro de familia para subirme el sueldo 300 pesetas. Fuimos al Juzgado para conseguir los papeles, sin ceremonia.

-¿Qué tal siente que le ha tratado la vida?

-Muy bien, aunque me frustra haber pisado poco el campo, comparado con lo que hubiera querido. En eso Alfredo Noval me aconsejó mal. Me hubiera gustado una profesión que me tuviera al aire libre todo el rato, como investigador de campo o guarda forestal. Piden un guarda para la finca donde queremos meter bisontes y no me admiten porque creen que soy de ciudad. Por lo demás, todo lo que inicie ahí sigue, prueba de que tenía pies y cabeza.