Oviedo, Eloy MÉNDEZ

El prehistoriador y arqueólogo madrileño Marco de la Rasilla no ha parado de excavar en el pasado remoto de Asturias desde que llegó a la región hace tres décadas. Sus hallazgos en los yacimientos de Llonín, La Viña y El Sidrón han sacado a la luz pistas sobre los primeros moradores de un territorio que esconde secretos a ras de suelo. «Por sus condiciones naturales, éste ya era un buen sitio para vivir hace cincuenta mil años, a pesar de que por entonces el clima era duro, con nieves perpetuas a tan sólo mil quinientos metros, en plena sierra del Aramo», asegura el profesor titular, al frente de un amplio equipo de expertos que acumulan méritos como haber descubierto conductas canibalísticas en un asentamiento de neandertales a escasos kilómetros de Infiesto.

De la Rasilla ha creado su propio ecosistema en el laboratorio del área de Prehistoria de la Universidad, ubicado en la buhardilla del edificio departamental del campus del Milán y donde todos los días varios investigadores analizan minuciosamente los restos óseos y líticos procedentes de las excavaciones para encontrar cualquier detalle que les permita conocer mejor cómo funcionaban los fundadores de la especie humana. «El estudio de la Prehistoria sólo admite este tipo de método porque, a diferencia de otras épocas, no existen textos escritos que nos orienten de alguna manera», señala el docente, un apasionado de la disciplina a la que ha dedicado más de media vida.

Licenciado por la Complutense de Madrid, llegó a Asturias tras entrar en contacto con el catedrático Javier Fortea, ya fallecido, y después de acabar su tesis sobre el Paleolítico en el Cantábrico. Poco más tarde, ya formaba parte del equipo que rastreaba cada palmo de la cueva de la Mina, en Posada de Llanes, descubierta por el conde de la Vega del Sella a principios del siglo XX y donde se entrenó para objetivos más ambiciosos.

Fue a mediados de los ochenta cuando accedió por primera vez a la cueva de Llonín, en Peñamellera Alta, y al Abrigo de La Viña, en un paraje rural del concejo de Oviedo. Dos yacimientos únicos por la cantidad de información que escondían del Musteriense, el Solutrense y el Gravetiense (etapas de los Paleolíticos Medio y Superior) y porque permiten estudiar el período de convivencia entre los neandertales y los homo sapiens, nuestros ancestros. En las dos ubicaciones, se encontraron restos de gran valor como herramientas -agujas, arpones e incluso una lámpara que se encendía con grasa animal- y elementos decorativos que portaban los individuos -collares y colgantes fabricados con conchas y otros materiales-. «Fueron hallazgos de una gran relevancia porque demostraron que el nivel de desarrollo de esas comunidades era mayor del que se pensaba», afirma.

Brocha y paleta en mano, De la Rasilla y el resto de sus colaboradores se pasan un mes al año en cada una de las excavaciones y el resto en el laboratorio analizando los pequeños objetos recopilados. Dividen el área de actuación en varias cuadrículas y, después, extraen todo lo interesante para someterlo a distintas pruebas. Para ello, emplean numerosas técnicas, como la espectrometría de masas, la difracción de rayos X o la aplicación del carbono 14. «La actividad arqueológica en general debe encararse mediante el concurso de varias disciplinas, porque es necesario contar con expertos en paleontología, genética, paleobotánica...», explica. Tras lograr avances espectaculares, la actividad cesó en La Viña en 1996 y, seis años más tarde, en Llonín. Paralelamente, el descubrimiento de los restos de El Sidrón, en Piloña, revolucionó toda la investigación prehistórica en el norte de España.

El Sidrón es una cavidad de quince metros cuadrados que esconde un tesoro sin precedentes. Descubierta en 1994 por dos espeleólogos gijoneses, las labores arqueológicas comenzaron en el año 2000. Cuenta con manifestaciones artísticas en las paredes y con vestigios animales y de piedra, que tienen una antigüedad que oscila entre los 30.000 y los 70.000 años. Pero su importancia radica, sobre todo, en los 1.400 fragmentos de neandertales aparecidos; entre ellos, un maxilar completo. Por el momento, se ha podido comprobar que pertenecen, al menos, a trece individuos diferentes. Y, además, también se conoce que algunos de ellos fueron víctimas de canibalismo. «Lo que todavía no sabemos es si la ingestión de carne humana era una práctica habitual, si se debía a algún tipo de rito o si se produjo simplemente por necesidad, debido a una gran hambruna».

Lo que sí se ha podido demostrar gracias a los avances tecnológicos es que una de las difuntas era pelirroja y que otro soportó durante largo tiempo un fuerte dolor de muelas. Además, se sabe a ciencia cierta que los asturianos primitivos conocían su entorno natural mucho mejor que los «urbanitas» actuales, llegando a desplazarse largas distancias para hacerse con algunos materiales como el sílice, con el que fabricaban sus utensilios. «Eran cazadores y recolectores y se movían por los bosques con una destreza que casi nadie tiene ahora», señala el profesor.

Por eso, De la Rasilla está convencido de que, más allá del siglo de nacimiento, el ser humano actual no es tan diferente a sus antecesores. «Lo que nos separan son cuestiones de índole tecnológica, pero ellos tenían un universo mental mucho más complejo de lo que nos creemos y, por supuesto, sufrían y disfrutaban como ahora, ya que también eran inquietos por naturaleza», relata. Porque, «tanto antes como ahora, vivimos en un mundo en el que mandan los sentimientos».

Aunque la principal certeza a la que ha llegado, después de tanto tiempo en contacto directo con el pretérito, es que «por cada respuesta que encontramos, aparecen nuevas preguntas». «Para el desarrollo del conocimiento, es tan importante que una indagación dé resultado como que no lo dé. Avanzamos a base de aciertos y de errores. Lo hacemos desde que somos lo que somos. Ésa es la clave de la evolución», explica, consciente de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

Mantener una inversión sostenida en educación. Para Marco de la Rasilla, la sociedad asturiana debe apoyar su crecimiento en la educación y en la investigación. Por eso pide que las autoridades públicas mantengan un compromiso constante con estos dos pilares a la hora de confeccionar sus políticas presupuestarias. «Lo lógico sería contar con una inversión suficiente, razonable y sostenida en estas materias para afianzar de forma inteligente y madura una de las bases de nuestro porvenir y el de nuestros jóvenes», señala el profesor titular. El docente considera que es imposible competir en una sociedad globalizada si se da la espalda al desarrollo científico y, aunque opina que «muchas cosas se hacen como se deben hacer», se muestra preocupado por las reducciones que han sufrido muchos planes de ayudas en los últimos años debido a la crisis.

Cuidar el patrimonio natural y cultural. «Tenemos que velar por el patrimonio natural y cultural de nuestra región si queremos alcanzar una dinamización socioeconómica que nos permita conseguir el máximo para la ciudadanía con el mínimo perjuicio para lo que conforma nuestra vida diaria presente y futura». Con esta frase resume el prehistoriador madrileño de la Universidad de Oviedo su preocupación por el mantenimiento de la herencia que los asturianos han recibido de las generaciones precedentes. Acostumbrado a convivir con el pasado, el profesor considera «imprescindible» que se tomen medidas para la conservación del entorno de cara al futuro. «Es una tarea ineludible para toda la sociedad apostar por esa conservación, porque, a través del patrimonio, se explica lo que somos y también lo que queremos ser», razona el arqueólogo.

- Marco de la Rasilla se licenció en Historia en la Universidad Complutense de Madrid, donde leyó su tesis sobre el Paleolítico.

- Llegó a Asturias en 1982 de la mano del catedrático Javier Fortea y comenzó a trabajar en el yacimiento de la Mina, en Llanes.

- Participó en las excavaciones de Llonín y La Viña, donde se encontraron importantes restos del Paleolítico Medio y Superior.

- Tras el fallecimiento de Fortea, se convirtió en el director del equipo de investigación que trabaja en El Sidrón, Piloña, donde se han identificado restos de trece neandertales y se ha demostrado que algunos de ellos fueron víctimas de canibalismo. También han aparecido manifestaciones artísticas de diferentes clases.