El 14 de marzo de 1954, la España que estaba pegada a la radio, pendiente de la fase clasificatoria del Mundial de fútbol que enfrentaba en Estambul a Turquía y España, escuchó decir al periodista Matías Prats: «Hoy he visto jugar a la furia española, hoy he visto jugar a Campanal». Aquel encontronazo fue bautizado como la «batalla de Estambul» y su principal protagonista, el avilesino Marcelino Vaquero González del Río, «Campanal II», evoca hoy, a sus 80 años, que «he visto muchos partidos internacionales, pero ninguno tan sucio y tan de batalla campal como aquel Turquía-España; en el que jugué rodeado de heridos, que iban cayendo poco a poco, o el Sevilla-Oporto, con el que acabé en la cárcel».

Campanal II, jugador de gran potencia física, profesional futbolista entre 1947 y 1969 y leyenda del Sevilla FC, dicta sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA en esta primera entrega y en otras dos, mañana lunes y el martes. Pero antes del Campanal II existió Campanal I, Guillermo González del Río (1912-1984), también avilesino y jugador del Sevilla, donde su gloria de máximo goleador y de miembro de la delantera «Stuka» continúa intacta.

Su sobrino, Marcelino Vaquero, fue un chaval «terriblemente travieso, pero con corazón y conciencia», declara el propio Campanal II, que se aficionó de tal modo a cualquier deporte que a los 12 años practicaba unos veinte: atletismo -en todas su variantes posibles-, natación, tiro, boxeo y, por supuesto, el fútbol. Para ver si le enderezaba, «ya que mi familia no podía conmigo», su tío le llama a Sevilla. El primer Campanal -cuyo nombre tiene relación con la fabrica familiar de conservas del mismo nombre y con el restaurante avilesino Casa Campanal- era entonces entrenador del Coria, filial del Sevilla, y allí se estrena el sobrino. Debuta en Primera con el Sevilla en 1949, y se convierte en un defensa central de gran potencia, tanto en su equipo -donde le llaman «el capitán maravillas» o «el huracán de Avilés»-, como en la selección española. Recibe entrenamiento tanto de su tío como «de Helenio Herrera, un entrenador duro y muy táctico, y que ponía detectives que siguieran a los jugadores en sus juergas». Campanal II se retiró tras la temporada 1968-69 en el Real Avilés, pero en ese punto no hizo sino comenzar su trayectoria como atleta veterano, de sacar el atletismo que llevaba en los músculos y que le había hecho batir numerosos récords a lo largo del tiempo, aunque nunca homologados por tratarse él de un jugador profesional de fútbol. Unas 260 medallas ganadas en campeonatos de Asturias, más otras 80 de oro en campeonatos de España, más decenas de trofeos repartidos por todo su domicilio avilesino avalan la furia deportiva y todavía viva en Campanal II.

«Iba a ver al Sporting cada 15 días y las 17 pesetas del viaje y la entrada las sacaba hasta vendiendo joyas de mi madre»

«Jugábamos a cruzar a nado la ría y ganaba quien pasara más cerca de la proa de un pesquero que venía; no me mató un barco de milagro, porque siempre me tiraba el último»

Primera fabada enlatada.

«El nombre Campanal viene de una aldea de Carreño, en Perlona, de un caserío. Se decía, casa Gerardo, casa de tal, casa Campanal, y así. Con ese mismo nombre de Campanal mis abuelos maternos tuvieron una casa de comidas en Avilés y mi abuelo Marcelo tuvo una fábrica de conservas en el barrio de El Llano, en Gijón. La fábrica fue destruida en la Guerra Civil, pero en ella se hizo la primera fabada enlatada del mundo, que fue muy famosa en los años veinte y treinta del siglo pasado y se exportaba sobre todo a Cuba, a México y a otros países de Latinoamérica. El dueño de la fábrica era mi abuelo Marcelo González del Río, el padre de mi madre, Margarita, y también del hijo pequeño, mi tío Guillermo González del Río, que fue jugador de fútbol y empezó en el Villalegre, luego lo fichó el Sporting de Gijón y de ahí fue traspasado al Sevilla. Allí hizo toda su vida deportiva con el mote de Campanal, y fue internacional. Mi padre, Ovidio Vaquero, había nacido en Gijón y jugó también al fútbol, en el Sporting y también en el Real Avilés, porque vino aquí desde que cortejaba a mi madre. También con el nombre de Casa Campanal mis abuelos maternos tuvieron, desde el año treinta y tantos del pasado siglo, un restaurante muy famoso que estaba en la calle Cabruñana y cuyo patio daba a Doctor Graíño, justo debajo del edificio en el que yo vivo ahora. Era una casa de comidas que llevaban mis abuelos a la vez que la fábrica de Conservas Campanal, de la que mi padre fue gerente cuando se casó con mi madre. Tuve otro tío más, Santiago Vaquero, hermano de mi padre, que también jugó en el Sporting, así que en total fueron tres los parientes míos que pasaron por el equipo rojiblanco».

Paracuellos del Jarama.

«La fábrica Campanal, que había nacido en 1924, fue destruida, como ya dije, en la Guerra Civil, por un bombardeo de la aviación nacional. Más tarde, mi familia vendió la patente y la marca de Campanal y los siguientes propietarios tuvieron unos años la fábrica nueva en El Natahoyo de Gijón. Yo nací en la calle del Buen Suceso, paralela a la calle Corrida de Gijón, el 13 de febrero de 1932, pero a los cuatro años me vine para Avilés, o sea, que de Gijón no tengo recuerdos. Y nos vinimos a Avilés porque mi padre murió en la guerra, en el frente de Madrid. Combatió con el ejército nacional, lo cogieron y lo metieron en la cárcel. Después fue de los fusilados en Paracuellos del Jarama, a los pocos meses del comienzo de la guerra. Al quedar viuda mi madre y no saber a dónde ir, con mis dos hermanos y yo nos vinimos a casa de sus padres, Marcelo y Abundia, al restaurante, en el año 1936. A un hermano de mi madre lo mataron los nacionales, y a su marido, mi padre, los rojos, así que es para fijarse en lo que es una guerra civil. Nosotros fuimos tres hermanos: mi hermano mayor Ovidio, que me lleva ocho años, mi hermana Margarita, que me saca siete, y yo. Gracias a Dios vivimos los tres».

Más cerca de la proa.

«Aquí en Avilés comienzan mis recuerdos: mi vida era en la calle, donde jugábamos, e iba a la escuela de don Floro. Jugaba al fútbol en la calle y me perseguía la Policía, los municipales, porque estaban prohibidos los juegos en las vías públicas. Hay una anécdota muy buena y es que en el año 1948, en el que marché para Sevilla, todavía los guardias, a los seis meses de haberme ido, le seguían echando multas a mi madre porque veían un partido de fútbol en la vía pública y daban por supuesto que allí estaba Marcelo jugando, y apuntaban mi nombre. Al recibir la multa, mi madre les decía: "Pero si el mi fíu no puede estar jugando en tal sitio, porque lleva ya tiempo en Sevilla; ¿no será un espíritu?". Estaba prohibido jugar en la vía pública pero nosotros lo hacíamos en los jardines, en Las Meanas, en todas partes. Yo no sé cómo vivo, porque hice barbaridades y travesuras terribles. Por ejemplo, me acuerdo de estar en la ría de Avilés, hacia el año 1945 o 46. La ría estaba limpia entonces y nos poníamos al otro lado del muelle para atravesarla a nado cuando venía un pesquero. La cosa era ver quién pasaba más cerca de la proa del pesquero. A mí no me mató un barco de milagro, porque yo siempre me tiraba el último y pasaba rozando por delante de la quilla, para ganar. Quise ser ganador toda la vida, siempre que podía, y tuve tantos avatares que ya digo que no sé cómo sigo aquí».

Fútbol en cualquier parte.

«De mi infancia recuerdo también que saltábamos a las pumaradas y nos corrían los perros. Era muy clásico eso de ir a robar manzanas a las pumaradas de los alrededores de Avilés, así que los guardias tenían otro motivo para perseguirme por todos los sitios. Y otra travesura importante es que en casa le cogía a mi madre algunas joyas para llevarlas a las casas de compraventa y sacar dinero para ir al cine, que era el opio de la juventud. Vendíamos de todo, lo que podíamos, para sacar la entrada. Empecé de pequeño a hacer fútbol, que es un deporte que si no lo practicas desde muy temprano ya puedes ser el mejor atleta del mundo que no eres nada, porque es un deporte muy difícil. Lo que pasa es que mucha gente tiene nivel de fútbol porque todos jugamos al fútbol de pequeños. Y porque es un deporte que se podía hacer en cualquier parte, en cualquier plaza, en cualquier calle, en cualquier playa, en cualquier terreno. Nosotros jugábamos en Las Meanas, en el Playón, en las canteras y en las calles. Hasta los indígenas de África juegan al fútbol con una vejiga de gocho y descalzos. Es el deporte más practicado del mundo. En una entrevista me preguntaron una vez: "¿Qué eres: un atleta futbolista?". Y respondí: "No, soy un futbolista atleta, porque un atleta futbolista ya pude ser el mejor que si no ha practicado el fútbol desde pequeño no coge nivel". Está comprobado. En cualquier otro deporte coges un nivel, un cierto nivel, rudimentario, pero en el fútbol no lo coges sino has empezado muy pronto, porque es un deporte muy difícil y que depende de los pies».

Pértiga de eucalipto.

«Así que yo jugaba al fútbol en la calle y luego empecé a jugar en equipos infantiles, y en el Frente de Juventudes; y después en el Elemento de San Cristóbal, en el Carbayedo y en el Real Avilés. Y al mismo tiempo practicaba atletismo, también donde podía. Por ejemplo saltaba en Las Meanas con mis amigos Sera, Laureano o Mero. Hacíamos salto de pértiga: un eucalipto pequeño era nuestra pértiga y poníamos una cuerda de un árbol a otro. Saltábamos y caíamos en el prao. No pasaba nada: éramos chavales y botábamos en el suelo. Más tarde, en 1945 se inauguraron las pistas de Avilés, las primeras de Asturias, en La Exposición, donde está el campo actual de fútbol, el Suárez Puerta. Ahí vinieron los campeonatos de España del Frente de Juventudes y ya tuvimos allí un escape. Practicaba atletismo a fondo y éramos autodidactas. Uno corría, yo saltaba, otro hacía otro cosa y ahí nos fuimos haciendo la juventud aficionada, en aquellas primeras instalaciones deportivas que tuvimos en Avilés, porque salvo el campo de fútbol no teníamos otra cosa; no había gimnasios ni nada parecido, sino que nuestro gimnasio era la ría y las calles de Avilés, y los guardias persiguiéndonos por todos los sitios. En aquellas instalaciones quedé campeón de Asturias de pértiga y antes de marcharme a Sevilla, a los 16 años, fui a los campeonatos de España del Frente de Juventudes, en Burgos, donde quedé cuarto de España en pértiga. Ya digo que no teníamos entrenadores y que éramos autodidactas. Nada más que me orientaron un poquitín el último año, cuando jugué en el Avilés o en el San Cristóbal y teníamos un entrenamiento rudimentario».

Escuela de don Floro.

«En la escuela, don Floro era un maestro fabuloso. Tenía la escuela en Galiana desde hacía años y ya mis tíos, los hermanos de mi madre, habían estudiado allí, como tantos avilesinos. Era fabuloso y nos pegaba, y lo hacía con razón, porque yo era muy travieso. Me pegaba porque me tenía que pegar, en las yemas de los dedos o en el culo. Pero insisto en que tengo de él un recuerdo fabuloso. Escribo bastante bien y eso lo aprendí con él, además de muchas otras cosas. Fuimos cantidad de chiquillos los que estudiamos con él, cuando, antes de que llegara Ensidesa en 1953, Avilés tenía 18.000 o 20.000 habitantes y nos conocíamos todos. Luego fui un año al Colegio de San Fernando, en La Magdalena, y empecé primero de Comercio. Pero no quise seguir estudiando y sólo hice ese curso. Y como mi familia no podía conmigo, me metieron en un taller mecánico hasta que marché para Sevilla. Y ya digo que íbamos mucho al cine, y que teníamos auténtica adicción, como si fuera opio. Teníamos en Avilés los cines Iris, Florida y el Palacio Valdés, y más tarde ya vinieron el Marta, el Canciller y el Almirante. Íbamos a general, arriba, al gallinero, pero acudíamos cuando podíamos, después de buscar la forma. Como ya dije, yo, que era travieso a tope, hasta cogía joyas de mi madre para venderlas. Y veíamos "Los tambores de Fu Manchú", de aventuras con chinos; o "La flecha sagrada", del Oeste, o "El tanque humano", en episodios, en el cine Florida».

Travieso, pero con conciencia.

«Yo era un travieso terrible, pero era respetuoso con las personas mayores, cosa que hoy día no se da demasiado. Hoy veo a la juventud, que sabe mucho de internet y que cogen los teléfonos móviles y los manejan de narices, pero no son respetuosos con las personas mayores. El otro día cogí un autobús y venía lleno de chicos jóvenes, pero ninguno cedió su asiento a las personas mayores que subían. Esto ocurre aquí o en Sevilla, en cualquier lado, pero me acuerdo de que en mi época yo iba a misa y siempre estaba de pie porque cedía el asiento a los mayores. Fui siempre muy católico; siempre fui a misa y al catecismo. Era contaste: era muy travieso y sin embargo era muy creyente, y nunca en mi vida pude estar sentado porque siempre cedía el asiento en la iglesia, a la que iba mucha gente entonces, en la parroquia de San Nicolás de Bari. A pesar de todas las travesuras que hacía, y que asaltaba todas las pumaradas o robaba en casa para ir al cine o comprarme una botas o para lo que fuera, siempre respeté a las personas mayores o pasaba un ciego y lo ayudaba para que no lo cogiera el tranvía. Hoy día no hay eso, y tal vez estoy generalizando porque habrá chicos estupendos. Nosotros fuimos traviesos, pero teníamos conciencia y teníamos corazón».

Competir contra todos.

«Yo tiraba muy bien con la escopeta de perdigón y cuando venían las ferias siempre sacaba premio. Con el gomero también tiraba bien, aunque había uno que me ganaba, que era Sera, Serafín, que vive y es amigo desde la escuela de don Floro. Como en mi juventud practicaba de todo, atletismo, natación, tiro, boxeo, etcétera, cuando había uno que me ganaba en una cosa, en subir a un árbol, o a nadar, o con esto del gomero, venían los demás y me decía: "Oye, ¿qué te pasó que te ganó saltando fulanito de tal?". Porque yo competía contra toda la juventud de Avilés en lo que fuese. Tuve la suerte también de que después de la guerra, cuando se pasaba mal por problemas de alimentos, yo me crié en un restaurante, en el mejor de Avilés, así que fui bien alimentado y eso creo que me influyó mucho en mi organismo, que no se resintió, y los genes bien alimentados hicieron que yo físicamente me desarrollase bien».

Con Homero al Sporting.

«Otra cosa importante de aquella época es que yo, con un amigo que se llamaba Homero Menéndez, cuando teníamos 14, 15 o 16 años íbamos todos los domingos, cada dos semanas, a Gijón, a ver al Sporting. Íbamos en el Feve, que salía de Avilés y no llegaba a Gijón, sino al puerto de El Musel. Allí cogíamos el tranvía hasta los Jardines del Reina, en el Muelle, y allí nos subíamos a otro tranvía que e iba a La Guía, al lado del estadio de El Molinón. Allí la entrada para general, en gradas de madera, nos costaba 10 pesetas. Tanto Homero como yo buscábamos el dinero vendiendo cosas, porque cada quince días necesitábamos para la entrada a El Molinón, para el billete de Feve, que costaba la ida y la vuelta cinco pesetas y diez céntimos, más unos céntimos para los tranvías, que andaba el viaje por los diez céntimos o una cosa así. Por tanto teníamos que conseguir unas diecisiete pesetas en quince días y tanto él como yo vendíamos lo que fuera por ir a ver al Sporting. Vendíamos libros y yo, en una de aquellas, fue cuando vendí hasta la sortija de pedida de mi madre por ir al fútbol. Me castigó, claro. ¡Ah!, y en el Feve siempre íbamos de pie Homero y yo porque dejábamos el asiento a las señoras o a los señores. Era la época en la que vi a jugadores con los que luego jugué. Estaba Cholo Dindurra, Pío, Tamayo, Tamargo, Sánchez, y con este último, que era extremo izquierda, coincidí en años posteriores. Siendo chaval, yo jugaba más bien de delantero, o de todo, pero no de defensor. Yo manejaba bien la pelota y físicamente era ágil, flexible».

En barco a Sevilla.

«Así fue pasando el tiempo, pero en casa no podían conmigo, hasta que mi tío Guillermo Campanal, cuando yo tenía 16 años, le dijo a mi familia: "No os preocupéis, que yo me lo llevaré a Sevilla". Él era entonces entrenador del Coria, que estaba vinculado al Sevilla, porque mi tío, después de su vida deportiva, quedó vinculado al Sevilla como secretario técnico o como entrenador. Entrenaba al filial del Sevilla, que ya digo que era el Coria. "Traedlo para acá, que vamos a ver lo que hacemos con él". Y la verdad es que fue como un padre paras mí y que me hizo un hombre. Yo había jugado en varios equipos años antes de ir a Sevilla, como ya dije: San Cristóbal, Carbayedo y el Real Avilés con el que jugué la Copa de Federación asturiana en la primavera de 1948, en competición con el Oviedo B, el Gijón B, La Felguera y el Caudal. Y el día 12 de septiembre de 1948 me mandaron para Sevilla en un barco de carga que salía de San Juan de Nieva, el «Ita», que era un carbonero que hacía la ruta con Sevilla. El capitán del barco se llamaba Abel y tardamos cuatro días. Entramos por el Guadalquivir, por San Lúcar de Barrameda, hacia arriba y pasamos por Coria del Río, el lugar en cuyo equipo yo iba a empezar. El 16 de septiembre llegaba yo a mi destino y por eso suelo decir que he sido el único jugador que llegó al Sevilla por mar. El «Ita» arribó al muelle de Las Delicias, al lado de la Torre del Oro. Allí estaba mi tío Guillermo esperándome. Hacía un calor impresionante; era tan terrible el calor que yo quería volver otra vez en el barco del vuelta.

La delantera «Stuka».

«Guillermo González del Río, Guillermo Campanal, nació en 1912 y murió en 1984. Me llevaba 20 años justos, así que ahora tendría cien años. Creo que sigue siendo el jugador más goleador del Sevilla y puede ser que se le acercase Arza. Jugó entre 1929 y 1946, 228 partidos de Liga en los que marcó 168 goles, y 53 partidos de copa en los que marcó 40. Mi tío fue un jugador impresionante, un rematador, un tanque. Hoy día sería difícil ver algo así. Como rematador era maravilloso, fuerte, bravo, un jugador de empuje. Lo que más me maravillaba de él era cómo pegaba de media vuelta, con la derecha y con la izquierda. Sólo he visto posteriormente a dos jugadores con esa cualidad: Lángara y Van Basten. Estos dos y mi tío han sido los más grandes que he visto en rematar. El Sevilla le metió 11-1 al Barcelona en la temporada 1940-41, y cuatro goles fueron de Campanal. En esa misma temporada le metió 10-3 al Valencia y 8-3 al Hércules. En la siguiente, 10-0 al Oviedo y 7-2 al Hércules, y así. Lo que tenía el Sevilla era la delantera llamada "Stuka", una delantera muy rápida, y como eran los años de la guerra mundial y los "Stuka" alemanes eran los mejores cazas, por eso le pusieron ese nombre. Los "Stuka" eran López, Pepillo, Campanal, Raimundo y Berrocal. Era la década de los cuarenta y yo estaba todavía en Avilés, pero era cuando empezaba a coleccionar cromos. Cromos de Cultura, se llamaban y eran una pasión para los chiquillos, que nos los cambiábamos, o los vendíamos o dábamos un bocadillo por uno de ellos. Más tarde, vi una vez a la delantera "Stuka" jugando contra el Oviedo, cuya delantera era Antón, Goyín, Lángara (o Cabido), Emilín, Herrerita. Al Oviedo no lo vi tanto como al Sporting, que tenía en los cuarenta la delantera de Cholo Dindurra, Méndez, Pío, Molinucu y Sánchez. Mi tío se retiró en 1946, con el Sevilla como campeón de Liga».