Dice el maestro Rafael Moneo, reciente premio «Príncipe de Asturias» de las Artes, que la arquitectura es la percha de la historia. A través de ella se puede saber mucho del lugar y de la sociedad. En Asturias, entre los años 1950 y 1965, en pleno desarrollo franquista, se proyectaron edificios modernos, de tradición racionalista y con gran protagonismo de la plástica. Ocurría lo mismo en España y en Europa. Es el renacimiento del movimiento moderno que habían implantado los pioneros de los años 1920 y1930. Un período que el arquitecto asturiano Fernando Nanclares lleva dos años estudiando y analizando. El objetivo final es la edición de un libro. Entre tanto, ha creado una página web en la que, bajo el título «Arquitectura moderna en Asturias (1950-1965)», puede verse, no sin sorpresa, la fuerza y la personalidad de los proyectos de entonces, algunos ya desaparecidos, realizados mayoritariamente en el área central de Asturias, aunque también hay ejemplos en Llanes y en Cangas del Narcea, entre otras localidades.

«Siempre tuve curiosidad por atender el período asturiano del reencuentro con la arquitectura moderna; me parece peculiar y muy atractivo, y está protagonizado por un grupo variado de arquitectos, tanto jóvenes como experimentados, que deciden olvidar los patrones historicistas de la posguerra para abordar una nueva fase caracterizada por el optimismo», explica Fernando Nanclares a LA NUEVA ESPAÑA.

La Guerra Civil, la dura posguerra y el siguiente tiempo de autarquía produjeron una arquitectura que Nanclares define como «rancia, insignificante y pomposa, muy contagiada del espíritu nacional». Sin embargo, en la década de los cincuenta, se vuelve «de manera natural» a la arquitectura moderna. Hay tres edificios pioneros en ese enlace con las primeras vanguardias del siglo XX, los tres de Oviedo: «El Termómetro», de Vidal Saiz Heres, que se termina en 1944; el cine Aramo, de Francisco y Federico Somolinos, del año 1941, y el Instituto Nacional de Previsión, de Joaquín Vaquero Palacios. Los dos últimos, ya iniciados durante la Guerra Civil e interrumpidos mientras duró la misma.

La construcción que, según Nanclares, abre ese nuevo período es una casa ubicada en la plaza de San Juan, en Oviedo, realizada por los Somolinos. Un proyecto del año 1948 que se termina en 1952 y en el que ya aparece una visión moderna y muy novedosa de la arquitectura, con un tratamiento nuevo de viejos materiales como el ladrillo, y el gusto por el color, incorporando azulejo verde. Ocurre algo parecido con la construida al lado de la ovetense iglesia de San Juan, de Juan Vallaure, del mismo año que la anterior, que «aunque más complaciente contiene una cierta alusión a la iglesia historicista»

Los nombres de José Díez Canteli, Ignacio Álvarez Castelao, «el gran arquitecto moderno», subraya Nanclares; Ángel Díaz Negrete, Juan Manuel del Busto, Juan José Suárez Aller, Julio Galán; José Gómez Collado, «probablemente uno de los más libres y originales»; Joaquín Ortiz, Manolo García y los Mariano Marín, padre e hijo, además de los ya citados, no son todos pero sí algunos de los que proyectan esa arquitectura «brillante, colorista, muy apoyada en la abstracción y en la plástica moderna», que se va levantando, sobre todo, en Oviedo y en Gijón.