El mar de la ría del Eo, las leyes civiles, mercantiles y penales, la investigación sobre temas asturianos y la mayor biblioteca privada del Principado. Tales son los cuatro pilares de José Luis Pérez de Castro (Figueras, Castropol, 1931), director de 1996 a 2006 del Real Instituto de Estudios Asturianos, RIDEA. Su «ex libris», la etiqueta identificativa adherida a los volúmenes de su impresionante colección, consta precisamente de esos elementos: un tomo de las Pandectas -recopilación de leyes romanas-, el «Liber Testamentorum» de la catedral de Oviedo -la obra más representativa de la bibliografía asturiana-, una pluma clavada en un cerebro y las velas de una embarcación. ¿Cuántos «ex libris» harían falta si cada libro, manuscrito, documento, periódico o papel de Pérez de Castro estuviese marcado con su sello?

«Unos 45.000», conjetura el abogado figuerense, ya que la ordenación de semejante patrimonio bibliográfico es labor en la que sigue trabajando minuto a minuto y generalmente hasta altas horas de la madrugada. «Cuentan que a Luciano Castañón le preguntaron una vez cuál era la mejor biblioteca asturianista, si la suya o la del Padre Patac o la mía, y respondió: "Si yo tuviera la sotana de Patac y les perres de Pérez de Castro, iban a saber los dos lo que es bueno"». En efecto, el de Figueras, a la vez que elogia a sus dos colegas bibliófilos, ya fallecidos, no oculta que sus ingresos como abogado han ido a parar a la adquisición de fondos, a la salvación de muchos de ellos de la destrucción o a la recuperación para Asturias de obras únicas y singulares en manos de libreros españoles y extranjeros.

Pérez de Castro era todavía un chaval sin ingresos cuando «en la gasolinera de Tapia vi un camión cargado de manuscritos y volúmenes sobre Ribadeo, Castropol, Navia y Luarca; el camionero me dijo que todo ello iba camino de una papelera y que pedía 5.000 pesetas por el material. Me emocioné tanto al ver, por ejemplo, los 15 o 20 tomos de la documentación medieval del Navia al Eo que le pedí a mi abuela Ramona ese dinero, una cantidad respetable en los años cuarenta». Aquél «fue mi primer salvamento, y después creo que he logrado evitar que obras de gran interés se hayan ido al extranjero, o poder recuperar de un librero londinense el manuscrito del Padre Carvallo de sus "Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias"». Así, a lo largo de décadas, Pérez de Castro ha reunido no una, sino varias bibliotecas aposentadas en su casa y en otros dos inmuebles de Figueras.

Hijo de médico, estaba llamado a seguir esa senda hasta que un desmayo mientras su padre operaba un tumor de mama desveló su repulsión a la ciencia hipocrática. Cursó entonces Derecho en la Universidad de Oviedo, opositó e ingresó en el Banco Exterior de España y se afincó en Madrid, donde trabó amistades y relaciones con personalidades como Menéndez Pidal. Marañón, Dámaso Alonso, Laín Entralgo y Julio Caro Baroja.

Sus primeras publicaciones -que hoy alcanzan el número de 708 sobre Asturias, entre artículos y libros- ven la luz en la sección de Dialectología y Tradiciones Populares del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. A la vez estudia Periodismo gracias al impulso de su íntimo amigo Jesús Evaristo Casariego. Escribe en el diario «Pueblo» de Emilio Romero sobre Comercio Exterior y frecuenta varias tertulias de la época, así como a los libreros de la Cuesta de Moyano.

Su boda con la uruguaya Elsa Pérez Sanmartín, en 1958, le lleva al Cono Sur durante tres años. De vuelta en Asturias y ejerciendo ya la abogacía, en 1965 se encuentra con que «el gobernador Mateu de Ros me fichó como enemigo del régimen al rechazar ser alcalde de Castropol». Su labor con las leyes y la historia de éstas en Asturias le hace numerario en 1976 de la Academia de Jurisprudencia de Oviedo, que preside de 1985 a 2010. Mientras, el cultivo de la etnografía, de la historia y de los temas asturianos le lleva a pertenecer a numerosas asociaciones y academias al tiempo que su creciente biblioteca le vale el título de «Bibliófilo predilecto de España» en 1988. Fue padrino de boda de Nicanor Piñole, y de su afición a la pintura asturiana también da pruebas su solar figuerense.

De la mar a las conservas.

«Conozco los nombres de todos mis ascendientes figuerenses desde el año 1527 hasta hoy, gracias a un árbol genealógico de unos seis metros de longitud, muy nutrido, que heredé de mi familia y en parte lo completé después. Pero uno de los ancestros más inmediatos es mi tatarabuelo por parte materna, José Antonio Castro, que era capitán de la marina mercante y navegó por todo el mundo en aquellos barcos de vela que existieron hasta finales del siglo XIX o comienzos del XX. Conservo de él, entre muchos objetos y recuerdos, sus diarios de navegación, unos 12 o 15 tomos.

Capitaneó el "Antonia", un velero del que conservo un dibujo realizado en Génova en 1876. Más tarde fue armador de otros barcos de los que también conservo dibujos. Este tatarabuelo era a la vez mi bisabuelo, pues su hijo (mi abuelo) se casó con una sobrina suya, es decir, nieta a su vez de José Antonio Castro. Cuando este antepasado dejó la mar, montó aquí en Figueras la que fue primera o segunda fábrica de conservas. Aquí llegó a haber siete factorías conserveras que supusieron la industrialización capitalista de la zona. Y entre ellas estaba la de mi familia, que se llamaba La Perseverancia. En una época determinada se cortó la exportación de conservas y tuvieron que cerrar todas ellas; y en el presente la única industria de Figueras es el astillero Gondán. Aquéllas fueron conserveras de productos cárnicos y de pescado, pero sobre todo de aguillolos, navajas de mar, muy abundantes en el banco de arena de la ría, el Tesón. Mi abuelo también fue capitán de la marina mercante, pero navegó pocos años porque solía marearse y esta profesión nunca le atrajo demasiado. Por eso se hizo cargo de las empresas de su padre».

Una neumonía temprana.

«Por parte de mi padre, también mi bisabuelo Domingo tenía otra de esas siete fábricas de conservas. Mi padre, Martiniano Pérez Sanjurjo, fue médico, después de estudiar la carrera en Valladolid. Tanto él como mi madre, Concepción Castro López-Villamil, estaban empeñados en que yo siguiese el mismo camino y mi padre me llevaba a veces a ver su actividad en la clínica, que estaba en nuestra misma casa y donde contaba con un practicante, Ramón Amoz. Hasta que un día le vi extraer un tumor del pecho de una mujer y allí mimo me desmayé redondo. A partir de entonces no quise saber nada con la medicina. Mi padre era médico de pueblo, lo que significaba salir a caballo para atender un parto, o a un moribundo, o tareas semejantes. Ya cuando yo era un poco mayor, salía hasta en bicicleta, y más tarde ya lo hacía en taxi o coche. Mi padre falleció muy joven, de una neumonía. Era médico de la Mutualidad del Mar y Accidentes de Trabajo y tenía mucho trato con los marineros. Salía a pescar y en una de esas salidas cuyo regreso se retrasó un par de días contrajo una bronconeumonía que lo llevó al sepulcro. Yo tenía entonces unos 10 años y por eso me crié entonces en manos de mi madre y mis abuelas materna y paterna. A las tres las tengo siempre muy presentes. Estas abuelas eran Ramona Sanjurjo y María Villamil, que cuando me casé me regaló esta casa en la que vivo y en la que después hice modificaciones. Ella era una mujer muy exquisita, toda una señora, y además muy guapa».

Campo de concentración.

«Nací el 15 de marzo de 1931 y después, cinco años más tarde, vino mi hermano Carlos, ya fallecido. Vine al mundo en la casa que está frente a ésta y que hoy, tras una ampliación, es el lugar que ocupan los fondos asturianos de mi biblioteca. En aquella época ya no me tocó conocer las siete conserveras, sino sólo las dos de la familia: la de esta casa, por rama materna, y la que estaba en el otro extremo del pueblo, por vía paterna, los Sanjurjo Montenegro, en un edificio en el que tengo una parte de la hemeroteca. De los sucesos de aquellos años sólo tengo el recuerdo del campo de concentración de Figueras y de ver a los presos trabajar en la carretera que va desde la Alameda hasta Arnao, hasta dicho campo de presos de la Guerra Civil. Me acuerdo de algunos oficiales y del médico, don Fidel. Castropol fue zona nacional desde el comienzo de la contienda. En Figueras éramos muy poco vecinos, 300 y pico o 400, y también había pocos niños. No había coches, salvo el de la casa de Pardo, el de mi abuelo y otro de una familia que veraneaba aquí. Más tarde, por el astillero Gondán, ya comenzaron a llegar camiones y otros vehículos. El astillero había nacido en los años veinte, creado por Francisco Díaz Martínez, nacido en Piñera de Castropol y que puso Gondán a la factoría porque ése era el nombre del pueblo de su padre, que creo recordar que pertenece a Mondoñedo».

La ría partida.

«La situación económica de aquella época, salvo para la casa de Pardo, o doña Socorro Sánchez, Laureano Acevedo y mis abuelos, era muy pobre, eminentemente pesquera, pero también con una parte rural sobre todo en las zonas de Granda y Lois. Siendo yo niño, la ría del Eo era asturiana en todas sus márgenes, incluido el puerto de Ribadeo. Era exclusivamente de Asturias, y existe una sentencia de Juan de Grijalva, juez apoderado por Felipe II, a favor de Castropol, tras un pleito de los condes de Ribadeo, de la casa de Alba. Pleitearon por la propiedad de la ría y perdieron. Aun siendo yo niño, y ya mayor, los notarios de Castropol iban hasta la misma orilla del muelle del Ribadeo a levantar actas en los barcos porque era territorio de su competencia. Es decir, que era asturiana hasta el mismo muelle de Ribadeo, y en contra de lo que afirman los galleguistas, Galicia nunca pasó del núcleo de Ribadeo, lo mismo en la Edad Media que después. Lo que pasa que había interferencias entre Asturias y Galicia. Por ejemplo, el obispado de Oviedo tenía parroquias en la provincia de Lugo hasta que se ajustan los límites de la diócesis con los límites provinciales, a mediados del siglo XX. Fue después, cuando empezaron estas cosas de la política regionalista, cuando se partió por el medio la ría y ahora se da la circunstancia inconcebible de que una parte se llama ría de Ribadeo, que es el nombre oficial, pero creo que acabará siendo llamada ría del Eo, por ser un nombre más breve y más fácil de pronunciar. No existen grandes diferencias en toda la zona del Eo, pero, sin embargo, las hay en cuanto a que la gente de la parte de Asturias tiene muy presente que son asturianos, cosa que no hace la parte de Ribadeo, que pretende extenderse hasta Navia. Pero respecto a "las tierras del Navia al Eo" hay varios trabajos publicados y la verdad es que nunca fueron gallegas».

La escuela de doña Clementina.

«Durante mi niñez, en Figueras venían las lecheras a traer la leche a casa, y las leñeras con la leña y las piñas para la cocina. Y una costumbre que se perdió y que se nota mucho es que en aquella época cada vecino salía a barrer su parte de calle y además cantaban desde por la mañana hasta el anochecer. Con cualquier trabajo que hacían cantaban al alto la lleva todo lo que fuese; hoy no canta nadie. Fui a la escuela de doña Clementina, un colegio privado, y ella era una señora muy preparada, porque incluso nos enseñaba francés ya de niños y nos daba clases lo mismo de ciencias que de letras. Aparte de doña Clementina había dos escuelas públicas: una situada en la torre del reloj y otra en lo que hoy es Fundación Villamil, que era laica. Antes de esas hubo otra en la calle de Campomanes, en unas naves que eran precisamente de mi bisabuelo Domingo Sanjurjo».

Licencia de León XIII.

«Con 10 años y con mi padre ya fallecido me fui a hacer el Bachillerato a Gijón, interno en un colegio, el Politécnico. El director del Instituto Jovellanos de Gijón, Antonio Cobo, estaba casado con una gran amiga de mi madre y por indicaciones suyas mi madre decidió que fuese a ese colegio-internado que estaba en la calle Ramón y Cajal, exactamente en Los Campos. Los domingos nos llevaban a dar paseos por las inmediaciones de Gijón o por el rastro y enfrente del colegio estaba la capilla San Francisco, de los Capuchinos, adonde acudíamos a los actos religiosos porque el director de nuestro centro era un sacerdote. En mi familia no había ideas políticas, pero sí religiosas. Eran católicos todos ellos, muy católicos, hasta tal punto que en ésta existe un oratorio privado con licencia de León XIII para la celebración de misas. En ese oratorio se casaron mis padres, precisamente. Terminé el Bachillerato y ya tenía claro que no haría Medicina, para lo cual además había que trasladarse a Santiago o a Valladolid. En esta última ciudad había estudiado mi padre y en Santiago cursó Farmacia mi tío Carlos, que fue farmacéutico, muy farmacéutico, de los que celebraban grandes tertulias en la botica, y muy amante de Figueras».

Bances y José Manuel González.

«Así que me voy a Oviedo a estudiar Derecho en 1948, en una facultad en la que hay unas cuantas personalidades, como Gendín, que fue magistrado del Tribunal Supremo, o Silva Melero, que también lo fue, o Torcuato Fernández-Miranda, que después se dedico a la política y es sobradamente conocida su personalidad. Éstos eran los más destacados, pero además había otros profesores importantes que se dedicaban exclusivamente a la enseñanza. Estaba por ejemplo don Ramón Prieto Bances, que había sido un tiempo muy corto ministro de Instrucción Pública durante la República, cuando lo fue también un pariente de mi madre, Manuel Rico-Avello. Por esa razón trabé amistad con Prieto Bances, pero creo que también fui recomendado a él por la familia, para que me tutelase, ya que yo era un chaval de 17 años que se iba a la ciudad. Prieto Bances, tras la guerra, tuvo que pasar por un proceso de depuración política. Creo recordar que era pariente de doña Carmen Polo y por ese motivo y porque además él tampoco fue una persona muy destacada políticamente retornó a Oviedo. Pero antes tuvo que abandonar la cátedra en Asturias, que se la dieron a don Ignacio de la Concha. Al reponer a Prieto Bances en la cátedra lo hicieron en Valencia, pero don Ignacio de la Concha, que era todo un caballero, inmediatamente hizo una permuta con él y le dijo: "Su cátedra es ésta y usted se viene de nuevo aquí, que ya me voy yo a Valencia". En esa época tuve también trato con el arqueólogo José Manuel González, que tenía plaza de oficial en el Instituto de Estudios Asturianos. A él se le debe el florecimiento de la arqueología en Asturias, con excavaciones sobre el terreno, fundamentalmente de los castros».

El deán Arboleya.

«Mientras estudiaba viví en Meres, ya que mi madre tenía un tío que era magistrado en la Audiencia de Oviedo, José Fernández Valdés, republicano perdido que tuvo que exiliarse. Aquí se quedó su mujer, Manolita Rico-Avello, tía carnal de Manuel Rico-Avello. Pero al quedarse sin el sueldo de su marido, como ella había estudiado Magisterio, aunque nunca lo había ejercido, y como tenía amistad con Carmen Polo de Franco, la enviaron de maestra a Meres. Aprovechando esa circunstancia viví con ella los cinco años de la carrera y éramos varios los estudiantes que íbamos y veníamos en el tren de Meres a Oviedo. En aquel tiempo también vivía en Meres el canónigo Maximiliano Arboleya, de quien yo entonces no tenía ni la menor noción. Un día, al ir a decir misa, pidió un monaguillo que le ayudara a celebrar la eucaristía porque el de costumbre no había ido. Me presté y fui a ayudarle. Me preguntó quién era, qué hacía, de dónde procedía y todas esas cosas. Le dije que si necesita algo contara conmigo y desde ese día mantuvimos una gran amistad. Prácticamente todas las tardes me iba a merendar y a charlar con don Maximiliano, al que también ayudaba, puesto que estaba impedido de las manos a causa de una artrosis tremenda. Me dictaba cartas y yo se las escribía e incluso se las firmaba. Había sido un avanzado del catolicismo social y mantenía trato con varias personas de ese mismo campo. Pero entonces yo era un muchacho joven y no asimilaba del todo lo que él había significado, sino que lo descubrí más tarde y comprendí cuál había sido su papel y su personalidad y lo mal que lo había pasado durante la Guerra Civil, cuando gracias a que los vascos le ampararon no se lo cepillaron. Esa amistad con don Maximiliano me enriqueció mucho. Seguía siendo deán de la Catedral y era sobrino del obispo Ramón Martínez Vigil. Cuando él vio mi vocación hacia los temas de Asturias y yo le conté que Martínez Vigil había estado y dormido en mi casa cuando vino a Figueras a unas confirmaciones (de las que mis abuelos fueron padrinos), don Maximiliano me regaló el archivo de su tío, de quien desde entonces conservo manuscritos y memorias. Por tanto, las tres principales influencias de mi juventud fueron Prieto Bances, José Manuel González y Maximiliano Arboleya».

Tradiciones populares.

«Terminé la carera e hice oposiciones al Banco Exterior de España, donde ingresé con plaza en San Sebastián, pero de allí pasé inmediatamente a Madrid, donde tuve grandes amistades con personalidades de las letras y la investigación, sobre todo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en la sección de Dialectología y Tradiciones Populares. Allí trabé amistad con Vicente García de Diego y los domingos por la mañana solíamos ir a pasear por el Retiro. El era miembro de la Real Academia y bibliotecario perpetuo de la misma y hablábamos de libros y otras materias. A diario, por las tardes, me iba a la Cuesta Moyano. Y mis primeras publicaciones en Madrid fueron todas a través del Consejo, con artículos sobre todo dedicados a tradiciones populares de la zona del Eo, aunque después me dediqué a otros lugares de Asturias».

Ingreso en Periodismo.

«Siendo niño, durante un verano, conocí en casa de mis abuelos a Jesús Evaristo Casariego, periodista y profesor universitario, que tenía mucha amistad con un tío de mi madre que era registrador de la propiedad. Este tío, Eladio, que era de Luarca, acompañaba a Casariego cada vez que venía a Ribadeo a buscar datos para escribir su biografía de Sargadelos. Aquel contacto de la infancia me resultaría muy enriquecedor más tarde, puesto que cuando me establecí en Madrid Casariego se volcó siempre conmigo en presentarme a quien fuese necesario y tuvimos una relación muy intensa y continuada. Que yo estudiara Periodismo fue precisamente iniciativa de Casariego, que un día me dijo: "Eso podría contribuir a que tengas más facilidad de redacción y a que te enriquezcas literariamente". Entonces era un tanto difícil, o bastante, ingresar en la Escuela Oficial de Periodismo, porque había un gran control político de los que iban a ser futuros periodistas. Decían que había que saberse las noticias internacionales por lo menos de los últimos seis meses y yo me maté leyendo prensa y sacando notas. Cuando llegué delante de don Juan Aparicio, el director y examinador, con quien después también tuve amistad, la primera y única pregunta que me hizo fue la siguiente: "¿Por qué siendo usted abogado y estando ya en el Banco Exterior de España quiere ser periodista?". Le contesté que creía que estudiando Periodismo aprendería a escribir mejor y entonces me dijo: "Puede usted marcharse". Pensé: "Este señor no me preguntó nada y me ha suspendido", pero cuando yo iba saliendo por la puerta me dijo: "Dele usted recuerdos a don Jesús Casariego". Estudié Periodismo desde 1955 a 1958».

Laín y Fray Ceferino.

«En aquella época también entablé mucha relación con Ramón Menéndez Pidal e iba con frecuencia a su casa madrileña. Esa relación la tomé a través de don Roque Pidal, pariente muy cercano de don Ramón y eminentísimo bibliófilo, uno de los grandes bibliófilos de España. Al mismo tiempo, mi vinculación al Consejo me permitió conocer a Julio Caro Baroja, Pilar García de Diego, José Pérez Vidal y otros miembros de la Asociación de Etnógrafos y Folkloristas. Y también en Consejo traté con Laín Entralgo, porque tenía su despacho debajo del piso donde estaba Tradiciones Populares. En cierta ocasión, hablando los dos del cardenal asturiano fray Ceferino González, le pregunté a Laín acerca de la enfermedad que había padecido aquel eclesiástico asturiano y que le había asistido un médico alemán. Yo tenía unas cartas en alemán dirigidas a fray Ceferino, pero desconocía la lengua y Laín se ofreció a que se las llevara para que él las tradujera. Y con Dámaso Alonso también traté, en su caso porque estaba muy vinculado al Eo por su amistad con Dionisio Gamallo Fierros, el escritor gallego, natural de Ribadeo. Y fue a través de Gamallo como me puse en contacto con don Dámaso, que incluso publicó trabajos sobre esta zona y con quien mantuve correspondencia a lo largo del tiempo».