El estilo personal de Rafael Moneo (Tudela, 1937) guarda estrecha relación con su arquitectura, con la que comparte la misma presencia sosegada, la capacidad de captar la atención del espectador sin recurso a la estridencia. La suya es una obra extensa marcada por la serenidad y la depuración, la búsqueda de ligazón con los lugares en los que se levanta y repartida por todo el mundo.

En el tiempo de los arquitectos mediáticos, a Moneo lo abrumó el continuo requerimiento público al que hubo de someterse en los días previos a recibir en Oviedo el premio «Príncipe de Asturias» de las Artes de este año. Extrema su prudencia natural al hablar -o más bien callar- de algunos de sus predecesores en el galardón, aunque reconoce que ser crítico con sus colegas forma parte de su función como docente y es un elemento primordial en la enseñanza de la arquitectura. Recoger el galardón fue la oportunidad del reencuentro con Oviedo, donde hace casi dos décadas renunció a construir el Auditorio ante el rechazo del emplazamiento que consideraba más apropiado. El mismo lugar, por paradojas de la historia urbana, en el que ahora se levanta toda una muestra de la arquitectura poligonera por la que el arquitecto español con mayor reconocimiento profesional muestra gran curiosidad.

-Eduardo Soto de Moura, un premio «Pritzker» como usted, asegura que le admira a usted y a Siza Vieira por lo bien que saben «hacer agujeros en las fachadas».

Interpreto que quiere decir que tanto Siza como yo hacemos uso de lo que son los instrumentos disciplinarios, aquello que hemos recibido de la arquitectura tradicional. La arquitectura de hoy olvida la necesidad de las ventanas mientras que en la arquitectura del pasado ha trabajado como si la oportuna distribución de los huecos en un plano vertical fuese uno de los atributos de la buena arquitectura. Que Soto de Moura me haya puesto en el mismo plano que Siza es motivo de halago porque se trata de uno de los arquitectos portugueses más capaces.

-Alguien con la reconocida trayectoria de Siza ha tenido que cerrar el estudio, lo que da idea de las difíciles circunstancias de la profesión.

Creo que en eso hay un componente de exageración, muy portugués por otra parte. Siza ha sido un arquitecto extraordinariamente activo, con una obra de calidad pero asombrosamente extensa. Me cuesta creer que no pueda tener el estudio abierto. Es fácil que el trabajo en Portugal se haya limitado o que no tenga interés para él. La crisis allí debe ser muy seria, pero no sé si Siza es el termómetro apropiado para medirla.

-¿Qué sensación le produce recordar la ocasión frustrada de construir un auditorio en Oviedo?

Me da tristeza. Pienso en lo que pudo haber sido. Tengo mi obra extendida por muchas ciudades de España, lo que me proporciona la fortuna de establecer relaciones con lugares que acabas haciendo tuyos y me hubiera gustado muchísimo que Oviedo fuera uno de ellos. Cuando recuerdo lo que ocurrió me alegra pensar que me porté como debía. Identifiqué el suelo que me parecía más apropiado para ese auditorio y alguien vino detrás que lo aprovechó. En ciudades como Oviedo, ese tipo de edificios es importante incorporarlos al centro neurálgico de la ciudad. El éxito del Kursaal de San Sebastián no está sólo en la calidad de la arquitectura, sino también en su centralidad.

-En Oviedo esa tensión con la que usted se ha enfrentado tantas veces entre lo que ya hay y lo nuevo es quizá más fuerte que en otros lugares.

Ahí está también el interés del terreno que yo he elegido para mi trabajo: hacer que la arquitectura se incorpore y tenga como referencia el marco de la ciudad, lo cual en muchos lugares es tanto como decir la ciudad antigua. Esto hace que el edificio no se vea tanto como un objeto aislado, que es lo que ocurre excepcionalmente y de una manera extraordinaria con Santa María del Naranco. Hay que pensar más en la ciudad como un todo que en el edificio como un objeto autónomo.

-Esa es una norma que en su gremio se vulnera con demasiada frecuencia, por el afán de protagonismo del propio arquitecto.

La contribución que yo haya podido hacer como arquitecto con una carrera avanzada y como docente, dando testimonio de lo que uno entiende como principios de la arquitectura, está en evitar eso. Es lo más personal de mi aportación, la consistencia en mantener una relación entre la nueva construcción y lo existente como algo que se produce en continuidad.

-Le preceden en el premio «Príncipe de Asturias» de las Artes otros cinco arquitectos: Niemeyer, Sáenz de Oiza, Calatrava y Foster. ¿De cuál hablamos primero?

Me va a dejar hablar sólo de Sáenz de Oiza para no entrar en un terreno difícil. Me alegra encontrarme pisando los talones a Sáenz de Oiza que ha sido un arquitecto muy importante y en quien inevitablemente pienso al recibir el premio. Compruebo que algunas características profesionales están anticipadas en esas elecciones inconscientes que uno hace al establecer las afinidades. Al acercarme a Oiza hacía un movimiento justo en lo que hoy entiendo que ha sido mi carrera profesional. Los valores de Niemeyer, Calatrava o Foster están reconocidos desde terrenos distintos, lo que me hace pensar en cuán generoso fue el jurado que me concedió ese premio.

-De todos ellos, Calatrava es quizás el que peor parado ha salido a la larga. Desde el Naranco resulta bien visible su obra en Oviedo.

Me parece exagerada. Seguramente la ciudad no reclamaba un gesto tan poderoso en aquel barrio. Eso es lo que he visto desde el Naranco.

-¿Cómo funcionan sus dos facetas profesionales, la de proyectar y la docente? ¿Se retroalimente una a otra?

Sí. El catalizar el trabajo profesional mediante la obligación de dar testimonio público y repuesta a los estudiantes respecto a lo que son tus ideas sobre la arquitectura es algo que redunda en beneficio de tu trabajo profesional. Uno de los aspectos más atractivos de mi tarea es aquel que introduce ese componente de indagación, de investigación sobre el significado y la evolución de la arquitectura que va más allá del estricto profesionalismo. Considerar la arquitectura como un capítulo más de la cultura que nos envuelve da sentido a esta actividad de la docencia como el modo más natural de introducir esta reflexión crítica continuamente en el trabajo. No veo otro modo de hacer la práctica profesional que inoculando esta necesidad de reflexión crítica, de conciencia de la contribución al medio cultural.

-La arquitectura sostenible es ahora un concepto muy reiterado ¿Cuándo se convirtió en insostenible para que tengamos que recurrir a esa idea?

La arquitectura que escondía la estricta supervivencia de los tiempos primeros es la arquitectura más sostenible, la que se hace con materiales próximos, que exigen menos transporte. Es un ambiente en torno de la actividad humana que considera en términos pasivos el consumo de energía. A medida que la energía ha ido incorporándose a lo estándares de confort ha exigido un mayor consumo del que nos costará mucho prescindir. La arquitectura que ahora se reclama como sostenible es más la expresión de un deseo voluntarista de restringir el uso de la energía pero sin renunciar a esos estándares. Se siguen construyendo torres en altura que tienen grandes exigencias o se edifica en zonas en condiciones climáticas extremas y se dice que las técnicas ayudan a reducir el consumo de energía. Pero eso, sin llevarlo hasta sus últimas consecuencias y hacer actividades realmente sostenibles, es más la expresión de un eslogan político que otra cosa.

-Una obra suya, la biblioteca de Deusto en Bilbao se levanta frente al Museo Guggenheim. ¿No resulta incómodo trabajar al lado de un icono tan potente como ése?

Un edificio de esa importancia se convierte en referencia para la biblioteca. De hecho, en ese proyecto hay dos momentos de reconocimiento del Guggenheim. Por un lado, un volumen tratado con un material continuo que es el pavés y, por otro, la ventana gigante, un corte en ese volumen, que se orienta hacia el museo. No se trata de competir. A Frank Gehry lo considero como un hermano mayor, miembro de una generación inmediata anterior a la mía. Bilbao es el tercer lugar en el que coincidimos. A 400 metros de la catedral que construí en Los Ángeles se levanta su Disney Concert Hall. En ese caso no hay diálogo entre ambos, sino sentirse cómodo manifestando posiciones distintas respecto al planteamiento arquitectónico. En el campus de Novartis en Basilea también coincidimos. Allí levantó un edificio que rechaza la trama urbana y yo recojo un eco de esa violencia que supone romper un continuo a través de un elemento estructural que refleja la escala y la potencia de su arquitectura. Hay un reconocimiento de que él está enfrente, lo mismo que el Bilbao.

-Jesús expulsó a los mercaderes del templo y usted pone un supermercado debajo de la iglesia de Iesu en San Sebastián.

No, nada de eso. Sin haber incluido el supermercado hubiera sido imposible construir la parroquia. Esa iglesia ayuda a dotar de carácter a un barrio que no lo tenía y atraer a gente a un área de parque que también se va a ver beneficiado por ese movimiento. Y además se hace con tal discreción que nadie diría que en ese obligado sótano de doble altura hay un supermercado.

-¿Su suegro Luis Martínez-Feduchi tuvo algún vínculo con la obra de la Universidad Laboral de Gijón?

Fue muy buen amigo de Luis Moya, pero no tuvo ninguna relación con ese proyecto. La Universidad Laboral es un edificio extraño, que costará explicar a las generaciones venideras. Es un canto del cisne, el último proyecto de la arquitectura académica y clásica. Un proyecto llevado a cabo en unas condiciones sociopolíticas muy extremas. Sería muy difícil pensar en algo semejante a día de hoy cuando los excesos de escala se producen de otro modo, desde exageraciones formales pero no desde esa libertad dada al arquitecto. Es un esfuerzo heroico y trágico al mismo tiempo. Es un edificio extraño, que lo desborda todo y que puede explicarse desde unas condiciones equívocas en términos ideológicos. El equívoco de la ideología franquista está muy presente en esa construcción. Es un acto de fe más en un mundo clásico que hacía aguas. Lo que no significa que no haya un valor en esa inútil condición heroica, no correspondida, porque no hay relación entre lo que el arquitecto propone y la ideología da y reclama.

-Es también una herencia pesada.

No voy a tener tiempo de verlo esta vez pero es un edificio que me interesa seguir. Es una especie de ofrecimiento al proletariado asturiano, una metafísica ciudad ideal que se entrega como tributo a un proletariado que se piensa hostil.