La pintura del prerrománico asturiano constituye una excepcionalidad en el mundo altomedieval que se puede ver reforzada en el futuro con las sorpresas hoy ocultas tras los muros encalados de San Miguel de Lillo o de pequeñas zonas de San Julián de los Prados. Acercarse a este arte parietal es adentrarse en una encrucijada histórica en la que se conserva el sólido poso del arte romano, la influencia visigótica y la emergencia poderosa de la estética islámica. De todo ello han encontrado suficientes muestras los especialistas en San Julián de los Prados, San Miguel de Lillo y San Salvador de Valdediós, algunas de las cuales se muestran en las ilustraciones de estas páginas.

La huella, actualizada, del arte romano es muy visible en San Julián de los Prados, levantada por Alfonso II más de cuatrocientos años después de la caída del Imperio romano de Occidente en el 476, el acontecimiento que marca la entrada en la Edad Media. En el interior de San Julián domina lo que los expertos llaman el «estilo arquitectónico», recreaciones de construcciones de gran carga simbólica que revestían con suntuosidad edificios levantados con materiales sencillos. Era la manera de engrandecer los espacios ceremoniales tanto en el ámbito de la religión como en el del poder terrenal.

Conocemos las pinturas de Santullano desde hace apenas un siglo, cuando Fortunato Selgas las dejó al descubierto. Los trabajos de Helmut Schlunk y Magín Berenguer contribuyeron a detallar las peculiaridades de esa riqueza pictórica cuya recuperación, en los años ochenta del siglo pasado, ha desvirtuado el original. Ésa es la opinión del restaurador Jesús Puras, para quien «Santullano se ha repintado hasta alcanzar la falsedad histórica en algunas zonas». La paradoja es que junto a esta intervención todavía quedan lugares en los que las pinturas originales están cubiertas por revestimientos añadidos en épocas posteriores.

Por su labor como restaurador, Puras conoce la pintura prerrománica con una cercanía que está vedada al observador común. Ahora trabaja en la preservación de «El músico» de San Miguel de Lillo. Son los restos de una decoración interior de la que sólo intuimos «una tercera parte de los que pudo haber sido», que permanece oculta en algunas zonas de la iglesia y, por tanto, sería susceptible de una recuperación futura, según Puras. «El músico» es toda una innovación en la pintura prerrománica, la irrupción de la figura humana que tiende lazos con la pintura visigótica.

La última muestra de esa permeabilidad del arte asturiano a las influencias de unos tiempos tan cambiantes es la iglesia de San Salvador, en la que conviven elementos que ya tienen carta de naturaleza en el prerrománico con otros de aire islámico que llegan procedentes del sur peninsular, bajo dominación musulmana desde casi dos siglos antes de que se levantara esta iglesia de Valdediós.

En origen, estos tres edificios estuvieron revestidos tanto interior como exteriormente por frescos que seguían la técnica desarrollada por los romanos. Era «como una doble piel», en palabras de Jesús Puras, que hoy nos sorprendería, acostumbrados, por influencia de un esencialismo romántico que fue decantando su imagen externa, a contemplar su piedra desnuda.

San Julián de los Prados: la influencia romana

El conjunto de San Julián mantiene un vínculo directo con la pintura romana, una actualización de los elementos de esta tradición clásica, tanto en la representación de fachadas palatinas como la que se observa a la izquierda, según la reconstrucción de Magín Berenguer, como la guirnalda (derecha arriba) y el zócalo (derecha abajo). Lo que ahora vemos tiene alteraciones por la rehabilitación de los años ochenta del siglo pasado.

Santullano presenta el conjunto más amplio y de mayor relevancia de la pintura prerrománica.

La exaltación de la Cruz tiene una presencia destacada en la decoración interior y es un motivo recurrente en el prerrománico.

Orfebrería pintada. Esta pintura traslada a las paredes de la iglesia las cruces de orfebrería tan representativas de ese momento histórico, revestidas de oro y cubiertas de piedras preciosas, con ensanchamientos en los extremos de sus brazos.

Los dos edificios en miniatura que aparecen representados a los pies de la cruz, con pórticos abiertos y cortinajes son una referencia al aula celestial.

La cruz se reproduce cuatro veces en el recorrido desde la entrada del templo al ábside. El arco es un recurso más de las arquitecturas sagradas.

Los motivos arquitectónicos nos retrotraen a los frescos de estilo pompeyano de los siglos II y IV, que a su vez tienen raíces griegas.

Estas representaciones «singularizan de forma especial la pintura mural de Santullano», según Lorenzo Arias, para quien hay que «buscar en el ámbito cristiano bizantino posibles eslabones entre las arquitecturas escenográficas helenísticas y la decoración pictórica» de esta iglesia en la afueras de Oviedo. Para Fernando Marín Valdés, «las arquitecturas ficticias de sabor tan clásico y marcada impronta palatina constatan hasta qué punto el desarrollo del prerrománico se halla adherido al orden visual de la Antigüedad tardía».

La gloria de Cristo y la del príncipe. Este tipo de pintura servía, según Fernando Marín, tanto para la exaltación de la gloria de Cristo como la del príncipe.

San Miguel de Lillo: la irrupción de la figura humana

El surgimiento de elementos figurativos constituye la gran peculiaridad de la pintura prerrománica durante el período ramirense. Este recurso guarda relación con la pintura de tradición visigótica. Son figuras con poco detalle y una fuerte carga simbólica.

Una de las figuras que aparecen sobre el muro de la nave lateral sur de San Miguel es un personaje entronizado, junto a otra presencia secundaria a los pies del trono.

Son representaciones planas y esquemáticas, que nos ofrecen una visión central de los personajes, lo que refuerza su carácter conceptual.

La pintura que se conoce como «El músico» representa a un personaje con un laúd de mástil largo sobre un fondo rojo de viveza. Para los especialistas supone un anticipo de las ilustraciones de los beatos mozárabes y es muy reveladora de la variada procedencia de los recursos artísticos durante el reinado de Ramiro I.

San Salvador de Valdediós: un arte de frontera

Iglesia levantada por Alfonso III, consagrada en el año 893.

Su decoración interior tiene un aire ecléctico e incorpora elementos procedentes del arte islámico del sur de la Península.

En el arco que da acceso al ábside en el lateral norte de la iglesia se conservan una decoración geométrica netamente vinculada a la tradición islámica, un zig-zag que se rellena con motivos acorazonados. Para los especialistas son elementos que incorporan los artistas mozárabes a los que se encomendó la decoración de la iglesia.

Éste sería en revestimiento de uno de los laterales de la tribuna, según la reconstrucción de Magín Berenguer. Es una composición de círculos, hojas y escamas con referencias en mosaicos de pavimentos romanos.

En el muro oeste de la tribuna de San Salvador aparece este conjunto de cruces del Gólgota como una culminación del recorrido interior de la iglesia.

La cruz griega central de este conjunto guarda estrecha afinidad con la Cruz de los Ángeles, símbolo victorioso de Alfonso II. Destaca por su riqueza decorativa frente a la humildad de las dos cruces laterales.