Ricardo Pedreira (Mondoñedo, Lugo, 1928) repasa en esta última entrega de «Memorias» sus labores en instituciones internacionales, en política y en la Universidad de Oviedo.

Ogros en la OCDE.

«Nació el IUDE (Instituto Universitario de la Empresa) y al año el rector Virgili se convenció de que podía tener entidad propia y allí estuve bastante tiempo, hasta que con un cambio de rectorado, cuando llegó Marcos Vallaure, cesaron de una forma tremenda al director, aunque a mí me dijeron: "Queremos que tú sigas como presidente" (yo lo era por delegación del anterior rector, López-Cuesta). Pero les respondí que habían cesado a una persona sin habérmelo dicho antes y en solidaridad con ella me iba. Doy ahora un salto en el tiempo porque en 1980 inicié una etapa de actividad internacional como asesor técnico del Instituto de Planificación Contable de Madrid y como consecuencia voy a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), en 1983, al grupo de trabajo de armonización de las empresas multinacionales: después, a Naciones Unidas (ONU), en 1984, cinco años seguidos, y luego a la Comunidad Económica Europea (CEE, hoy UE), en 1986, otros cinco años. En la OCDE yo ya había estado años antes, en París, en un centro de empresas multinacionales que había que disciplinar mediante análisis de estados financieros, balances, cuenta de pérdidas y ganancias, etcétera. Había un nivel muy alto y aprendí mucho. Allí me pasó una cosa curiosa: como era todavía la época de Franco, nos veían como al ogro: nos saludaban diplomáticamente, pero no más. Hasta que un día el representante de EE UU me dijo: "Profesor Pedreira, ¿le importaría cenar con nosotros?". Quedé mirándole y respondí: "Nunca más honrado". Llamé a Madrid: "Oye, que me han invitado a cenar". "¿Qué te han invitado? ¿Cómo lo conseguiste?"».

Perder el tiempo

. «En la ONU fui comisionado por Hacienda a un grupo que elaboraba normas contables aplicables a empresas transnacionales y un código de conducta. Y me pasó algo parecido a lo de la OCDE: cada día desayunábamos en una misión extranjera (la de Italia era la mejor), y un día me dijo alguien: "¿Por qué no vamos a desayunar a la misión española?". Se lo dije a los nuestros y quedaron asombrados. "¿Pero van a venir aquí, de verdad? No sabes lo que te lo agradecemos". Yo no salía de mi asombro. España estaba un poco aislada, esa es la verdad. Me di cuenta de que en la ONU había dos grupos: el de países desarrollados, entre los que está España, y el de los países en vías de desarrollo, y cada uno operaba por su cuenta. Perdíamos mucho tiempo porque los africanos echaban cada discurso que era la repera y nada, no avanzábamos, hasta tal punto que un día el alemán y yo propusimos suprimir el grupo y casi nos matan. El código de conducta avanzaba muy poco por culpa de los rusos, y además se habían incorporado los chinos de Mao, que gritaban: "Nosotros, la contabilidad tradicional, la tradicional"».

Chupones europeos.

«Y en la CEE tenía que haber un representante técnico por país y en Madrid también me lo emplumaron a mí. Era un grupo de contacto encargado de interpretar las directivas contables para adaptarlas a cada país. Y ese grupo a veces actuaba como la Comisión, y como le tocaba a España la presidencia de la CEE, mira por dónde en una ocasión fui yo presidente de la Comisión Europea. En un momento dado se planteó un problema: en la CEE había, y hay, exceso de gente, de lobbies, de organismos asesores, y todo eso que cuesta un huevo; y estando yo allí se empeñaron algunos en crear un grupo para que asesorase al comité de contacto. Cuando oí aquello, rápidamente levanté la mano y dije: "Oiga, vamos a ver, no lo digo por mí que probablemente soy el menos capacitado de los presentes, pero aquí hay gente que me consta que está muy preparada". Era como crear un grupo de asesores para los asesores: "Esto me parece un disparate". Presidía el comité un lord inglés, que intervino: "Estoy de acuerdo con lo que dice el distinguido delegado de España". Y no se creó, aunque luego, con el tiempo, me enteré de que sí se había formado el grupo de asesores. O sea, que hay una cantidad de chupones tremenda».

Director de dos másteres.

«En la Universidad, además de catedrático de Contabilidad y profesor adjunto por oposición de Economía y Hacienda en Derecho, dirigí dos másteres. Uno se creó en 1990, cuando fuimos a ver al rector López Arranz para crear un Máster de Auditoría. Al principio nos dio buenas impresiones, pero luego, no sé por qué y quién le asesoró, se echo atrás. Así que hablamos con la Universidad Pontificia de Salamanca, porque yo estaba en el Instituto de Planificación Contable y allí es donde daban el pase para que se pudiesen hacer estos cursos. Allí estuve 13 años y sigue funcionado, afortunadamente. Y luego se montó el Centro Superior de Estudios Fiscales en la Facultad de Derecho, y también me nombraron director. Ese centro funcionó muy bien gracias a Mariano Abad, catedrático de Derecho Financiero, una persona excelente, muy trabajadora y seria, a la que debo mucho. Cuando decidí dejarlo, el rector Vázquez me dijo: "Es que si te vas tú se cierra". "Bueno, alguna vez tendré que irme", le comenté, y, efectivamente, se cerró. Creo que había discrepancias entre profesores y esas cosas de la Universidad».

Partido de barones.

«Mi etapa política fue durante la Transición, cuando Adolfo Barthe, médico; Emilio García-Pumarino, registrador de la propiedad, y yo decidimos crear en Asturias el Partido Social Demócrata. Yo siempre decía lo mismo: "Emilio, secretario; Adolfo, presidente, y yo la base". En un periódico de Gijón alguien comentó: "Aquí aparece Pedreira, que es socialdemócrata de derechas". Para el partido llegamos a un acuerdo con Paco Ordóñez y comenzamos 16 personas. Tuvimos una primera reunión en el llagar El Quesu, en Siero, y para mi asombro nos juntamos unos doscientos. Habíamos traído a dos del partido en Madrid, uno de ellos creo que ligado un poco al Opus, aunque ello no implicaba a los demás. Paco Ordóñez lo aglutinaba todo desde Madrid. Es más: él era muy conocido de Carrillo y cuando vino aquí fuimos Pumarino y yo a verle, y cuando supo que éramos de Ordóñez se levantó y nos dio unos abrazos. Vino también el propio Ordóñez, y al marchar en el electrotrén a Madrid fuimos a despedirle a la estación y aquello fue la repera. El partido decidió unirse a UCD y yo no lo vi claro. Mostré una pequeña oposición y casi triunfé, pero luego les dije a los chicos que era mejor que nos uniésemos. UCD triunfa en las primeras elecciones, pero no hacía falta ser muy listo para ver que aquello no cuajaba: había muchos barones muy inteligentes, pero hacía falta una persona que pudiese dominarlos y creo que Suárez, con todos los respetos a lo mucho que hizo, no valía para eso. Era hombre de diálogo y eso en política se paga; hay que ponerse serio muchas veces y decir "esto es así y se acabó"».

Una pérdida política.

«Y luego, cuando ya Ordóñez deja UCD, crea Acción Democrática (que luego entró en el PSOE), y me llama a Madrid para que monte ese partido en Asturias. "Oye, Paco, no puede ser porque yo sigo en UCD". "Pero UCD se derechiza", repuso él. Quedé mirándole: "Bueno, en fin, tú ya sabes que yo soy un buen burgués", agregó. "No hace falta que me lo jures". Le conocía desde hacía mucho tiempo y parecía que quería hacerme socialista y era capaz de llevarme a Madrid y nombrarme director general, o algo así, porque era una persona que nunca abandonaba a los amigos. Era muy valioso y la prueba es que al final estaba enfermo y no podía con su alma, pero seguía como ministro de Asuntos Exteriores. Fue una pérdida enorme. Estuve en UCD no mucho tiempo, porque vi que aquello, con todos los respetos, parecía una oficina de colocación. "A ver si colocáis a mi sobrino", te decía alguien. "Pero bueno, lo que hay que hacer es hablar de política, formular programas, trabajar por el partido?". No volví a tocar más la política».

Auditoría externa.

«Pertenecí al Consejo de Asunto Económicos (CAE) de Arzobispado de Oviedo durante 37 años. El famoso Pepito, José Gabriel García, el ecónomo diocesano, había sido alumno mío en el IUDE y un buen día me pidió ayuda para elaborar el plan de cuentas de la Iglesia en Asturias. Conseguimos que hubiera transparencia, que se supieran los ingresos y los gastos de la Iglesia. Don Gabino era hombre prudente, muy inteligente y bueno, y por ser bueno tuvo dificultades. La etapa de Osoro fue difícil porque al llegar él no sé quién le metió en la cabeza que se estaba malvendiendo patrimonio de la Iglesia. Y mandó venir auditores de Santander que nos dieron la razón en todo. "Oye, Ricardo, tenéis toda la razón", me dijeron. "Pues nada, cóbrale bastante al obispo a ver si nos deja en paz", y presenté la dimisión. Pero Osoro no la aceptó: "Usted tiene derecho a estar aquí siempre", me dijo, y luego conmigo se portó bastante bien, aunque el comienzo había sido difícil».

Dos motivos de orgullo.

«De lo que estoy más orgulloso en mi vida es de un grupo de alumnos que han sido verdaderamente brillantes y que me han superado ampliamente: Efrén Cires, Serafín Pérez, Florentino Braña, Héctor Centeno, Ricardo Loy, Manolo Mier (que en paz descanse), entre otros. Y también estoy orgulloso de que al jubilarme en la Universidad con 65 años el rector Julio Rodríguez se empeño en que tenía que seguir hasta los 70 mediante la fórmula de profesor emérito. "Pero si no soy emérito". "Da igual, te denominaremos así". Después, me sorprendieron un día con un libro de homenaje que es otro orgullo que tengo. Todo el departamento de Contabilidad y de Economía de la Empresa colaboró en aquel tomo y eso sí que para mí tuvo un valor tremendo: un reconocimiento acaso excesivo hacia mi labor, pero en fin».