Ricardo Pedreira (Mondoñedo, 1928), catedrático de Contabilidad e inspector de Finanzas del Estado, relata su labor en la Diputación de Oviedo junto a su presidente, José López Muñiz.

Se busca «cartaginés».

«Tras ganar las oposiciones a intendente de Hacienda (inspector de finanzas del Estado) tuve destinos en Guadalajara, León y finalmente en Oviedo de nuevo, aunque nunca dejé esta ciudad y las clases, porque, por ejemplo, a Guadalajara iba diez días al mes y el delegado de Hacienda me decía: "Pero bueno, que viva usted en Madrid sería normal, pero en Oviedo?". "Sí, don Argimiro, pero durante los diez días que vengo, ¿quién está más tiempo en el despacho y quién mete más horas?", le comenté. "No, no, en eso es usted". "Bueno, entonces cuénteme por el número de horas". Llega después mi época con José López Muñiz, presidente de la Diputación. Yo regresaba un día de una reunión en Madrid y alguien me dijo: "Oye, andan buscando cartagineses para ser diputados y me parece que te ha tocado a ti". En aquel tiempo a los que éramos de fuera de Asturias nos llamaban "cartagineses". La cosa la había hecho Pepe, que hizo propaganda de mí para que me eligiesen el Colegio de Abogados, el de Médicos, etcétera, que tenían un representante en la Diputación. Así que el 4 de abril de 1961 se constituye la nueva Diputación con la mayoría de diputados como representantes por los ayuntamientos y luego los de las instituciones, que éramos los que formábamos prácticamente la Junta de Gobierno, en la que me nombraron presidente de la Comisión de Hacienda, y a Tito Figaredo de la de Obras Públicas, a Almazán de Cultura, a Sarandeses vicepresidente, y así sucesivamente. No cobrábamos sueldo, solamente recibíamos dietas y trabajábamos como burros. Yo no dejé las otras ocupaciones como intendente de Hacienda y profesor».

Estudio de siete kilos.

«Era necesario construir una nueva carretera de salida y entrada a Asturias y en Madrid se hizo un estudio sobre el valle del Huerna que pesaba siete kilos, un tomazo con los aspectos geológicos, constructivos, económicos? El problema eran los cuartos y ahí es donde entramos nosotros. En España no había financiación posible y era entonces ministro de Obras Públicas Silva Muñoz, no muy partidario de hacerla. Andábamos persiguiéndolo por toda España hasta que delegó el asunto en Reguera Guajardo, abogado del Estado en Obras Públicas y más tarde ministro de Información y Turismo, en 1976. Nosotros hicimos otro estudio sobre el posible desarrollo del turismo con la nueva carretera, el número de vehículos que la utilizarían y todas esas variables. Con Luis Méndez Gayol, catedrático de Matemática Financiera y muy inteligente, llegamos a una conclusión de cómo había que financiarla: primero, disponer de un capital normal, sin gran exceso, y el resto, si la circulación se correspondía con las previsiones, podía hacerse a través de obligaciones que se irían amortizando. Además, había dos empresas extranjeras dispuestas a hacer la obra: una francesa (si no recuerdo mal, la Compagnie Universelle du Canal de Suez) y otra alemana. Ambas ponían dos condiciones: seguro de la moneda (la peseta oscilaba mucho entonces y no era lo mismo que estuviera a 40 por dólar o a 50) y que se no se les pusiesen pegas para importar la maquinaria que se utilizase en las obras. Aquello nos pareció estupendo y dimos el paso para que Reguera nos recibiera con sus ingenieros. Pepe López Muñiz no quiso entrar: "No, no, entrad vosotros, los técnicos", pero no tuvo mucha paciencia y acabó entrando también».

Cese y aclamación.

«Me acuerdo perfectamente de aquella reunión. Reguera tenía un estudio propio y lo levantaba de vez en cuando. Me dijo: "Denme su estudio". "No, denos usted el suyo para compararlos". Si le dábamos el nuestro, nos descubríamos demasiado. "Vamos a comparar nuestras estimaciones con las suyas", agregué. Pero no había manera. Después de dos horas de pelea, él miró a dos ingenieros suyos que estaban allí y dijeron con la cabeza que sí. "Bueno, pues nada, aceptamos vuestro plan". Salimos y le dije a Pepe: "Mira, éstos nos han quitado de delante, pero no van a hacer nada". "Ya estás tú con tu galleguismo, pensando que nos van a engañar". "Pues sí, porque es imposible que la decisión sobre una obra de esta naturaleza se pueda tomar así; si nos hubieran dicho al menos que les dejásemos nuestros papeles para estudiarlos?". "Pues ya verás cómo no es como tú dices", sentenció Pepe. Pero, efectivamente, fue como yo dije. Lo que pasó además es que más tarde Pepe tuvo algún problema con el régimen y el gobernador Mateu de Ros le cesó. Entonces le dije, porque seguía ilusionado con la nueva carretera: "Pepe, prepárate porque en la Diputación van a echar abajo el acuerdo que habías logrado aprobar". "¡Pero hombre!". "Mira, votarán a favor los cercanos a ti, pero no los ayuntamientos, por una razón, tú ahora ya no les vas a dar dinero". Efectivamente, pasó eso y Pepe cogió un cabreo tremendo. Pero hete aquí que pasado el tiempo nombran ministro de Hacienda a Antonio Barrera de Irimo y a Pepe le hace subsecretario. Yo estaba en aquel momento en San Vicente de la Barquera y me llama: "Tienes que venir conmigo a Madrid a la toma de posesión". Fui con él y le dije muy serio: "Ahora, todos aquellos que votaron contra ti van a venir aquí a darte el coñazo, a saludarte, a aplaudirte, porque tú ahora tienes un poder enorme: todos los presupuestos tiene que aprobarlos la Dirección de Administración Local, en la que mandas tú". "¡Qué malo eres!", me dijo. "No soy malo, es sentido común". Y, efectivamente, su toma de posesión fue tremenda, con todos aplaudiéndole. Alfonso Gota y yo estábamos allí y comentamos que nunca habíamos visto una cosa igual. Alfonso es hermano de Eduardo Gota y un hombre listísimo. Era entonces inspector de servicios del Ministerio y es una de las personas que más Hacienda sabe de España y con más sentido común. Tras su jubilación en Hacienda, fue magistrado de lo Contencioso en el Supremo y sus sentencias fueron fantásticas».

Austeridad.

«Aclamaron a López Muñiz, pero ya no podía hacer nada por la carretera, que siguió otro rumbo, y hay que ver lo que costó años después, cuando se podía haber hecho antes casi seguro por la mitad, aunque no lo puedo garantizar. Pepe López Muñiz era vallisoletano, abogado del Estado, y aquí vivió y se casó. Era de una tenacidad tremenda: como persiguiera algo mareaba a un santo, como demostró con la construcción del Hospital Central. Se rodeó de gente muy buena, de los mejores médicos. Además, se bandeaba bien en Madrid, porque hay que tener presente que tenía bastante influencia con el ministro Camilo Alonso Vega, que le echaba una mano. Pepe buscaba el dinero debajo de las piedras y luchaba. Y todo se hacía muy austeramente, con poca gente que funcionaba bien. Ahora hay sesenta o setenta directores generales en el Principado y me pregunto cómo puede haber tantos en una región de un millón de habitantes. ¡Pero esto qué es! Entonces el personal era muy cualificado y preparado, y, sobre todo, muy trabajador. No digo que no lo sean ahora, y trabajadores, pero entonces eran muy entregados y daban la vida por la Diputación».

Universidad petrificada.

«Estoy muy satisfecho de aquella etapa y cuando deje la Diputación varias personas me enviaron una carta agradeciéndome haber estado con ellas. Estuve seis años allí porque llegó un momento en que hubo un problema: como yo no era falangista, parece ser que los jefes de la Falange no estaban muy de acuerdo con mi presencia y Pepe me dijo: "Mira, tengo que cesarte por esto". "Bueno hombre, no pasa nada; al contrario, no sabes qué favor me haces", le dije. López Muñiz vivía para esto y gracias a él hubo otras cosas que me tocaban, por ejemplo, cuando se crea el IUDE (Instituto Universitario de la Empresa), que todavía existe, y se montó cuando un día me llama don Ramón Prieto Bances, que después de jubilarse pasó un año a EE UU y vio que, claro, la Universidad aquí estaba un poco petrificada. Él quería crear unos estudios que animasen el nacimiento de empresarios, que no todo fuesen funcionarios. Como yo era el director de la Escuela de Empresariales vino a verme con aquella idea y me dijo: "Como sé que tiene alguna influencia sobre López Muñiz?". Pepe era presidente de la Caja de Ahorros, cargo que, sin cobrar, era automático por ser presidente de la Diputación. Tuvimos la gran suerte de que en aquel momento era director general de la Caja Agustín de Saralegui, que era intendente mercantil formado en Bilbao. Le hablamos del proyecto y se llegó a la conclusión de que se podía crear el instituto con una carrera de tres años. Tuvimos algún problema porque el rector Virgili, al que yo tenía cierta simpatía porque siempre me trató muy bien, tenía la manía de que lo que no se daba dentro de los cursos de la Universidad no era Universidad. "Pero don José, no diga usted esas cosas, que es un hombre muy inteligente", le dije».