La jornada para ellos comienza a las siete de la mañana, con la limpieza de su celda compartida y el aseo personal. Después llega el primer recuento del día, a cargo de alguno de los 70 funcionarios que ofrecen servicio en las unidades de la cárcel de Villabona, con una plantilla total de 500 trabajadores. A continuación, los reclusos participan en talleres de 15 miembros para realizar actividades manuales, musicales o deportivas. Tras la comida, retoman su formación. «El objetivo prioritario de las UTE es crear un espacio libre de drogas y sin violencia, donde los internos asuman una serie de responsabilidades», señala Juan Carlos Argüeso, subdirector de seguridad de la cárcel.

Es mediodía y los internos de la UTE 1 deambulan por las dependencias comunes de los módulos, integrados por dos plantas de celdas, una sala de día, un comedor y un patio. Esta unidad es la única de las tres en la que conviven hombres y mujeres; el resto son exclusivamente masculinas. Santiago Ruisánchez, que asegura haber jugado en el Sporting Promesas durante su juventud, escucha con indiferencia un mensaje que emite la megafonía. «Me gané a pulso entrar a aquí. La vida no me trató bien desde pequeño», dice. «Se me murió una hija. Un buen día dejé el trabajo, a mi mujer y cogí el millón de pesetas que tenía ahorrado en el banco. Me lo gasté todo en droga en menos de un mes. A partir de ahí, todo se torció. Andaba con malas compañías por Gijón, fumaba en plata...», comenta, con naturalidad. Ahora está convencido de que podrá iniciar una nueva vida en cuanto pasen los ocho meses «eternos» que le quedan por delante. «Se lo debo a esta unidad. A mí me ha funcionado», señala.

No todos los presos de Villabona opinan lo mismo. Para muchos, las UTE han perdido su esencia original desde que se abrieron a reos que no son toxicómanos. Además, algunos censuran la milimetrada rutina que marca su funcionamiento interno. «Antaño, el tratamiento que se nos daban era específico, pero ahora se ha multiplicado la cantidad de personas y se ha reducido la calidad de la atención», indica Juan María Medina, un burgalés que cumple condena de 12 años y medio por haber atracado varias sucursales bancarias asturianas para pagar la cocaína y el alcohol que consumía a diario. Decidió abandonar su unidad hace unos meses para recalar en un módulo de respeto, denominación que recibe otro tipo de programa voluntario de reinserción, creado en 2001 en la prisión leonesa de Mansilla de las Mulas y que ha experimentado un crecimiento vertiginoso. «El cambio no ha podido ir mejor. Me di cuenta de que sobraba en la UTE cuando vi que compartía espacio con gente que no tenía mis problemas. Yo quería dejar de ser dependiente. ¿Qué pintaba con muchos que no tenían mi problema? Es como enviar a alguien que tiene una gripe a una clínica oncológica», dice.

Villabona cuenta con tres módulos de respeto (el 6, el 9 y el 10): dos para hombres y otro para mujeres, en los que conviven 360 reos. El propósito de estos programas es que los beneficiarios interioricen unas normas de comportamiento encaminadas al bienestar común. «Acaban por aceptarlo todo como algo propio, no como algo impuesto», comenta el director mientras saluda a los funcionarios que se encargan del control en una de las entradas. El patio está a rebosar. En una esquina cuatro jóvenes entonan a duras penas una copla al son desafinado de una guitarra. En el otro extremo un hombre levanta los brazos en señal de victoria en torno a una mesa donde se disputa una partida de mus. Y, a pocos metros, cuatro «destinos» (nombre que reciben los reclusos que desempeñan trabajos a cambio de un salario que cotiza a la Seguridad Social) dan brocha al edificio, subidos en un alto andamio.

«Todo está limpio, la gente aquí responde. Hay un ambiente estupendo», subraya Medina, en el centro de una pista y observado minuciosamente por dos chavales con camisetas de tirantes y tatuajes en los hombros. «Los módulos de respeto son un invento que realmente merece la pena», concluye. «Llevo siete años sin meterme nada», remata.

El sol calienta con fuerza poco antes de la una de la tarde y traspasa la cristalera de los pasillos que rodean el campo de fútbol y los jardines, donde cinco hombres realizan ejercicios con varios pastores alemanes. Son integrantes del programa de tratamiento de terapia asistida con animales de compañía (TACA), otro más de los ofertados en el centro penitenciario del Principado. Las puertas se abren en el módulo de respeto femenino, con las paredes pintadas de color morado intenso y lemas como «me quiero a mí misma por encima de todo». Todo reluce. En la cárcel asturiana hay 102 mujeres, apenas suponen el diez por ciento del total. «Estamos especialmente orgullosos de este módulo, la mejora en los últimos tres años ha sido simplemente espectacular, están muy comprometidas», asegura el director.

La langreana Estela Álvarez es «destino» en la lavandería y acaba de poner la colada. Camina por el módulo con gesto serio pero agradable. Habla con solemnidad. «Cuando entré, pasé 21 meses en la UTE. Decidí marcharme porque coartaban mi libertad», señala. Según explica, la férrea disciplina le impedía relacionarse con la «gente con la que yo quería». «El pasado 22 de enero llegué aquí. Estoy muy contenta porque tengo una celda individual y me sentí acogida por mis compañeras desde el primer momento», asegura. «Tengo pensado quedarme hasta que llegue el día de salir», concluye. Aún le quedan por cumplir más de dos años de los cuatro y medio a los que fue condenada por estafar a una entidad bancaria de Luanco hace una década. Es un ejemplo del nuevo tipo de reo: en muchos casos joven y penado por cortos períodos de tiempo, bien por pequeños delitos económicos, bien por graves infracciones de tráfico. «Una de las principales diferencias con respecto a la UTE es que aquí te debes a ti mismo, no te debes a ningún funcionario», musita, mientras pasea por delante de paredes decoradas con grafitis fechados en años distintos.

La polémica sobre las ventajas y los inconvenientes de los diferentes programas de reinserción también ocupa a dos funcionarios junto a la salida al edificio independiente donde residen los beneficiados con el tercer grado. «Es cierto que la UTE consigue mucha reinserción, pero también es cierto que los problemáticos son derivados a otros módulos porque incumplen las normas», señalan, metidos de lleno en un debate que actualmente agita la vida entre rejas.

Viene de la página anterior