Un yogur caducado hace quince días, con las condiciones de sellado actuales y bien conservado en la nevera, no perjudica la salud de nadie, pero respetando la normativa vigente debería llevar dos semanas en la basura. En esa anormalidad legal se apoyan algunos expertos en nutrición y gestión alimentaria para sostener que el cambio normativo con el que el Gobierno prevé flexibilizar los plazos de consumo da pasos para aproximar la ley a la realidad. La sustitución de la fecha de caducidad por la de consumo preferente informa de que el producto tiene más vida saludable que la que ahora se indica en la tapa y ahí ya hay un avance. El yogur caducado era oficialmente inseguro; el que ha sobrepasado su consumo recomendado puede haber perdido condiciones, pero no lesiona al que lo ingiere. En un primer vistazo, el profesor de Ingeniería Química Benjamín Paredes interpreta la medida como «beneficiosa para el consumidor» aunque sólo sea porque en la situación actual -el artículo caduca a los 28 días de su fabricación- el que ignora que el yogur sigue siendo seguro a partir del día 29 «lo tira y pierde un dinero».

Cuando le preguntan hasta cuándo se pueden comer sin riesgo, Paredes contesta con la experiencia personal y el criterio profesional: «Hoy, un yogur guardado en la nevera puede durar en perfectas condiciones organolépticas hasta muchísimo después de agotada la caducidad. Yo los he comido quince días más tarde y nunca he notado nada. Siempre digo que cuando se vea que sabe bien y no tiene alteradas las condiciones de aspecto u olor no habrá problemas».

Al decir de Paredes, subdirector de docencia del Máster en Gestión y Desarrollo de la Industria Alimentaria en la Universidad de Oviedo, la anomalía normativa que arrastraba el yogur era «la más evidente. Por eso la administración ha empezado por ahí» su estrategia de lucha contra el despilfarro de alimentos. Es éste un producto que «apenas plantea riesgos de intoxicación», aclara, «un medio muy ácido y con un PH bastante bajo en el que no vas a encontrar patógenos. Problemas de sabor, sí; de salud, no». A esa clase de artículos se estaba aplicando hasta ahora una figura legal, la fecha de caducidad, oficialmente prevista, según la legislación europea vigente, para «alimentos microbiológicamente muy perecederos y que por ello puedan suponer un peligro inmediato para la salud humana después de un corto período de tiempo». A la hora de legislar, eso sí, el profesor también piensa que hace falta cierta cautela, sobre todo cuando «se está dando a la gente la posibilidad de juzgar por sí misma».

Con el sistema que prevé el Ministerio de Agricultura, la fijación de la fecha de consumo preferente queda a criterio de cada fabricante. Cada uno es responsable de establecer la suya, pero ayer la Federación Nacional de Industrias Lácteas (Fenil) ya trasladó al Ministerio su intención de ampliar el plazo, como norma general, de 28 días a 35.

El mensaje que recibe el consumidor, no obstante, habrá cambiado, ya dirá que después de la fecha de consumo preferente se abre un periodo, ahora indeterminado, en el que el producto sigue siendo seguro para su salud. «Ahora el fabricante evaluará el tiempo razonable en el que se puede consumir», afirma Ramón de Cangas, médico nutricionista, aunque a su juicio les interesará fijar un plazo no demasiado extenso, aquel en el que su producto no pierda propiedades organolépticas y además de ser saludable conserve todo su sabor.

Para orientar las nuevas pautas de comportamiento, el doctor precisa que la nueva fecha «nos puede servir como guía, sabiendo que una vez sobrepasada el yogur todavía se puede consumir dentro de un periodo razonable» y que la casuística del lácteo fermentado es muy extensa, que «no es lo mismo un yogur desnatado natural que otro con trozos de fruta...» En todo caso, precisa, «no hay libertad total», el criterio general viene marcado en la normativa europea, y a ella se encomendó precisamente ayer el ministro de Agricultura para justificar la obligación del cambio normativo. Miguel Arias Cañete lo dijo en enero de forma muy coloquial -«veo un yogur en una nevera y ya puede poner la fecha que quiera, que yo me lo voy a comer»- y ayer más en serio: «Lo racional y coherente es marcar la fecha hasta la que el producto mantiene íntegras todas sus cualidades, pero dejando que el consumidor pueda tomar también sus decisiones en los plazos en los que lo puede consumir».

Manuel Rendueles, profesor de Ingeniería Química y coordinador del Máster en Biotecnología Alimentaria de la Universidad de Oviedo, se añade a la tesis sobre la falta de veracidad de la fecha de caducidad como unidad de medida de la seguridad de un yogur. «Yo los he consumido dos y tres meses después de caducados y no hay problema si la conservación ha sido correcta. Es más, diría que entre cuatro y cinco meses puede ser adecuado». No hay riesgo pues para la seguridad alimentaria y sí un provecho para el consumidor. «Al abrir el yogur», argumenta, «verán que está perfecto. Un moho se desarrolla en 15 días y al verlo verde se tiraría incluso antes de la fecha de prescripción actual. Para el fabricante tampoco va a haber grandes diferencias, tal vez tengan menos devoluciones al principio, pero no cambiará el sistema en términos de producción, gestión de almacenes o distribución».

Desde la esquina de la defensa del consumidor, mientras tanto, se desata cierto cabreo a la vista de que tal vez hasta ahora «se nos estaba tomando el pelo. Se decía que no se comiera un yogur después de 28 días y ahora sí», apunta Rubén Sánchez, portavoz de Facua. «No sabemos si se ha estado provocando que tiráramos comida y beneficiáramos así a la industria o si ha cambiado la forma de hacer yogures», apostilla.