-Soy avilesino y sabuguero, pero al año y medio mis padres se trasladaron al «Tocarate», el Francisco Franco, y allí me crie, tirando piedras, disparando el gomeru y jugando al llancón, a la píldora, a la maza y a la peonza, cosas a las que ya no juegan los chavales. Tenía mucha libertad porque no había coches. De hecho, cuando llegamos a la casa la calle estaba sin asfaltar. Luego empezaron a hacer allí al lado el poblado de Versalles.

-¿A qué se dedicaban en su casa?

-Mi padre, Nardo, trabajaba en mantenimiento en la Compañía de Tranvías por la mañana, pero, como no daba, por la tarde era peluquero en una barbería muy conocida, Delmiro, donde había una tertulia muy importante del Real Avilés.

-Trabajaba mucho, ¿no?

-Entraba en la Compañía de Tranvías a las 10 de la noche y volvía a casa a las seis de la mañana, dormía 6 o 7 horas y se iba a cortar el pelo. La gente se cortaba el pelo por la tarde, al salir de trabajar. Mi padre fue muchas veces a las casas, a cortar el pelo a los que estaban malinos, muchas veces gratis y le daban chorizos o lo que fuera. Pago en especie. Tuvo muchos amigos. Era del Carbayedo, hijo de María la maestra, que enseñó a leer y a escribir a muchos chavales. Conocía a medio Avilés. Fue un gran deportista que jugó al fútbol, en Osasuna. De joven bajaba y subía escaleras haciendo el pino. Se comió la guerra entera, en Pamplona, en Cataluña y si libró algo de ir al frente era porque entonces ya sabía cortar el pelo y era el peluquero del coronel.

-O sea, que combatió con los nacionales.

-Sí. Tenía la familia, que era de izquierdas, amenazada. Tuvo familiares en Cuelgamuros, haciendo el Valle de los Caídos y hubo muertos. Lo pasaron muy mal. En casa nunca se habló nada de eso, algo cuando pasaron muchos años. Creo que mis padres debieron de hacer un pacto de silencio para que nada de la política nos salpicara ni a mi hermano ni a mí.

-¿Y su madre?

-Aurelia, «Lina», de Sabugo, era ama de casa, pero como no daba, limpiaba en una confitería de 5 a 8 de la mañana y me despertaba con un croissant. Mi abuela, su madre, tenía barco y pescadería, pero mi abuelo Tomás lo perdió todo en el casino de Oviedo porque era una bella persona pero jugador. Mi madre era católica, buena cocinera, trabajadora y cariñosa. Un ejemplo. Mis amigos se morían por ir a mi casa porque se volcaba y siempre sacaba algo de comer. No lo gastó en vestidos ni en joyas? todo para la nevera. La mejor madre del mundo. Ella decía que había madres y madrecitas. Ella era madre.

-¿Qué clase de chaval era usted?

-En el barrio cuando una persona salía mala decían que había nacido un Nardín. Cambiaba los tiestos a las mujeres, los felpudos de las casas, una vez que estaban instalando un puesto de mercado lo tiramos abajo. No sé por qué era así, tan travieso. Lo pienso ahora y no lo creo. Una vez a un chaval que era un chivato lo cogimos un amigo y yo, lo llevamos al monte que llamábamos de las Dos Tetas , lo dejamos en pelota, lo atamos a un árbol y lo dejamos allí. Cuando empezó el revuelo para buscarlo, dos horas después, fuimos a por él y lo soltamos. Todavía hoy no entiendo cómo fuimos capaces de algo así. Tendría yo 7 años.

-¡Qué fuerte!

-Yo era los ojitos de mi madre porque era trasto pero no gamberro. Ahora, cuando se me cruzaba el cable? Nunca buscaba bronca, pero si alguien quería encontrarla. También entonces nos zumbábamos todos y no había dramas. Tenía un maestro en Llaranes, don Tirso, que daba clases de refuerzo y ese metía con ganas a los que no estudiaban. Una vez me dejó p'allá con un tortazo que me reventó un oído. Yo la última vez que me pegué fue a los 20 años, en la mili, con un chaval de Ponferrada que se cagó en mi madre. Le saqué dos dientes y pasé mes y medio en prevención, arrestado, y con la mano hinchada.

-¿En casa pegaban?

-No. Mi padre me pegó una vez. Nuño, un chaval que ya murió, venía con unos libros y me dijo «¿Quieres uno?». Cogí uno de coches, lo llevé a casa y lo dejé encima de la mesa. «¿Y este libro?», me preguntó mi padre. «Me lo dio un amigo», contesté. Lo abrió, vio el cuño de la Casa de la Cultura y me soltó un sopapo que sirvió para que, si ahora veo ahí un millón de euros no lo cojo porque no es mío. Fuimos a ver al director de la Casa de Cultura y devolví el libro.

-Tiene un hermano mayor. ¿Era una referencia?

-Mi hermano siempre estuvo allí, pero yo iba a mi bola y la diferencia de edad hacía que mientras él andaba detrás de las chavalas yo anduviera con las chapas, pero cuando equilibramos las edades sí nos tratamos más.

-¿Qué tal estudiaba?

-No tenía ganas de estudiar. Lo dejé muy pronto y fue un disgusto grande en casa porque esperaban que hiciera lo que se hacía entonces: estudiar y comprar un piso. Lo que hice a los 18 años fue comprarle a mi madre electrodomésticos nuevos. Ayudaba en casa. Le compré a mi madre una televisión en color Zenit en 1979, a punto de casarme.

-¿Dónde empezó a trabajar?

-En la compañía de tranvías, que ya eran autobuses, de pinche, barriendo, poniendo y quitando neumáticos. Desafortunadamente quitaron los tranvías y mira, ahora las ciudades se vuelven locos por tenerlos. Luego trabajé en Montajes, 12 horas diarias, sábados y domingos incluidos, cuando se estaban haciendo los Altos Hornos de Veriña. Ahí gané dinero por primera vez. Eran destajos y descansabas cuando acababas la tarea antes de tiempo. Con 17 o 18 años, en 1972, llegué a ganar 90.000 pesetas al mes y no lo podía gastar porque estaba trabajando todo el tiempo. Compré una Vespino.

-¿Qué tal era ya de joven?

-Extravertido y divertido. Mis aficiones eran jugar al fútbol y tocar la guitarra. Jugué en el Bosco, en la Residencia y en el Arnao. Era extremo izquierda porque soy zurdo cerrado. Aprendí a tocar la guitarra porque el que tocaba ese instrumento era el que más ligaba. Me gustaba toda la música, pero, sobre todo, «The Beatles» y «Rolling Stones». Ahora me salió un hijo músico, Jorge, de 22 años, que le está dando fuerte. Cuando, desgraciadamente, estuvo malo Juan Luis, el de «El Sueño de Morfeo», hizo 11 conciertos con ellos después de aprender 17 canciones en dos días. Está en un grupo que se llama «Morrigans». El otro hijo, Ángel, el mayor, está acabando Periodismo y estuvo muchos años presentando informativos en Oviedo TV. Bueno, íbamos los amigos a Santa María del Mar o a otros sitios parecidos con las guitarras y las sardinas, tortillas o lo que fuera y a tocar.

-¿La mili?

-Te cortaba la vida. Cuando mejor lo estabas pasando te metían un hostiazo de 14 meses que no valían para nada. Me tocó El Ferral la mili entera y la pasé despidiendo cuatro reemplazos de mineros que sólo hacían el campamento. Me tocó la «Marcha verde» y nos acuartelaron 20 días, 5.000 personas sin salir del campamento. Había una unidad de tanques. Sabíamos algo de lo que pasaba por las llamadas de la familia. Había colas en los dos teléfonos. Cuando murió Franco, 20 de noviembre, nos tuvieron hora y pico formados bajo un frío de la virgen y recuerdo el ruido del acoplamiento del altavoz y que nos dijeron «Franco ha muerto». Menos mal. Había vascos, uno de ellos muy nacionalista y cercano a ETA. Yo no sabía nada de política ni de lo que iba a pasar en España.

-¿Qué pasó al volver de la mili?

-En una discoteca de Luanco conocí a mi mujer, Carmen María, lo mejor que me ha pasado en la vida. Yo empezaba a hacer pinitos de fotografía. Antes de ir a la mili, en el Club Juvenil Católico de Avilés, junto al Palacio Valdés, aprendí a revelar. Fui con los amigos, con Poldo Martínez, Yayo Abril, Juan Ardao y Rogelio. Había chavalas, futbolines, pimpón, piano, guateques? Cuando volví, conocía a Carmen María. Su hermano se dedicaba a la fotografía y falleció muy joven, en la mili, a un compañero que se le disparó el arma, seis meses antes de conocerla. Ella trabajaba en LA NUEVA ESPAÑA haciendo fotografías y yo también. En 1979 trabajé en «Asturias Diario Regional».

-¿Qué le atrajo de la fotografía de prensa?

-Lo primero que da la fotografía es una libertad total. Siempre me gustó, aunque antes no era accesible y no tenía cámara pero a partir de Carmen María ya tenía cámaras. Era rápido, enfocaba rápido, lograba fotografías que otros no conseguían tan pronto. Descubrí mi profesión en la fotografía, aunque la empecé como hobby. El primer reportaje que hicimos para vender éramos José Quián, Poldo Martínez, mi mujer y yo. Hacíamos fotos de los rallies y después de que daban los premios íbamos a vendérselas a los pilotos y a las escuderías. No me acuerdo cuánto cobramos, copias en 18x24, las guapas de 30x40, pero entre los cuatro nos dio para una cena y poco más. En la fotografía aporté la cabezonería del tauro que cuando quiere una cosa fura por una pared. Ahora ya no es así, pero antes, cuando me preguntaban cómo aprendí les dije que fácilmente: si coges un cámara con un rollo de fotografía haces 140 kilómetros y cuando vuelves al laboratorio no tienes las fotografías, aprendes la de Dios.

-¿Qué recuerda de «Asturias Diario regional» que duró un año?

-A Graciano García, que tenía una ilusión enorme por sacar adelante aquel periódico que llamábamos «El Paisín». «Chano», promotor y director, era un fenómeno que conseguía los accionistas a base de whisky. Teníamos un jefe de publicidad que decía que las esquelas eran feas y no las quería en el periódico. Recuerdo a los cuatro fotógrafos, Arrieta, Ramón González, Ana Muller y yo. Sólo quedamos Ana y yo... y yo pegué en el poste con un accidente de tráfico gravísimo. Los cuatro últimos meses los trabajamos sin cobrar. Como no había nada, hacíamos las copias de las fotografías en papel, muy pequeñas, a 9 x13. Del periodismo mi mejor recuerdo son los compañeros. El último director fue Melchor Fernández Díaz, al que los eventuales tenemos que estar muy agradecidos porque luego declaró a nuestro favor para que cobráramos el desempleo. Allí estaban las bases del periodismo asturiano de hoy: Julio Puente, José Luis López del Valle. Recuerdo los reportajes con Pilar Rubiera y los partidos con mi amigo Celso Alonso Sanjulián que camino de los campos de fútbol, en mi Dyane 6, siempre me cantaba «la mina de la Camocha» y me tenía abrasado. Era mi primer trabajo en prensa, yo era joven, entré con la cámara en un acto del monumento a Franco en la plaza de España de Oviedo y no me escorrieron a gorrazos de milagro. Me movía más que los peces. Tuve que dejar la prensa porque se me creó una incompatibilidad. Yo era el fotógrafo del astillero de Mefasa, donde se hacían los barcos de Mario Conde, de Javier de la Rosa, el del Rey.

-El que nunca aceptó.

-Pero lo probó. Lo sé porque cada semana hacía fotos de la construcción de esos veleros y yates de don Francisco Sitges. Las agencias informativas me pedían las fotografías que no podía dar y me presionaban mucho para que les pasara alguna imagen. Ahí dejé la prensa.