El arquitecto asturiano Fernando Martínez García-Ordóñez ha dejado una amplia huella constructiva en Valencia, en la dilatada trayectoria profesional propia de quien se acerca ya a los 91 años. Un buen número de obras muy conocidas en la capital levantina como el Colegio Guadalaviar, las viviendas de la riada del Cabanyal, Nuevo Centro, la iglesia de Xábia, el edificio Lanas Aragón de Colón, entre otros, levantan buena constancia del trabajo de quien llegó a Valencia meses antes de la riada de 1957 y ha dejado en ella una brillante huella.

Nacido en Salas en 1922, académico de Bellas Artes de San Carlos y Mestre valencià d'arquitectura del Colegio de Arquitectos, la trayectoria de Fernando Martínez aparece ligada a la del estudio que fundó en 1960, GODB Arquitectos Asociados, nombre que surge de la fusión de las iniciales de su segundo apellido con las de su socio Juan María Dexeus Beatty.

García-Ordóñez trabajó solo en su obra primeriza del Guadalaviar y asociado desde 1960 hasta 1982, con cuatro compañeros: primero con Dexeus y con el estudio ya formado, con Julio Bellot y José Manuel Herrero; años después se incorporaría Francisco Pérez Marzá. Dispuso de muy buenas conexiones con el Ministerio y, en general, con la Administración, particulares y empresas vinculados al Opus Dei. Su buen hacer y su capacidad profesional han dejado una arquitectura de calidad y bien reconocible. Eso sí, con la diversidad y un toque personal evidente, según el receptor del encargo. En su estudio llegaron a trabajar más de doscientas personas, con una estructura profesional y empresarial pionera, tanto en las disciplinas abarcadas como en su organización, siempre dirigida por el consejo de asociados, que él presidía.

Hay quien sostiene que García-Ordóñez es y ha sido, sobre todo, un excelente gestor y organizador de trabajo. Pero también ha sido un adelantado en los campos de la innovación estética de la arquitectura, el urbanismo y la investigación, en un trabajo en el que siempre aparece, de una u otra forma, su lado religioso (es numerario de la citada congregación), su fuerza de voluntad y su vocación arrolladora.

El momento más dulce de su quehacer se corresponde con la nueva sede de su estudio de El Puig, en 1973, un edificio de más de mil metros cuadrados en medio de campos de naranjos, que disponía de una serie de pabellones interconectados y desplegados alrededor de una plaza-ágora y que, además, contaba con un taller experimental para atender la línea de prefabricados que García-Ordóñez impulsaba .

La Escuela-Jardín Guadalaviar (1958-59) es -junto a las viviendas Sta. María Micaela de Artal- el primer referente valenciano de la arquitectura moderna y se ha transformado en objeto de culto profesional. Su limpieza y elegancia, en la línea de Mies, o el mismo juego de espacios, muy personales, destacan sobre su posterior ampliación, realizada ya dentro del grupo GODB

Sus propuestas de descentralización de Valencia quedaron en el cajón una vez elegida la solución Sur, con su apuesta por las infraestructuras y la red de autopistas, una de ellas por el medio del antiguo cauce. Recibió también el encargo de realizar el grupo de viviendas del Cabanyal, con las que inició una trayectoria -muy influida por Fisac, en cuyo despacho trabajó de estudiante- de investigación sobre la vivienda, línea de trabajo que no abandonará.

El refinamiento formal del Guadalaviar lo repite en el chalé del ministro Navarro Rubio, junto al parador de Xàbia -desgraciadamente sobre un enclave arqueológico y paisajístico de primera magnitud, proyecto de 1959- y la espléndida iglesia de Loreto en el puerto, parroquia del Mar (1967), proyectada con Dexeus en 1963 para el recogimiento ante Dios y con «un baño de luz misterioso» que entra por la cubierta, que se transformará en símbolo de la arquitectura religiosa moderna española. En Valencia destacan de esta primera época los dos bloques de viviendas, «Cadahia» (proyecto de 1962), donde actúa como promotor privado, actividad empresarial que mantuvo hasta la disolución de GODB. En esos años, el trabajo del grupo comienza a monumentalizarse y complicarse formalmente. La piel de piezas prefabricadas de grano lavado, su complejidad y un cierto recogimiento -casi religioso- de sus espacios interiores serán lenguajes y formas que se repiten y se identifican como propias.

Posteriores obras, en Ciudadela, el campus, Primado Reig, Sueca, Guillem de Castro, Bankisur en Lauria, Les Gavines en El Saler o Gola Blanca en el Perellonet, la Escuela de Estibadores o Lanas Aragón se contagiaron de esta búsqueda de expresividad. Son formas robustas, modulares y polivalentes que abandonan la sutileza de los inicios de GODB y se adentran en la contundencia de la imagen.

Su formación académica y su experiencia en la oficina técnica del plan Sur le convirtieron en un experto en urbanismo. Pero es en el Nuevo Centro (1980-82), estrategia pionera de descentralización comercial al estilo USA, donde mejor proyecta sus ideas. Para ello, incluso, el grupo vuelve a aparecer como promotor, lo que le ocasionó graves consecuencias. La ejecución y puesta en marcha pasó por muchas dificultades, varias crisis económicas y llevó finalmente a la disolución por quiebra de GODB en 1982 y a la dispersión de sus profesionales. Fernando García-Ordóñez siguió con sus prefabricados, se presenta a concursos y emite informes técnicos, pero su obra prácticamente termina con el complejo y contradictorio edificio que realiza para Lanas Aragón-Rumasa en la calle Colón.

Su dedicación a la vivienda social fue una constante profesional, impulsada en un primer momento por los problemas del chabolismo y una fuerte demanda de alojamiento. García-Ordóñez inicia su línea de investigación, industrializando sus paños de fachada, que continuará con sucesivas propuestas de prefabricación y diferentes patentes. Hasta llegó a disponer de una sociedad propia para su explotación, situación insólita en el mundo profesional. Como constancia de este trabajo, quedan en Valencia las ocho viviendas experimentales del polígono de Campanar (1967-69), a encargo del Ministerio y la Obra Sindical del Hogar, levantadas con un sistema de construcción en módulos prefabricados cuyo fácil montaje permitiría construir una vivienda en dieciocho horas. Tuvo un coste exagerado y las casas permanecen olvidadas.

Fernando Martínez García-Ordóñez es no sólo un excelente profesional, de delicada traza y suaves maneras, que gusta del juego de volúmenes y los contrastes de luz y sombra, sino también un curioso intelectual y experimentador nato; un visionario de la industrialización y de una nueva organización de los estudios de arquitectos. Todo ello muy cercano a los pioneros de la arquitectura moderna.