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Casa del Pueblo a 600 metros

"Nací en Vigo, el 16 de mayo de 1931, en un momento crucial de la República, porque en ese mes es cuando se produce la quema de conventos. Era el nacimiento de los conflictos de la República, y lo curioso es que en los años siguientes, aún siendo yo muy niño, vivías los efectos de aquello por el nerviosismo de los mayores que te rodeaban. Se perdieron ciertos respetos, yo creo. Pero, claro, era un movimiento lógico en un país sometido, no digo esclavizado, pero casi, a las clases dominantes. Mi familia vivía en la avenida de García Barbón y a 600 metros estaba la Casa del Pueblo, de donde salían las manifestaciones, por lo menos yo recuerdo las socialistas, porque iban todos con su camisa azul celeste y el pañuelo rojo. Además, mi casa estaba pegada a la iglesia de Santiago y bastaba que allí hubiera un templo para que hubiese movimiento y concentraciones".

Búsqueda en los balnearios

"Mi padre, Nilo Fernández Castro, era de Lugo y estudió Derecho en Oviedo. Era monárquico, como toda mi familia, y al licenciarse en Derecho, en 1913, las opciones que debía de tener eran o meterse militar o dedicarse a la política. Y se dedicó a la política en el nivel local, nunca más allá. No sé de qué partido era exactamente, pero sí que de uno conservador que manejaba un periódico. Don José Benito era en aquel entonces presidente de la Diputación de Lugo y mi padre fue diputado provincial. Pero la política era de coña, con un caciquismo tremendo. Después de 1923 mi padre dejó esa actividad. Se casa con mi madre, María de las Mercedes Cabaleiro Alonso, que era la viguesa, formada en un colegio de monjas y que había estudiado idiomas. ¿Dónde se conocieron? En los balnearios. Mi pobre abuelo, que se murió de un cáncer de estómago, con sus malas digestiones y su acidez, se iba a los balnearios y los "casables", vamos a decir, o los que buscaban a las hijas de los ricos allá se iban también. Luego se establecen en Vigo, que era la ciudad naciente y que en los años treinta tendría 40.000 o 50.000 habitantes".

El vencedor de Verdún

"Fuimos siete hermanos, todos con estudios universitarios, y de niño fui a un colegio de monjas, de las hermanas de Saint-Joseph de Cluny, francesas. De esa época recuerdo la visita al colegio, hacia 1935, del mariscal Pétain, que estaba haciendo un viaje por el norte de España y era obligado que fuera a un colegio francés. Siendo muy pequeño, pero muy atento a aquellas personas, estuve presente en un coloquio muy íntimo con Pétain, que tenía el renombre de vencedor de la batalla de Verdún, en la Primera Guerra Mundial, aunque luego, en la Segunda, cedió a los alemanes y se hizo colaboracionista".

Se va el acorazado "Jaime I"

"Al estallar la Guerra Civil se hace cargo de Vigo el capitán Carreró y recuerdo llevar con las muchachas la comida a mi padre porque entonces las fuerzas cívicas se distribuyeron por la ciudad, en teléfonos o en otras dependencias. Eran unos cometidos de coña; todos se ponían uniformes e iban guapísimos, de modo que como niños te preguntabas si iban a la guerra o a lucirse. Al principio de la guerra el que más o el que menos sintió temor, y ya digo que el niño vivía los temores de los mayores, aunque sin saber lo que pasaba. Por desgracia, en otros lugares se vivían consecuencias más directas de la contienda, como en Asturias entera. La guerra tuvo poco efecto en Galicia, pero sí que hay movimiento porque las cosas no están claras. Y unos u otros tienen un amigo con un barco de pesca, y entonces escapan a Portugal y de allí parten hacia Sudamérica. Los movimientos iniciales se sofocaron enseguida y había coincidido además que durante el paso del Estrecho de las fuerzas nacionales el único acorazado potente que había, creo, era el "Jaime I", que estaba fondeado en el puerto de Vigo. Pero se lo llevaron al Sur a evitar el desembarco de fuerzas del norte de África y eso permitió que Vigo quedase tranquilo. La posguerra es una época distinta. Galicia tiene sus recursos y no he podido decir que pasé hambre. En ese sentido fuimos unos privilegiados".

Santiago, peligro de casarse

"No tenía ningún referente familiar en medicina; todos eran abogados, pero a mí me gustaba. Encontré que tenía un sentido lógico el hacer algo por los demás y la propia medicina tiene una proyección social tan grande que atrae. Hice el examen de reválida y entonces hay un grupo que vamos estudiar a Santiago de Compostela, en 1948. En aquel entonces había la reválida y se hacía una clasificación, los exámenes eran orales. Conseguí entrar en la Universidad en Santiago de Compostela. En el Norte estaban las facultades de Salamanca, Valladolid y Santiago. Los asturianos basculaban a Santiago y estudié con muchos, como Ángel Cabal, el médico de Pravia. Santiago tiene su encanto y todos los que íbamos allá teníamos un peligro: casarnos con una santiaguesa, y yo fui víctima de ello. Me casé con María Rafaela Raposo Botana, en 1958, el año en que nos fuimos los dos a Estados Unidos de un modo un poco heroico. Hemos tenido tres hijos, nacidos en EE UU".

Un repetidor aceptable

"En la carrera de Medicina tengo una pequeña crisis inicial. Las cosas no van como debían y la anatomía fue el impedimento. Era el plato fuerte y, además si repetías al año siguiente pasabas de un cátedro a otro, de Echeverri a Fontán, cada uno con sus manías. O sea, que era un repetidor, y cuando eres repetidor ya entras dentro de una esfera de mayor libertad y de otra actitud en la Universidad. Ya no destacas por lo bueno, sino por lo malo. Y entonces, en esa época, hay sus crisis y un cambio de mentalidad porque ves que fracasas al inicio. Pero, por otra parte, te da la oportunidad de conocer a repetidores y es otro ambiente: no el de los niños que llevan todo al dedillo. Visto desde hoy, tendría que haber hecho mucho más esfuerzo inicial, pero era un repetidor aceptable. En esa época me dedico mucho a hacer deporte, sobre todo a fomentar el rugby en Santiago. También hacíamos hockey sobre patines y vine a Oviedo a unos juegos universitarios. Se jugaba entonces en donde está hoy Hacienda, en el patio de Santa Clara, y nos dieron una paliza tremenda. Aquí el hockey era muy fomentado y de alto nivel, muy superior al nuestro. Siempre hice deporte y al volver de EE UU y establecerme en Oviedo había aquí dos deportes dominantes: el esquí y otro que empezaba, el golf".

Con Carlos Colmeiro Laforet

"La carrera transcurre con altos y bajos. ¿Mal estudiante? No, mediocre, pero, sin embargo, el gusanillo profesional de tratar de superarte siempre lo mantuve. Estábamos todos supeditados al servicio militar y yo hice las milicias universitarias en Monte La Reina, Zamora, en 1950 y 1952. Del primer campamento salías sargento y después alférez. Al terminar la carrera me incorporé al Hospital Municipal de Vigo, dependiente del Ayuntamiento. Era un hospital municipal, pero por la afluencia de público, con más relevancia que otros del mismo tipo en otras ciudades. Entonces yo quería especializarme en psicología y estudié mucha psiquiatría. Pero en Vigo me cogió Carlos Colmeiro Laforet, que era muy amigo de mi padre. Los Colmeiro de Oviedo son sobrinos de don Carlos, un profesional excelente que por una serie de circunstancias ejercía en Vigo. En aquel entonces yo tenía un primo que vivía en Barcelona, ciudad atractiva, y allí había varios grupos importantes formando a gente en las especialidades. Por otra parte, yo tenía contactos con EE UU, donde surgió la necesidad de profesionales médicos. Hay que darse cuenta de que es un país que viene de la Segunda Guerra Mundial y tiene una carencia enorme de profesionales. Entonces crean ese atractivo de la formación en centros hospitalarios mediante una serie de programas de formación, el "Rotating internship", que era como conseguir la especialidad a través de una serie de años de rotación. Te exigían al principio un internado, de modo que eras el interno y eso quería decir la categoría baja, sin entrar en especialidad. Después, dependiendo de tus cualidades y de las aprobaciones que recibieras, conseguías meterte en una especialidad".

Una especialidad más básica

"Quien me empuja a EE UU es el propio Colmeiro, ginecólogo que se había formado en Alemania. Yo me había iniciado con él en la ginecología, pero estaba pensando en marchar a Barcelona para hacer cirugía vascular. Entonces, él me dijo: "No, hombre, no, hay que ir a especialidades más básicas, más sólidas". En Madrid o en Barcelona era donde estaban los especialistas más importantes en ginecología, que dirigían las áreas clínicas correspondientes. Despuntaban los médicos que se habían formado en Alemania y, por ejemplo, aquí en Oviedo había alguno. Lo que pasa es que si uno analizaba lo que iba a hacer en Alemania se encontraba con que, primero, dominar el idioma lleva su tiempo y dificultades; y, segundo, no tenías escalones que te indicaran que cada año estabas progresando. Era trabajo en clínicas conocidas, en donde el que más y el que menos iba a hacer una tesis doctoral. Pero sin duda Alemania tenía nivel, como en todas las áreas, y sacaba buenos profesionales. Entonces surge América como oportunidad. Es un sistema novedoso y una buena medicina, aunque posteriormente se recibía un crítica demasiado abierta, como si los que nos habíamos formado en EE UU fuéramos unos "pailanes", unos tontos. Era como si te dijeran: "Vosotros fuisteis a hacer una especialidad con los negros", así, despreciativamente. No era frecuente salir al extranjero y menos a EE UU, y en este último caso te venían a decir que no te habías formado como los que lo habían hecho en Alemania. Pero la realidad era otra, de una medicina pujante con programas de formación muy sólidos y unas estructuras bien construidas".

100 dólares mensuales

"La marcha a América la hago de forma atrevida y con mi esposa en 1958. Escribí a varios hospitales y me admitieron en un hospital de Baltimore, cuya ventaja era la Hopkins University, una de las más antiguas, muy sólida, y con gran influencia en todo el este de EE UU, y no digamos en la ginecología. Comenzó nuestra aventura americana y con todas sus anécdotas. Por ejemplo, cuando a la pobre Maruxa, mi querida esposa, la veían embarazada, nos decían que teníamos que cambiar de casa porque a un niño recién nacido no lo aguantaban en el lugar en que vivíamos de alquiler. Hay que tener en cuenta que mi salario era de 100 dólares mensuales, fatal incluso en comparación con España. Nuestra vida al comienzo era de ir a comer al hospital y cosas básicas así. Siendo interno, el comienzo era por abajo y era muy duro. El programa de trabajo era de siete de la mañana a cinco y media de la tarde del día siguiente, casi 36 horas seguidas. Descansabas esa noche para empezar de nuevo al día siguiente con otro turno de 36 horas. Así sucesivamente. Y cada quince días, el jueves y el viernes se hacían seguidos para estar libre el sábado y el domingo. Así que descansabas un fin de semana cada quincena. Y así es como uno se da cuenta y aprende. Las 36 horas seguidas de guardia suponían estar en urgencias o en el quirófano o donde correspondiese. Era tremendo, pero efectivo, y siendo joven y teniendo capacidad puedes desarrollar un montón de cosas. Yo nadaba mucho, aunque después de los cinco años seguidos así ya no nadas tanto. Ya tienes menos fuerzas".

La gran operación en EE UU

"Los cien dólares mensuales fueron subiendo. Y, por ejemplo, al cabo de un tiempo los profesionales libres te decían: "Oye, José, hazme las circuncisiones". Y yo tenía que circuncidar, que era entonces una técnica habitual. Y por cada circuncisión te pagaban cinco dólares. Ahora bien, quitarle el prepucio a los judíos era algo para lo que venía el rabino. Yo tenía un nivel suficiente y me decían: "Tienes que circuncidar a éste, a éste y a éste", pero por desgracia un día me metieron en el paquete de los críos a un niño judío. Lo circuncidé y alguien me dijo: "Ay, Dios, lo que ha hecho". Era hijo de una familia judía muy ortodoxa e iba a venir el gran rabino de Chicago. Además, tenían prevista una gran fiesta. Yo pensé: "La leche, a este crío lo ha circuncidado un español, católico y de un país que expulsó a los judíos. ¿Qué hago ahora?". Creí que me echaban, pero con buena disposición y mostrando que no había habido maldad de ningún tipo, se solucionó. Ésa fue mi gran operación en EE UU".

Te Linde e Eastmann

"A medida que pasaba el tiempo ibas entrando en los programas, con una formación teórica impartida por patólogos que dentro de los centros eran los que tenían la solidez de enseñar y de plantear problema dentro de las especialidades. Las 36 horas del turno te permitían ir a otros hospitales y acudir a sus sesiones clínicas. Además, los sábados, sobre todo, yo iba a las conferencias de la Hopkins, donde estaba el grupo del profesor Richard Te Linde, que en aquella época era la gran figura de la ginecología en todo el occidente americano, desde Boston, arriba, hasta Florida; conservo sus libros. Y en el campo de la asistencia obstétrica estaba Nicholson Eastmann. Así es como aprendes, a base de mucha práctica y con todo el ambiente de las estructuras de formación".

Profesionales cubanos

"Vivimos aquellos años la América de Kennedy. Y muy intensamente. Primero sufrimos las consecuencias de la revolución de Cuba, en 1959, porque a EE UU huyó un montón de profesionales de la medicina. Era muy bonito, Fidel y Sierra Maestra, y los movimientos castristas, y viva la patria y viva todo, pero hay un montón de profesionales que se las ven y se las desean al escapar de Cuba. Esta gente llegaba con una gran formación, eran buenísimos profesionales, sobre todo en especialidades como urología, pero se vieron huyendo de la noche a la mañana y sin un título concedido en EE UU. Muchos estaban trabajando de camilleros o en puestos que no les correspondían. Los que estábamos ya en EE UU les ayudamos y se produce una confraternización importante. Muchos consiguieron más tarde convalidar sus títulos, pero, claro, es muy duro para un señor de 60 años hacer de nuevo la especialidad o convalidar los estudios. Pero se llenó Estados Unidos de buenísimos profesionales".

Preparados para la hecatombe

"Después se produjo la crisis de los misiles con Cuba, en 1962, y estuvimos en pie de guerra, con todos los hospitales pendientes de la catástrofe atómica que se avecinaba. Yo me decía: "Después de lo que hemos pasado y me mandan una bomba". La alerta se vivía con gran intensidad. Aquello hay que vivirlo. Todos los hospitales preparados para la hecatombe y recibiendo formación al respecto. La amenaza fue clara y se notaba en el ambiente. Realizábamos simulacros y cada uno sabía sus funciones, porque no era que yo fuese cirujano y ya está, sino que formaba parte de un equipo muy coordinado".

Traslado sin interrupción

"Esos ejercicios en los hospitales se hacían con mucha frecuencia, por ejemplo, simulacros de incendio. Las medidas de seguridad eran muy estrictas. Hay que tener una capacidad suficiente, que hoy la tiene, por ejemplo, Israel, constantemente preparado para actuar en una situación catastrófica. En cuestiones de seguridad o de prevención aquí somos una pandilla de locos y de atrevidos. Por ejemplo, vamos a trasladarnos a un nuevo edificio en Oviedo de un hospital cuya acción no está medida ni calibrada. Ninguno de los profesionales ha tenido ejercicios para ejercer sus funciones desde el primer momento del traslado. En una de las Clínicas Mayo de EE UU, que yo visité alguna vez, estuvieron cinco años trabajando en un edificio alquilado que estaba organizado y estructurado exactamente igual a como iba a ser la nueva sede de esa clínica. Así que cuando pasaron al nuevo edificio construido no hubo ninguna interrupción y no pasaron a un espacio de novedad. Los equipos pasaron de un lugar a otro ejerciendo exactamente sus mismas funciones y ya con todo el engranaje en marcha, porque habían estado cinco años modificando sus hábitos y la estructura hospitalaria. Pero aquí somos unos atrevidos. Hay un nuevo hospital y nadie sabe cómo va a funcionar. Ni siquiera están instruyendo a los profesionales y lo han pisado unos pocos a los que les han enseñado cuatro cosas. De todos los profesionales a los que yo conozco, a ninguno le han explicado cómo va a funcionar".

Segunda entrega, mañana, lunes: Conferencias de mortalidad