Profesor de Historia de la Ciencia de la Facultad de Medicina

La referencia de cómo afectó a Asturias lo que se conoce como "fuego de San Antón" la encontramos en los escritos de Fausto Vigil, autor que deja constancia de que en la región existían muchas malaterías, que no eran más que hospitales para albergue de malatos o leprosos y de aquellos otros que padeciesen esta enfermedad, así como "pelagra" o "mal de la rosa".

Este mal aparece descrito por primera vez en una tableta asiria, también se menciona en el libro sagrado de los parsis (siglo V. a. C.), en las "Geórgicas" de Virgilio y en el "De natura rerum", de Lucrecio. Recibió distintas denominaciones a lo largo de la historia, así es conocido como: "ignis sacer" ("fuego sagrado"), "ignis martialis" ("fuego de Marte"), "ignis ocultus" ("fuego escondido") o simplemente "fuego de San Antón".

Su máximo apogeo lo alcanzó en la Edad Media, época referida por los anglosajones como "oscura" o "tenebrosa", especialmente la comprendida entre los siglos V y XI, debido al retroceso global que sufrió la sociedad europea. De manera particular hacemos constar que en lo relativo a la medicina se perdió el concepto técnico o racional en la práctica del ejercicio médico, que previamente había conseguido en la etapa de la Grecia clásica, tal y como refleja Laín Entralgo en su "Historia de la medicina".

Este mal afectó con mayor intensidad a los agricultores nórdicos y centroeuropeos. El brote epidémico solía empezar durante el otoño, después de un verano cálido y lluvioso. En aquel tiempo esta enfermedad no tenía cura y se pensaba que se originaba por causas sobrenaturales. Los cristianos la atribuían a un castigo divino por los pecados cometidos, de manera que para redimirse se aconsejase la penitencia de postrarse ante el apóstol Santiago en Finisterre.

La sintomatología común recogía fiebre, de ahí el concepto de ardiente, y delirios. También era frecuente padecer sedación, hipotensión, vómitos, cefaleas, paraplejias o infarto de miocardio. El cuadro tendía a presentarse de dos formas:

1.-Ergotismo agudo: convulsiones espasmódicas de los brazos y piernas, crisis semejantes a la epilepsia y parestesias. Debido a las contracciones musculares visibles el enfermo era conocido como contracto. Podía morir por asfixia.

2.-Ergotismo crónico: los enfermos comenzaban a sentir una sensación de quemazón o frío doloroso localizado en las extremidades del cuerpo causada por una vasoconstricción periférica. Más tarde notaban ardor y finalmente la zona se ennegrecía y gangrenaba, provocando mutilaciones corporales.

Uno de los personajes más importantes en relación con este padecimiento fue San Antonio Abad, monje que vivió entre los siglos III y IV recluido en un monasterio en Egipto; está considerado uno de los primeros anacoretas de la cristiandad. La veneración por este santo surgió en el Delfinado francés en el siglo XI, en concreto en La Mothe Saint-Didier, donde se guardan reliquias suyas traídas de Constantinopla. En 1095 Gastón de Valloire fundó la Hermandad Hospitalaria de los Antoninos en la ciudad de Vienne en agradecimiento por la curación de su hijo.

El Papa Urbano II dio el visto bueno a la creación de la Orden de los Caballeros de San Antonio, adscritos a la Regla de San Agustín, y consiguió una fuerte expansión por Alemania y los Países Bajos. Su encargo principal era prestar ayuda a los afectados por el fuego de San Antonio, extensible a cualquier otra epidemia, mendicidad o locura, según expone Morán Suárez en "El fuego de San Antón: estudio del ergotismo en la pintura de El Bosco".

Más tarde el Papa Calixto II consagró un nuevo templo mayor a San Antonio e impulsó a los hermanos a expandirse a través del Camino de Santiago. Es preciso que apuntemos que la admisión en los monasterios-hospitales de los antoninos era llevada a cabo por monjes-médicos con muy poca preparación científica. La llegada a España de esta orden, siguiendo la senda compostelana, quedó fechada en 1146 por la creación de dos encomiendas, una en Olite y otra en Castrojeriz. En el siglo XVI, con el impulso de la reforma protestante, entró en crisis, y el Papa Pío VI la extinguió de nuestro país de forma definitiva merced a una bula firmada el 24 de agosto de 1787.

La terapia impartida a los dolientes consistía en que los canónigos regulares tocaban con su báculo las heridas a la vez que repartían escapularios, pan y vino. A su cargo estaban los hospitaleros, criados y demás vasallos para colaborar en el cambio de apósitos, cataplasmas o vendas, así como en el reparto de comida, caldos de vaca o cocimientos de cebada, y de tisanas confeccionadas por apotecas a base de elementos vegetales como la goma de acacias, hojas y flores de coriandro o raíces de mandrágora. Por último, actuaban los médicos, cirujanos o sangradores, llevando a cabo las sangrías necesarias con la intención de expulsar el humor que estaba descompensado. Todas estas actuaciones se completaban con una oración de suplica para que el Santo o la misma Virgen María intercediesen en la curación.

Sin embargo, por el mero cambio de dieta gracias al nuevo pan candeal que los monjes de la Europa meridional ofrecían a los afligidos revertía la enfermedad. Ellos, sin saberlo, elaboraban pan básicamente de trigo y sin el hongo parásito. Este hecho milagroso hizo que la enfermedad se conociese casi de manera exclusiva como fuego de San Antonio.

De manera específica para Asturias referimos que el descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago en el siglo IX en Galicia, junto con la llegada de las reliquias a la Iglesia de Oviedo, dio origen a las peregrinaciones a Santiago de Compostela y a San Salvador de Oviedo. Uría Ríu plantea que al principio los peregrinos recibirían atención hospitalaria en los propios templos. Más adelante se comenzarían a construir los hospitales anexos a las iglesias, como ejemplo de lo dicho referimos que Alfonso III, en 901, encomendó al monasterio de Santo Adriano de Tuñón el socorro de pobres y peregrinos y que -según Tolivar Faes en su historia de los hospitales para leprosos- en el año 1096 Alfonso VI donó un palacio en Oviedo para que fuese utilizado como hospital de peregrinos.

En la actualidad sabemos que el ergotismo o ergotinismo es una enfermedad causada por la ingestión de pan, habitualmente de centeno, dieta de la gente pobre, que se contaminaba con el hongo llamado "Claviceps purparea" o cornezuelo. Este parásito de las gramíneas produce una sustancia, la ergotamina, que provocaba una isquemia secundaria a la vasoconstricción arterial distal y, en consecuencia, trombosis, finalmente había amputación con gangrena seca. Asimismo, esta sustancia tóxica actuaba también en el cerebro produciendo alucinaciones.

La forma más habitual de ingerir este hongo era con el pan de centeno, aunque también se podían contaminar la avena, el trigo o la cebada. No obstante, es preciso que apuntemos que el trigo, ante las carestías debido a las crisis de subsistencias tan habituales en la Edad Media, era inaccesible para los más humildes, según Pedro Laín Entralgo.

La Facultad de Medicina de Marburgo en 1597 llegó a la conclusión de que esta enfermedad era causada por la ingestión de pan de centeno contaminado el cornezuelo. En 1776 la Société Royale de Médicine de París consiguió diferenciar entre ergotismo convulsivo y gangrenoso. Más tarde, en 1789, el doctor Guillermo Cullen escribió un tratado de medicina en el que se refería "la erisipela o del fuego de San Antonio". Por último, en 1918 la ergotamina, alcaloide del cornezuelo y derivado del ácido lisérgico, es sintetizada por Stoll, tal y como constata la historiadora Isabel Morán Suárez.

En recuerdo de San Antonio y de esta enfermedad el 17 de enero se celebra en España su fiesta. El acto solemne consiste en bendecir productos de panadería.