Profesor de Historia de la Ciencia de la Facultad de Medicina

El tifus es una enfermedad infecto-contagiosa causada por el germen que recibe el nombre de "Rickettsia" y es transmitida al hombre por el piojo corporal. De una manera general, indicamos que aparece en brotes cuando existan condiciones para su desarrollo, como guerras, miserias, hacinamiento y hambrunas debido a condiciones nefastas de higiene. Su curva de acción preferente es en el invierno y la primavera. También es conocida como fiebre pútrida, fiebre pulicular o punticular, pulgón tabardillo o tabardete o pintas, para nosotros los asturianos tabardillu pintu.

Es muy posible que esta enfermedad esté descrita en las Sagradas Escrituras, donde se asocia a hacinamiento y hambre. La siguiente referencia con cierta posibilidad es la plaga de Atenas (430 a. C.). Su primera descripción fue llevada a cabo por la Escuela de Salerno, en 1083. No obstante, el mejor estudio de esta enfermedad corresponde a Girolamo Fracastoro (1483-1553), en 1546, momento en el que publicó su obra "De contagione et contagiosis morbis".

Los médicos españoles que la estudiaron por esta época fueron Alfonso López de Corella y Luis de Luis Toro, ambos en 1574, y Luis Mercado, en 1586.

El tifus procede de la India y está históricamente aceptado que la primera epidemia de tifus que ocurrió en Europa fue en 1489, momento del asedio de las tropas castellanas a la Granada musulmana, donde mató a 17.000 soldados cristianos. Se piensa que fue importada por las milicias musulmanas que habían participado en la toma de Chipre, en aquel tiempo se conocía como calentura maligna punticular, tal y como explica Losana Méndez en "La sanidad en la época del descubrimiento de América".

Posteriormente, reapareció en brotes cuando se cumplían las condiciones para su eclosión, como ejemplo de lo dicho referimos: en Castilla tras la represión de los moriscos en la rebelión de las Alpujarras; en el asedio de Nápoles (1528); en la Guerra Civil inglesa (1643); en la Guerra de Sucesión austriaca y en la de los Siete Años (1740/63); en Irlanda durante el siglo XIX; la padeció Napoleón durante la campaña de Rusia (1812/14); en la Guerra de Crimea (1853/56); en la Guerra Turco-Rusa (1877/78); en la posguerra española (1939/44); en Nápoles durante la Segunda Guerra Mundial (1943/45) y en la Guerra Civil de Burundi (1966/67). 1606 fue designado como "año de los tabardillos" en España.

Nuestra documentación indica que el primer brote ocurrió en Oviedo en 1573, ciudad que padeció otros en 1790 y 1882, tal y como expone don Juan Uría Ríu. A continuación tenemos el testimonio del médico Gaspar Casal (1680-1759), que nos informa de "la generalísima epidemia que en casi toda España hizo notable estrago desde 1709 hasta 1711", debido a los conflictos bélicos y a las malas cosechas por el duro invierno. El Tribunal del Protomedicato afirmaba que no era contagiosa .

En Corias la encontramos en 1802, su médico afirmaba que era "por falta de alimentos y de medicamentos". Sin embargo, el médico del Cabildo de Oviedo, Ramón del Valle, informaba de que estaba causada por el "poco cuidado de los pacientes y de la localidad, y al sistema de vivir". En 1875 apareció en Villaviciosa, Piloña y Colunga. Un año después lo hacía de nuevo en Colunga, donde entre marzo y diciembre provocó 127 muertes (28 hombres, 32 mujeres y 67 niños). En diciembre de 1876 brotó en Cangas de Onís, con 24 contaminados y 6 muertos.

En 1883 la encontramos en Las Regueras. No obstante, el punto más dramático lo situamos en Nava el 5 de junio de 1786, donde, según la crónica de Antonio Carreño y Cañedo, alférez mayor de Oviedo y diputado del Principado de Asturias, indicaba al señor regente que el mal llevaba asentado dos años y había matado "adultos de setenta a ochenta y de párvulos de cuarenta a cincuenta". Del concejo en cuestión opinaba que reinaba la escasez de comida, la falta de higiene personal y la suciedad en el ambiente.

El municipio tenía contratado a un cirujano, Juan Menéndez, "mozo bastante laborioso y aplicado", pero que no encontraba la forma de terapia "por más que variaba el método de las curaciones". No obstante, los responsables gubernamentales provinciales comisionaron al médico Bernardo García Jobe y al cirujano Francisco Xavier Rodríguez, ambos titulares de Oviedo, a una visita ante la exacerbación del cuadro, pues, además de un sinnúmero de muertos, había diecinueve con "la unción" y otros cincuenta postrados en cama.

Estos tres profesionales recorrieron a caballo el municipio, donde encontraron enfermos con "dolor de cabeza, rodillas, de cuerpo, que se entiende de riñones, decaimiento de fuerzas, mal gusto en la boca, los más sin sed, y otros con alguna, desgana de comer y desazón en el estómago, el sueño turbado y en algunos inquieto, y que después sentían los más de algún frío, y después bastante calor, el que luego que principié a visitarles reconocí ser bastante ustivo y mordaz, aunque no en todos. Advertí asimismo en los más el pulso bastante acelerado y grande cuando la calentura crecía y entonces el dolor de cabeza era mayor en los más: y les veía con ganas de vomitar, y a veces vomitaban, tenían entonces más sed, peor gusto en la boca que en los más era amargo: orinaban entonces poco, y la orina era biliosa, y en otros irregular".

Si a esto se sumaban las "pintas en el cuello, pecho, y espalda de un color morado y en algunos casi negro" y comenzaban a tener convulsiones, delirios, diarrea fétida y expulsión de lombrices fallecían entre el noveno y el onceno día.

El cirujano local les pautaba vomitivos y alguna bebida "diluente nitrada", remedios que la gente no podía pagar al ser muy pobres. En ocasiones les hacía alguna sangría. A continuación, los metía en la cama y les recomendaba seguir una dieta especial, aspecto que les resultaba imposible, pues sus alimentos consistían en preparados de maíz y caldos de manteca con algo de vaca.

Los dos comisionados dieron por bueno el tratamiento aplicado, pues aún imperaba el pensamiento humoral de Hipócrates y de Galeno. No obstante, instaron a que los enfermos fuesen metidos en los hórreos y paneras para que estuviesen aislados de la propia familia y que gozasen de una mejor atmósfera con separación inmediata tanto de excretas, orina y defecaciones, como de los animales propios de la casería. La limpieza de las estancias se llevaría a cabo con vinagre quemado y era conveniente una adecuada higienización de las ropas de cama.

Asimismo, veían bien el uso de eméticos (bejuquillo), bebidas aciduladas antipútridas, cantáridas y lavativas. Además, se les debía de proporcionar una buena dieta a base de carnero, gallina, pan de trigo, chocolate, bizcocho, azúcar rosado y común.

El agente causal fue hallado en 1906 por H. T. Ricketts y R. H. Wilder. Se trata de una bacteria gran negativa y recibió el nombre de "Rickettsia". La variante más frecuente es la "Rickettisa prowazecki", transmitida al hombre por el piojo corporal. Tras una incubación de siete días provoca fiebre elevada, obnubilación, erupción de manchas en la piel e incluso gangrena. Esta enfermedad tiene una letalidad del 35 por ciento.

El tratamiento actual se basa en antibióticos del tipo de las tetraciclinas o cloranfenicol.