Como en la publicidad de una agencia de viajes, Juan Menéndez Granados no tiene sueños baratos. Acaba de cumplir el de convertirse en el primer hombre que llega en bicicleta al Polo Sur, para lo que tuvo que pedir un crédito personal, que pagará trabajando a destajo durante seis meses en Noruega. Así es la vida que eligió este praviano hace once años, cuando empezó a desarrollar sus expediciones extremas. Ninguna más exigente que esta última, que le llevó al fin del mundo y al límite del aguante físico y mental, pero que acabó cumpliendo lo que le pide a la vida: unos instantes de felicidad.

El 14 de diciembre de 1911, una expedición noruega encabezada por Roal Amundsen alcanzaba el Polo Sur valiéndose de trineos tirados por perros groenlandeses. El 18 de enero pasado un asturiano, Juan Menéndez Granados, se convertía en el primero en completar ese exigente trayecto de 1.200 kilómetros combinando la bicicleta y las tablas de esquí. Este praviano de 31 años, acostumbrado a los retos, recurrió a una sentencia de Nelson Mandela para resumir su filosofía: "Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino el que conquista ese temor".

A Menéndez Granados algunos de sus seguidores le bautizaron como "Juan sin miedo", un cumplido que agradece pero relativiza. Porque el miedo, o al menos el temor, es la mejor vacuna contra el exceso de confianza, que puede llevar a cometer errores que, en lugares tan inhóspitos como el Polo Sur, se pagan muy caros. Cuesta mantener la concentración durante 46 días en medio de un desierto helado, soportando temperaturas de 35 grados bajo cero y rachas de viento superiores a los cien kilómetros por hora. Y sin más compañía que una bicicleta diseñada para el intento y una "pulka", el trineo donde transportaba el material, los alimentos e incluso la bicicleta cuando la superficie no permitía avanzar pedaleando.

"Cuando llevas veinte o treinta días en esas condiciones es muy fácil cometer errores", advierte el praviano, que tiene la palabra clave para el éxito de sus desafíos: profesionalidad. Lo curioso es que Menéndez Granados es profesional en todo menos en lo económico, ya que prepara de forma concienzuda cada expedición para controlar todos los detalles: "Hay que tener la cabeza muy bien amueblada. Cuando digo a lo que me dedico, mucha gente me llama loco. Pero aquí los locos la palman".

Aún así, Juan Menéndez lo pasó mal en el Polo Sur. Los 35 días que había previsto para recorrer 1.200 kilómetros acabaron siendo 46, con lo que supone de cansancio añadido y de escasez de comida, ya que llevó la justa para aligerar el peso. Cuando se le acabó la comida liofilizada y algunos de los tentempiés, entre los que se encontraban las bollinas y los carajitos, su dieta se redujo al chocolate en polvo mezclado con aceite de girasol y frutos secos. Algún día sólo ingirió la mitad de las calorías que gastó en las quince horas de ruta que se vio obligado a cubrir para recuperar el retraso. A su llegada a Chile, la báscula dio fe del desgaste: 10 kilos menos que al inicio de la expedición.

"He pasado tanta hambre que he soñado con comida. Soñaba con meterme un buen cachopo, de esos que salen del plato, o unas buenas costillas a la parrilla", reconoció Menéndez Granados, que no pudo evitar la añoranza de su casa y su familia en su solitaria cena de Nochebuena, en medio de la nada. "Tuve que conformarme con lo que había: pollo en salsa dulce, patatas fritas, unas rodajas de salami y, como excepción, un tercio de una tableta de turrón. Para beber, chocolate caliente".

Durante los primeros días, Menéndez Granados tuvo una preocupación añadida. Su ambición de convertirse en el primer hombre en llegar al Polo Sur en bicicleta estaba amenazada por Daniel Burton, un norteamericano que afrontaba el mismo reto. Las malas condiciones de la nieve le obligaron durante varias jornadas a subir la bicicleta al trineo, calzarse los esquís y avanzar penosamente por el desierto de hielo. "La nieve es muy caprichosa, pero lo peor en el Polo Sur es el viento".

Menéndez Granados también iba mentalizado para afrontar la sensación de soledad, de encontrarse mucho tiempo en medio de la nada. En 46 días únicamente advirtió presencia humana en un par de vehículos con los que se cruzó, que volvían del Polo Sur. Ni un animal, ni una brizna de hierba que llevarse a los ojos. "Era mi Everest", admite ahora el asturiano, que las ha visto de todos los colores en sus once años de aventurero: "Quería hacerlo de una manera especial, con un estilo puro. En solitario, sin depósitos con provisiones en el recorrido ni coches de apoyo".

Durante la última semana, en la soledad de su tienda, embutido en un buen saco de dormir, le costó hasta conciliar el sueño. Apenas pudo cumplir su plan de descansar durante ocho horas, el mínimo para poder afrontar la siguiente etapa en buenas condiciones físicas. Incluso sufrió algún amago de congelaciones, aunque advierte de que "todos los días he pasado miedo, que fue lo que me permitió seguir adelante. Pero no fue el miedo lo que me quitó el sueño, sino el viento".

Cumplido el objetivo, pese a los momentos de debilidad, Juan Menéndez Granados no duda en calificar su aventura antártica como "la más superlativa" de su vida: "Han sido dos años de preparación concienzuda y es de la que más orgulloso me siento. Es un hito para mí y un granito de arena para el mundo de la exploración. No se puede comparar con las expediciones de Amundsen o Scott, pero estoy muy orgulloso de haber llevado la bandera de Asturias y de escanciar un culín de sidra en el Polo Sur".

Eso, la satisfacción personal, la sensación de que mucha gente le apoyó en la lejanía, es lo que le queda después de invertir mucho tiempo, esfuerzo y dinero. "Siempre estoy palmando pasta", se lamenta Menéndez Granados, que también ha notado las dentelladas de la crisis. "Otras veces he tenido patrocinadores que me echaban un cable, pero aquí sólo he tenido alguno que me ha cedido material". Así que tuvo que pedir un crédito para cumplir su sueño porque "era un momento histórico que no podía dejar pasar".

Prefiere no concretar lo que le ha costado convertirse en el primer hombre en llegar en bici hasta el Polo Sur, aunque califica de "escandaloso" el coste. "Poner el pie en la Antártida ya supone 60.000 euros", apunta a modo de ejemplo. "Si fuera británico, noruego o alemán tendría muchísimo más apoyo a todos los niveles", se lamenta, aunque no deja de considerarse un privilegiado: "Si fuera de Tanzania seguramente tendría aún menos oportunidades".

El esfuerzo económico ha sido tan importante que Juan Menéndez Granados no está todavía en condiciones de hablar de nuevos proyectos. Lo único que tiene seguro, como ha hecho otras veces, es pasarse seis meses vendiendo pescado ahumado en un mercado de Noruega. Y completar sus ingresos con otros trabajos ocasionales, como el de camarero en un restaurante. Mientras tanto volverá a llamar a la puerta de muchas empresas para planificar su próximo proyecto, aunque considera que, hoy por hoy, "es más fácil llegar al Polo Sur pedaleando que conseguir un patrocinador".

Sus momentos más felices remiten a las expediciones extremas, pero Juan Menéndez Granados también valora la vida más rutinaria que puede llevar en sus estancias en Noruega, o en Asturias. "Cuando estoy en casa no me aburro porque tengo otros alicientes y nunca dejo de entrenarme. En realidad no me acuerdo de la última vez que me aburrí". Valora, además, la compañía de su familia, un apoyo fundamental para continuar con esta pasión que remite a los 16 años, cuando recorrió el Camino de Santiago en bici.

"En casa me apoyan y están orgullosos de mí", explica Menéndez Granados, que procura no darles motivos de preocupación: "Mis padres saben lo bien que me defiendo por el mundo, que tengo cuidado. Y, sobre todo, ven que soy feliz llevando esta vida". Así que cuando vuelva a cargar baterías y equilibrar su cuenta corriente, Juan cogerá su bicicleta y afrontar otro reto. Feliz y sin miedo.