Cuando la noticia del suicido de Kurt Cobain llegó hasta Lawrence (Kansas), el viejo Bill Burroughs sentenció: "Lo que recuerdo de él es la expresión moribunda de sus mejillas. Él no tenía intención de suicidarse. Por lo que yo sé, ya estaba muerto". Burroughs, el longevo padre de la contracultura "beat", el yonqui marica que sirvió el almuerzo desnudo a varias generaciones de conciencia alterada, ya había pronunciado una sentencia similar a propósito del suicido de Hemingway. Y lo que Burroughs recordaba de Cobain lo percibió en la visita que el músico le hizo en su casita de Lawrence en octubre de 1993.

Ese encuentro, del que han quedado como testimonio cuatro fotografías caseras, es el vórtice en torno al que Servando Rocha, fértil historiador canario de las contraculturas, ha compuesto una apasionante visión de la disidencia creativa en el siglo XX. En la pluma de Rocha, Burroughs y Cobain impulsan un torbellino frenético que recorre media centuria alimentándose de materiales tan disímiles en apariencia como los grandes bluesmen heroicos, con Leadbelly a la cabeza, o forajidos como Dillinger. Y, más atrás, el huracán toma su aliento en un personaje del siglo XI, el Viejo de la Montaña, líder de la secta de los Asesinos o Haschishin, y padre de la máxima que Burroughs adoptó como contraseña y que da título al volumen.

Quienes se internen en estas páginas, descubrirán muchas y muy aceradas reflexiones sobre las vidas y obras de Burroughs y Cobain, pero más allá, y de la mano de una escritura briosa, tendrán acceso al enciclopédico conocimiento de la disidencia que recorre las neuronas del agitador cultural Rocha. Por sólo poner un ejemplo, los lectores de "Nada es verdad, todo está permitido" (Alpha Decay) asistirán en primera fila a la gestación y análisis de la curiosa colaboración que Cobain y Burroughs, cuyo centenario se celebró el pasado febrero, hicieron bajo el nombre de "Le llamaban el Cura". Una desolada historia de adicción, descuartizamiento y caridad, recitada con su voz de ultratumba por el escritor y arropada por Cobain con líneas de guitarra que destrozan la melodía de "Noche de paz". Burroughs susurra y aúlla su peculiar canción de Navidad mientras Cobain convierte el villancico en el himno podrido de las esquinas donde nunca hay Nochebuena. Un pedazo de libro.