MADREÑERO Y CHIGREROS. "Nací hace 74 años, el 13 de diciembre de 1939, en Pola de Siero, donde mis padres eran una familia popular. Mi padre, Emilio, era madreñero, con un taller en el que trabajaban otros cuatro o cinco madreñeros, y en mi familia, por lado paterno y maternos, eran sidreros y chigreros. Mis abuelos paterno y materno, y mis tíos respectivos, tuvieron lagares y sidrerías. Por ejemplo, unos tíos tuvieron sidrería en Cangas de Onís, y en la Pola otras sidrerías muy conocidas, muy polesas de toda la vida. Una fue El Pumarín, que era de una tía que vivía con nosotros y que murió, y ahora lleva una prima mía. Y otra sidrería era el Xingo, que fue de mi bisabuelo, al que llamaban Xingo. Por eso a todos los de la familia de esa rama nos llaman "los Xingos". Este bisabuelo fue muy popular; era un buen bebedor de sidra y tenía muchos dichos y hechos simpáticos. Murió muy mayor, con cien años. Yo viví con mi abuela materna, Gumersinda, porque mi abuelo materno, Manuel, había muerto antes de que yo lo conociera. Y mis abuelos paternos, Fausto y Adela, eran de Vega de Poja, una parroquia de Siero a tres kilómetros de la Pola. En ese sentido, soy polesu por todas partes y además muy concentrado. Mis padres, Emilio y Salustiana, tuvieron cinco hijos y vivimos todos: Benjamín, de 80 años, que trabajó en la Caja Rural de Siero y es muy popular en la Pola; Alfonso, jubilado desde hace muchos años de Ensidesa y muy montañero. Y después de mí vienen Pilar, que se casó con un castellano y vive en Madrid, y María Jesús, que se casó con un gallego y vive en Vigo. Mi barrio fue el de Les Campes, la zona más antigua de la Pola y que sigue siendo muy popular porque han hecho allí una zona de recreo muy abierta y con muchos bares donde se refugia gente joven y no tan joven todos los fines de semana. Allí hay dos sidrerías que llevan dos sobrinas mías: el Madreñeru, en recuerdo de mi padre, y Manolo Jalín, muy antigua en la Pola y que no era de mi familia, pero la cogieron y continuaron con el nombre. Y en Les Campes también está la sidrería El Pumarín, que, como digo, la lleva una prima".

ALPARGATAS ROTAS. "He pensado muchas veces, y lo comento, que soy de una generación que nace justo cuando la contienda civil había terminado y que tiene la suerte de no haber padecido ninguna guerra. Quitando Suecia o Suiza, puede que en pocos países europeos haya gente de mi edad que no hayan pasado por una guerra, y creo que eso es una suerte extraordinaria. No tengo recuerdos de haber pasado necesidades primarias durante la posguerra, pero sí recuerdo, por ejemplo, que andábamos en alpargatas y muchas veces con ellas rotas, y que si rompía cualquier camisa o pantalón, iba rápido a una tía a que me lo cosiera; si no, mi madre se enfadaba mucho porque eran cosas poco asequibles en un ambiente de austeridad. De todas formas, mis padres pudieron hacer un esfuerzo para que estudiáramos los hermanos que lo quisimos, y mi hermana Pilar también estudió Sociología. Cuando los socialistas ganan las elecciones en el Ayuntamiento de Madrid, con Tierno, ella forma parte del equipo que montó las políticas de servicios sociales, que siempre fueron de las más trabajadas y mejores del PSOE. Después, ella marchó a Getafe, donde fue directora de los Servicios Sociales".

TERTULIAS Y REPRESIÓN. "Mi padre era de derechas, aunque no militaba en ningún partido. Toda mi familia era rural y mis abuelos era tradicionales, buena gente, buenos vecinos y apolíticos en el sentido de no pertenecer a un partido. Supongo que durante la República votarían a partidos conservadores, pero en ese sentido no hubo problemas de represión. Durante la posguerra me fui dando cuenta muy lentamente, y sin buscarlo, de que había sectores que no se manifestaban para nada y que sólo hablaban de vez en cuando. En la plaza de Les Campes de Pola había tres o cuatro madreñerías y una de ellas era un lugar de tertulia. Empecé a visitarla, pero por amistades, y me fui dando cuenta de que allí había cautela a la hora de hablar según estuviera yo u otras personas. Pero empecé a conectar, sin buscarlo y sin tener ninguna finalidad, y en la medida en que empezaban a sentir confianza conmigo, personas que eran del otro bando, valga la expresión, comenzaron a contar cosas. No lo hacían con fines políticos de ningún tipo, pero sí como desahogo o apoyo mutuo. Habían sufrido represiones durísimas y eso mismo lo fui viendo más tarde, cuando me casé. Fue en zonas de Siero cercanas a la minería, por ejemplo, en Valdesoto y Carbayín, donde la familia de mi mujer, Tina Roces Parajón, que tampoco era significada políticamente, conocía diversos casos a niveles más anónimos. Todavía hace unos días un amigo mío de toda la vida, desde la época de la JOC (Juventud Obrera Católica), que es de San Mamés, se atrevió a contarme que a su abuelo lo mataron de un tiro estando él presente, con siete años. Nunca me lo había dicho y debió de ser una cosa durísima. En casa de su abuelo, de vez en cuando, se refugiaba gente del monte, los maquis y los huidos. Estoy convencido de que hay muchas historias que no se han contado todavía. Tuve esos contactos siendo chaval, pero donde adquirí sensibilidad social fue en el Seminario, con gente como José Manuel Fueyo, Gabriel Fernández, de Macotera y José Luis Ortiz. Porque en el Seminario había gente que tampoco estaba politizada, ni era de izquierdas, pero tenía sensibilidad hacia los trabajadores o hacia los problemas sociales y los pobres. Lo comentaban y hablábamos de ello, y a partir de ahí empezamos a tomar contacto con grupos cristianos comprometidos socialmente en la JOC".

PLANES DE MISIONERO. "Estudié en la escuela pública de la Pola y después hice el Bachillerato en un colegio gratuito, una especie de patronato, la fundación Don Manolín, cuyo presidente era inicialmente el párroco. Y antes de ir al Seminario me influyó bastante un cura que, después de estar en la Pola, de coadjutor, se hizo jesuita de cierto relieve: Luis Vela. Era una persona de una capacidad intelectual extraordinaria y se dedicaba a la Filosofía. Usaba unas lentes casi como de culo de botella y leía sin parar. Cuando se iba a marchar de la Pola, la gente quiso que continuase allí de cura, pero el obispo Lauzurica se enfadó durante una visita y bastó con que la gente le gritara "¡Queremos a don Luis!" para que quitara a don Luis. Vela, que luego fue canonista en la Compañía y falleció hace poco, me suscitó la inquietud cultural, intelectual y también la religiosa. De aquélla, lo que yo pensaba era ir de misionero para África y cuando fui al Seminario, a los 17 años, ésa fue mi idea inicial. Años después, yo continuaba con ello y con Toni Hevia hice un plan común. Lo que pasa es que Toni siempre me dijo que yo era un embarcador, y en parte tiene razón. Cuando estábamos estudiando Teología, hicimos el plan de ir a estudiar al Seminario de Misiones de Burgos. Él iba un año por delante de mí y se fue a Burgos, pero yo no lo hice porque me metí con los temas de la JOC. Pero luego hicimos planes de ir a Cuba de curas y también ahí lo dejé en la estacada porque él se fue mientras yo estaba estudiando Sociología en París. Pero fue cuando después me llamó Fueyo para ser consiliario de la JOC y le escribí a Toni explicándoselo. Y él me contestó diciendo que me quedara en la JOC".

PROFESOR EXANARQUISTA. "Además de la influencia de Luis Vela tuve la de un profesor de Bachillerato. He tenido la suerte en la vida de haber conocido de manera muy próxima a algunas personalidades extraordinarias, como Horacio Fernández Inguanzo, o, a otro nivel, a Fernando Urbina, un cura, un teólogo, y quizás la persona más culta que conocí. Y ya digo que en el Bachillerato conocía a un profesor que había sido anarquista y había estado en la cárcel siete años. Era Pepe García Riesgo, al que todos conocíamos por Pepe Riesgo, padre de Mario García Morilla o de Carlos, que fue director general de Industria con Tini Areces por el PSOE. Pepe Riesgo, que fue de la CNT siendo muy joven, había sido un hombre marcado, pero no porque tuviera ninguna imputación grave más allá de la militancia política. Y pese a estar marcado, todo el mundo reconocía su honestidad. Había trabajado como García Rúa, dando clases particulares, y más tarde en el colegio de la Pola, donde nunca hizo proselitismo con nosotros, chavales de 15 o 16 años, pero nos impulsaba a la reflexión y al diálogo y nunca en plan demagógico. Él nos decía: "Oye, tenemos que mejorar el mundo, ¿cómo lo hacemos? A ver, tú, que eres cristiano", y me señalaba. Pero aquello no era doctrinario para nada, sino una cuestión de ética personal y de actitudes. Este hombre fue el que creó la primera cooperativa de transporte de mineros... hasta entonces iba cada uno andando o en bicicleta desde la Pola a Pumarabule. Él hizo la cooperativa, primero con unos camiones y luego ya con dos o tres autobuses".

NI UNA BOFETADA. "Ingresé en el Seminario a los 17 años, y ahí fue cuando empezaron a llamarme "el Polesu", o "el Pole". Tenía un compañero, Villa Camino, Villita, muy amigo de Bardales y mío, y que murió hace poco, que era de El Berrón. Para El Berrón los de la Pola sí que somos polesos y además con cierta relación rival, aunque no tanta como los de Noreña. Y entonces dijo "Éste es polesu", y empezó a llamarme "el Polesu" y así me quedó. Y más familiarmente "el Pole", que es como empezó a llamarme mi mujer, Tina, que yo creo que nunca me ha llamado Manolo. En el Seminario había tres secciones: cinco cursos de Latinos, desde los 10 años; tres años de Filosofía, y cuatro de Teología. Los que empezábamos algo mayores en Filosofía teníamos un vacío en Latín y entonces el primer año nos pusieron clases particulares de Latín y Griego. Quiero decir que no conocí la etapa de Latinos, de internado. Los internados son duros y dejan a veces algunas huellas, y recuerdo que compañeros míos, luego curas, no tenían un buen recuerdo del Seminario por esa etapa de Latinos. Sin embargo, el Seminario, para mí, fue una experiencia claramente positiva, y si además me comparo con los compañeros míos de la Pola que siguieron estudiando en el ambiente universitario de la época, me encuentro con que el Seminario era mucho más abierto, o menos cerrado que la Universidad. En ese sentido, había algunos aspectos muy importantes, como el respeto de los superiores a los alumnos. Fue una cosa que me llamó la atención porque en el colegio nos daban buenas bofetadas. Me acuerdo de que en los primeros años colegiales había un vigilante del estudio que era sastre en el tiempo extraescolar y andaba con unos palos grandes. En cuanto oía un poco de murmullo, empezaba a repartir palos por doquier. "Yo no fui", le decíamos, y él replicaba: "Pues para cuando seas". En el Seminario nunca vi, no ya una sola bofetada, sino amenaza de bofetada. No digo que no la hubiera habido en otra época o en Latinos, pero yo nunca la vi".

TRADICIONALES Y ABIERTOS. "Entre los profesores había gente con mentalidad más abierta y con mentalidad más tradicional pero, curiosamente, a veces coincidían en la misma persona una mentalidad tradicional y una gran apertura teológica. Por ejemplo, don Emilio Olávarri, que no sé si incluso él se definía como carlista, aunque no lo recuerdo. Pero era un hombre muy tradicional e incluso agresivo en términos políticos frente al cambio de régimen. Sin embargo, en la asignatura de Escritura fue para mí un descubrimiento extraordinario. He leído bastante hasta el presente sobre esa materia, pero nunca he encontrado planteamientos que me sorprendieran después de las bases que me dio Olávarri sobre la exégesis, sobre la forma de interpretar la Biblia, sobre la diversidad de fuentes o sobre la historicidad o no historicidad de los textos. Olávarri era además investigador y recuerdo que cuando estaba en París hice un viaje en autoestop por Oriente Medio y estuve en el Colegio Bíblico Español de Jerusalén, dones estaba Olávarri porque pasaba temporadas y hacía investigaciones en yacimientos.

IRONÍA FINÍSIMA. "Otro profesor que me influyó a nivel cultural y de historia general y del arte fue José Luis González Novalín, que era muy didáctico y además brillante; sus clases eran preciosas. En otro sentido, don Rosendo Riesgo, profesor de Ética y de Sociología, era un hombre tan bueno, tan honesto y tan sensible socialmente, que eso te lo transmitía. Otro profesor que tuvimos, muy brillante, era Víctor García de la Concha, que daba Teología Pastoral y Liturgia. También tuvimos a Enrique López, biblista y hoy canónigo, como prefecto. Además de los profesores, debo mucho a los prefectos, o educadores como Fueyo, López u Ortiz, que fue vicerrector. Y no tuve de profesor a Florentino Arrojo, un sacerdote muy mayor que daba algunas clases a los Latinos, de Literatura, de Matemáticas o de lo que fuera, porque era un sabio. Era una persona respetadísima por su sabiduría, su humildad, o su sencillez, y con una ironía finísima, muy suave. Por ejemplo, una vez, charlando con él durante las huelgas de la minería, le preguntamos: "Don Florentino, ¿usted cómo ve lo de las huelgas". "Ay, muchachos, eso tenéis que decírmelo vosotros a mí, porque sois los que sabéis; no sé si tienen razón los pobres o los ricos, pero desde luego los ricos no la tienen"".

LITO, EL DE LA REBOLLADA. "Durante mis primeros años en el Seminario era arzobispo Lauzurica, una especie de señor feudal en mentalidad que nos decía que los curas tenían que ser santos, buenos y guapos, o algo parecido. Pero él confiaba absolutamente en quien estaba de rector, don Ignacio Olaizola, que a su vez tenía vicerrectores o prefectos de zona que eran gente formada en la Universidad de Comillas, donde había una cierta renovación o apertura. De hecho, mientras estuve en el Seminario no hubo momentos de crisis o problemáticos y los profesores con los que más me relacioné seguramente moderaban su forma de decir o de hacer en comparación con lo que ellos harían en otro ambiente más abierto o más liberal. Pero, en todo caso, ellos poco a poco iban transmitiendo cosas que arriba, en el rectorado, no se verían bien. No es que estuvieran prohibidas, pero no se hacían a bombo y platillo; por ejemplo, las reuniones con chicos de la JOC. Recuerdo el primer contacto que tuve con ellos cuando vino Lito, el de la Rebollada, fallecido hace poco. Quien me hizo interesarme por la JOC fue Lito, durante una reunión en la que estábamos 15 o 20 voluntarios y él nos explicó qué era la JOC. Claro, Lito era entonces un chaval de 18 o 19 años, y minero, y hablaba con aquel entusiasmo y despreocupación por vivir bien, y con aquel sentido cristiano de preocupación por los demás e incluso de evangelización. Luego fue evolucionado, cuando entró en el PC, pero muchas veces le recordé que en mí había tenido una influencia decisiva".

UN BUEN SACRISTÁN. "Vivimos el preconcilio y los nuevos aires en Teología. Empezamos a leer a Congar y a Danielou, que eran otra cosa y no tenían nada que ver con lo que nos enseñaba don José Inclán, que era muy buena gente y un escolástico listísimo, pero siempre al pie de la letra. Además seguimos el concilio, que nos daba ánimo, dinamismo e interrogaciones. Después de Lauzurica vino Segundo García de Sierra, de quien nunca entendí cómo pudo llegar a obispo. Era persona de una vanidad infantil, y conservador, o ultraconservador. Los cambios que hizo en el Seminario fueron tremendos, y menos mal que fue en los últimos años nuestros. Puso a una gente que era como retroceder de Tarancón a Rouco. Nombró de rector a don Manuel, que fue cura en San Isidoro de Oviedo. Era muy listo y muy irónico, pero tradicional en el sentido más conservador y reducido del término. Nos daba clase de Pastoral y nos decía: "El problema número uno de la parroquia es tener un buen sacristán que no sea amigo de chismorreos". Bardales contaba infinidad de cosas como ésta, por ejemplo cuando don Manuel decía: "Tengan ustedes cuidado con lo que predican porque les pueden salir alas a los pies y aterrizar en los lugares más insospechados de la diócesis"".

50 CURAS SIN TEJA. "Don Segundo puso de secretario del arzobispado a don Ramón, al que llamábamos "Ramón Panza" porque era muy gordo. Se contaba que un día le llamó un párroco y le dijo: "Don Ramón, que vienen los de urbanismo y dicen que una carretera tiene que pasar por el campo de la iglesia". "Oponte". "Pero es que insisten". "Pues que tuerzan". También estaba don Samuel, que afirmaba: "El problema mayor de la diócesis es que hay 50 curas sin teja" (el sombrero eclesiástico), y por eso lo llamábamos "Samuel el tejano". Digo lo de la vanidad infantil de don Segundo porque cuando iba a visitar el Seminario le preguntaba a don José Inclán cuál era la tesis de la clase del día siguiente. Él la miraba y entraba a la habitación de un seminarista y le preguntaba qué estaba estudiando para mañana, como si él no lo supiera. Entonces, don Segundo recitaba la tesis. No sé por qué, pero de mí tenía buena opinión, hasta el punto de que un día me pilló en la habitación, en tiempo de estudio, con otros dos compañeros. Nos echó una bronca y me dice: "Pero tú?". Afortunadamente, de lo de don Segundo me tocó muy poco. Me ordené en 1963 y tuve la suerte de ir a estudiar Sociología al Instituto Católico de París, de los Jesuitas. Fueyo me preparó un poco los contactos para no pesar económicamente a la diócesis y fui a una parroquia que llevaban los Hijos de la Caridad".

Segunda entrega, mañana, lunes: Sociólogo de Cáritas