¿Es posible que una sociedad cambie sin que cambie su vida política, sin que se efectúen reformas de hondo calado promovidas por sus instituciones? Pues eso es lo que ha pasado en Asturias en las últimas décadas, según lo interpreta el politólogo Óscar Rodríguez Buznego, profesor del departamento de Sociología de la Universidad de Oviedo y columnista habitual de LA NUEVA ESPAÑA. El cambio es que no ha habido cambio.

Buznego repasa la historia política de Asturias, que ha corrido pareja a la española, si acaso con la singularidad de la aparición de Foro y el breve Gobierno de Cascos, un fenómeno que relaciona con el hastío ciudadano contra la clase política que hizo erupción en el 15M y luego cristalizó en la entrada de la “nueva política” en todos los parlamentos. Eso y poco más. El resto, sin novedad en el frente. “Lo que destaca precisamente son los escasos por no decir nulos cambios institucionales y políticos en estos años en Asturias. El último, el ‘no cambio’ en la oficialidad del asturiano. Antes, la cuestión de la organización territorial. ¿En qué quedó el área metropolitana?, ¿qué fue de las mancomunidades? Está produciéndose un cambio demográfico de dimensión histórica y no he visto que nadie se plantee adaptar la organización territorial de Asturias de acuerdo con ese cambio. Parece que la maquinaria funciona con un rendimiento plenamente satisfactorio y que no ha hecho falta introducir piezas nuevas ¿Pero quizá deberíamos pensarlo un poco, no?”. Buznego relaciona todo esto con lo que define como “ausencia de liderazgo político”. Lo explica: “No me refiero a un líder, a una persona. Hablo de un liderazgo, que es otra cosa. La sociedad asturiana cambia porque el cambio viene en las nubes, por decirlo de alguna manera. Pero no porque los asturianos seamos agentes. No hay una transformación con dirección clara. Los asturianos no sabemos adónde se dirigen esos cambios, no los tenemos bajo control y no sé si nos hemos preocupado de ello. En parte eso se debe a la ausencia de liderazgo político, que es, digamos, el gran problema desde hace 30 años. No hay dirigentes que sepan interpretar qué queremos ser en el futuro y actúen y sepan elaborar un discurso que refleje esas aspiraciones. Por eso digo que en Asturias hay un liderazgo político muy débil”.

Buznego se retrotrae a 1983, al discurso de investidura del presidente Pedro de Silva, un texto “que habría que leer una y mil veces” y donde, a su juicio, sí se había cristalizado un rumbo, con “prioridades certeras” y un diseño de la organización territorial. A partir de entonces, nada equiparable. “No hemos sido capaces de construir un liderazgo político y eso es tarea de toda la sociedad. Ahí es donde la sociedad demuestra si está viva, si es fuerte, si está asociada, si está en los asuntos o está un poco despistada, distraída. Esa es la reflexión que los asturianos tendríamos que hacer”.

En esta línea de pensamiento –para que exista Asturias tiene que haber una “idea de Asturias”– se expresa también el escritor Ricardo Menéndez Salmón, diputado de Podemos en la Junta. Es más contundente que Buznego: “La pérdida constante e imparable de población, que por mucho que los filósofos de la demografía y los gobernantes de turno intenten teorizar, es la demostración, práctica e irrebatible, de un fracaso en el modelo de región que se ha venido construyendo. Sencillamente, Asturias no es un lugar atractivo para vivir. Lo es para pernoctar, para fartucase o para visitar los Lagos, pero no para vivir. Y este es un fracaso histórico de la izquierda, que ha gobernado en Asturias de forma prácticamente ininterrumpida desde que existe Estado de las autonomías. Ya no es que la izquierda no haya sido capaz de encarnar una Asturias real, es que ni siquiera ha sido capaz de pensar una Asturias ideal”. A su juicio se ha producido el “desmantelamiento ideológico de una clase trabajadora o proletariado industrial, llámalo como quieras, que existía como contrapeso al poder político y a la codicia empresarial, y cuyo apaciguamiento significa la pérdida de un elemento capital para contener la homogeneización de la sociedad asturiana y su camino irreversible hacia la apoteosis del sector servicios. Con el añadido, nada despreciable, de que aquella clase trabajadora o proletariado industrial había situado en el centro de su peripecia no solo la formación ideológica, sino la convicción de que la cultura es un mecanismo de emancipación personal y colectivo”.

El economista José Alba también hace referencia, en sus reflexiones sobre la región, a la necesidad de construir, o reconstruir, “una ilusión colectiva”. Para ello, incide en que “nada puede alcanzarse antes de que quienes aquí vivimos apostemos por facilitar las cosas. Plagiando a Shakespeare, diríase que algo huele a mustio en Asturias, pese a que haya progresado. Es preciso dejar correr el aire, poner empeño en cada cosa que se hace y procurar llevar adelante iniciativas asumibles antes de soñar con cambios milagreros”. Y todo para lograr “que lo que parece un país atractivo lo sea realmente y no solo para escapadas vacacionales”.