José Manuel Alonso, "Camarada", creador de la Feria Campomar y de "El jardín de Camarada". Tiene 76 años, es ganadero jubilado. Lo conocen por Camarada, la casa familiar de Mántaras. No sabe de dónde viene el apelativo, nada que ver con la política. Empieza a ser muy conocido por "El jardín de Camarada", un espacio insólito y visitable en Mántaras, lleno de figuras de animales, maniquíes, esculturas y artilugios de todo tipo donde ha recreado sus recuerdos y, sobre todo, su historia de amor con su mujer, Agustina, fallecida hace nueve años.

–¿Cómo es la historia de amor que les cuenta a los que van a visitar su jardín?

–Se llamaba Agustina Rodríguez Martínez. Cuando la conocí, me ilusioné enormemente con ella. Es que es muy largo de contar…

–Tengo tiempo.

–Para mí es una historia de amor maravillosa. La conocí en Castropol, en las fiestas de Santiago. Ella era de Figueras. Yo nunca encontraba la chica apropiada, esa ilusión de tener una mocina. Yo no era muy bailarín pero tenía un amigo con muchas hermanas y él era el único hermano. Entonces, por las noches, que eran muy largas y sin televisión, se ponían a bailar y a cantar, a bailar y a cantar. Así que él bailaba de maravilla. Entonces íbamos a las fiestas para encontrar a alguien, una mocina. El día de Santiago fuimos a bailar, había dos chicas y él se queda con la compañera de Agustina. Y Agustina y yo nos quedamos los dos hablando y nos gustamos los dos. Yo tenía 21 años y ella tres menos. Fue un flechazo. Resultó que yo acababa de estrenar un Dyane 6 descapotable, que era como tener un Ferrari, y había conocido a la mujer de mi vida, era mi sueño, era una gozada de chica. Era muy tímida. Yo también. Lo mismo que ahora hablo por catorce, entonces éramos muy tímidos los dos. Aquellos ojos de bondad, aquella dulzura, aquella estampa tan bonita y tan maravillosa. La fiesta era en el parque de Castropol, alrededor de la estatua. Ella me dijo, ven, vamos a acercarnos a la estatua porque hay una tía mía por ahí y no quiero que nos vea. Bueno, aquel día nos citamos para la fiesta de San Lorenzo en Penarronda. Yo me pasé todo el tiempo esperando a que pasarán aquellos días. Llegó el 10 de agosto por fin y el primer baile muy bien, todo muy bien. Pero en el segundo baile me dice: "Es mejor no seguir". Yo quede planchado. "¿Que pasó, qué hice yo?", le decía. Nada, no es nada, es mejor no seguir, decía ella. Y yo, claro, ante la bondad de aquella niña yo no quise insistir. Yo noté que ella lo decía con tristeza. Entonces dejamos el baile porque ella me lo pedía. Haría lo que ella me pidiera, porque yo había quedado enamorado de ella. Entonces había que cumplir su mandato. Me marché con el Dyane 6 hacia Vegadeo y después fui hasta Ribadeo. Entonces… Me estoy enrollando muchísimo.

–No, no. Siga, siga

–Yo no sabía lo que pasaba. Luego me enteré de que aquella tía soltera ya conocía que yo era destinado a la casa de labradores de Camarada, en Mántaras, y que ella, Agustina, era destinada a la casa de labradores y ganaderos en Figueras. Yo era el primogénito de la mía y ella la que quedaba en la casa: tenía una hermana catedrática en Santiago y un hermano soldador en los astilleros de Figueras. Ella se quedó como la Cenicienta de la casa. La tía ya sabía que iba a ser ése el problema. Así que le dijo que había que dejarlo.

–Rompieron.

–Yo abandoné la historia y me marché al servicio militar. Me tocó en el Sáhara. Mira, esto es muy romántico. Yo llevaba conmigo una postalina de la ría del Eo con una barquina blanca. Y en aquellos 18 meses en el Sáhara, en otro mundo, para mí era una ilusión hacer las guardias con aquella postalina y aquella barquina blanca que me recordaba a Agustina. Había otros que recibían carta y los escuchabas gritar: "¡La puta que la pariióóó, me dejó la novia!" Pero yo estaba contento. Me decía: "Yo la tengo aquí, en la postalina".

–Volvió de la mili y…

–Vengo de la mili y vuelvo a los bailes. No sé si conoces algo por esta zona.

–Conozco, conozco.

–Los bailes eran en Serantes, en el bar Martínez, unos bailes inmensos. Venían algunos chicos de Luarca y de Navia y las chicas de esta zona pues querían a los chicos de Navia y de Luarca. Así que nosotros teníamos que marcharnos a Galicia, a Foz y a Burela, para ser allí los chicos de Navia y Luarca. Así que fui para allá y me quedo con una chica que me gustaba, muy parecida a mi Agustina. Pero dentro de mí hay dos. Uno es el José Manuel serio, el formal, el de saber estar, que es el que manda. Y luego hay otro medio gamberrete, más atrevido. Y un día el gamberrete le dice al serio: "Oye, a ti te gusta Agustina. Pues lo que te digo es que Agustina no viene a buscarte, tienes que ir tú a buscarla"

–Y se fue.

–Me dirijo a Figueras, al Peñalba. Eran las 8 de la tarde un domingo no había gente. Pero veo en una esquina, ahí escondidos, a Agustina, a dos chicas mayores y a un chico mayor. Entonces el José Manuel atrevido me dice: venga, a la mesa. Madre mía, voy a la mesa y me recibe la chica mayor, alta, guapa, mayor que Agustina, y me dice: "Tú qué quieres". Quedé parado y todos menos Agustina riéndose. Parecía una entrevista para una empresa, era su tía. Me hizo unas cuantas preguntas: tú qué quieres y tú quién eres y tú qué haces y que no sé qué. Agustina ni pío. Ellos sentados y yo contestando. Luego me hicieron un sitio y entonces empiezo el cortejo. A los 2 años yo le pido matrimonio y...

–Se casaron.

–No. Pasaba lo que decía la tía: ¿dónde íbamos a vivir? La madre de ella quería que fuéramos a la casa de Figueras y mi madre quería para Mántaras.

–¿Y cuándo se casaron?

–Estuvimos diez años de mocinos. Pues así siguió el tema, siguió el tema y ella me lo pidió cuando tenía 30 años y yo 33. Fue en el banco número siete del "muelle de fora" de Tapia, el día del Carmen. Antes las mujeres que no estaban casadas a los treinta se decían que quedaban para vestir santos. Entonces yo esperaba a ver quién decidía la historia. Así que ella me dice: "¿Nos casamos?" Y yo dije: "Sí, sí, nos casamos". Y nos casamos en septiembre. Ella decidió venir para Mántaras a la casa de Camarada. No me pidió nada, ella no era de pedir, de exigir, era una dulzura de mujer. Solamente me recitó una poesía de Rosalía de Castro: "Adiós ríos, adiós fontes/ Adiós regatos pequenos". Quería decirme: adiós a lo mío, vengo para lo tuyo. Yo pero yo entendí perfectamente, enamorado como estaba y como estoy de ella. Quiso decirme que la tratase bien.

–¿Y?

–Nunca discutimos en nada. Agustina hacía como las mariposas. Cuando tú vas dónde está una mariposa la mariposa se marcha. Si es una avispa o una abeja se enfrenta a tí, pero las mariposas se van y luego vuelven. Agustina hacía la táctica de la mariposa, no discutía. Era inteligente, por eso nunca riñó conmigo. Después de casarnos todo fue marchando muy bien y tuvimos dos hijos. Aquello era una felicidad, era un punto de encuentro maravilloso. Yo era alcalde de barrio, concejal, consejero de la Caja Rural y siempre íbamos una semana de excursión al año, aunque la ganadería de leche sea una vida sujeta.

–¿Duró?

–A los 49 años ella tiene un tumor. Un tumor en la cabeza. Vamos a Jarrio, le detectan un tumor y salimos directamente a Oviedo, era por Navidad, y la operan de un tumor cerebral: quimio, radio, depresión… Ella sentía que no servía para nada. Pasó el tiempo y cuando pensábamos que aquello iba a marchar bien, a los diez años de la primera operación, un día se le rompe la cadera, sin caer siquiera. La operamos en Jarrio y la operación fue muy bien, pero le da un ictus a la segunda noche de la operación y sale en una silla de ruedas y sin hablar. A partir de ahí malvendimos todo lo que teníamos y yo me dediqué exclusivamente a ella. A aprender a poner dodotis, aprender a ducharla… Fueron quince años, desde los 49 de la primera operación a los 64 en que falleció, hace nueve. Precisamente fue el día del Carmen. Me queda muy grabado, el mismo día en que me pidió matrimonio. Por eso en los jardines que tengo puse el puente del puerto de Tapia, la Virgen del Carmen, las pescantinas, los pescadores… para dedicarlo a Agustina.

Yo me dediqué a mimar a mi Agustina en esos últimos 5 años. Me siento muy contento y muy feliz, aunque tener a alguien a tu lado que no te hable y no te diga lo que piensa resulte muy difícil. Recuerdo que fui a una psiquiatra en Navia en esa época y le conté todo lo que te estoy contando a tí ahora. Agustina estaba a mi lado, en la silla de ruedas. Y la psiquiatra me dice: "¿Cómo dice que no te habla Agustina? ¿Tú las has mirado a los ojos?" Y yo casi me caigo de la silla… No me había dado cuenta de la cara que ponía Agustina, aquellos ojos dulces maravillosos, mientras yo le contaba a la psiquiatra todos aquellos buenos recuerdos con ella.

Cuando yo estaba viendo que la vela se iba apagando y la veía triste yo la llevaba en un Opel corsa, un corsita de aquellos, íbamos a la playa de Arnao, en Figueras, y ella recordaba la playa de su infancia. Para mí era un ángel. Para mí era como si tuviera una niña, un bebé. Por la noche le daba la pastilla para dormir, la acostaba y yo me acostaba con ella, la abrazaba y le decía: "No es Agustina de Aragón es Agustina de Figueras". Y le daba besos, cariño. Sí, lo agradecía tanto...