El mundo, la vida y el covid desde la ventana de Susa

"Ay, Dios, del hospital vine como un pajarín muerto, no sé cómo volví a vivir"

Jesusa Pérez López, en su ventana de Boal.

Jesusa Pérez López, en su ventana de Boal. / Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Susa Pérez, confitera jubilada. Durante años, Jesusa Pérez López, que el domingo cumplió 92 años, fue la reina de los dulces de Boal. A ella se debe la excelente fama que aún tiene todo lo que se hace en el café bar El Casino de la villa boalesa. Hizo tantas mantecadas que enseña los dedos, torcidos, de tanto trabajo pastelero con la masa. Sobrevivió al covid, del que salió "casi como un pajarín muerto". Es una magnífica conversadora.

Jesusa Pérez López, Susa, cumplió ayer domingo, 2 de abril, 92 años de edad. Durante décadas fue la repostera que hacía las afamadas delicias (mantecadas, coquitos...) que se vendían, y aún se venden, hoy elaboradas por sus hijos, en el café bar El Casino de Boal, un negocio de 105 años de antigüedad. A Susa la ve casi siempre asomada a la ventana que está encima de la puerta del negocio familiar:

–Mire, esta ventana me vale la santa vida. Y eso que ahora no pasa nadie. Pasan en coches. Ay, mucho me vale. Ya no salgo. Y eso que no perdía yo la misa un domingo por nada del mundo. Y ahora tengo que perder todo. Miren que hoy les doy entrevista a ustedes porque me iluminó Dios. Sí, soy muy ventanera. Le voy a decir una cosa. Fuimos un día la hija y yo a regalar a la nena de una prima y le dijo: "Mira qué regalo tan guapo te trae Susa". Y la nena dice: "Ay, ¿ésa es la mujer que se asoma tanto en la ventana?"

–¿Qué tal se encuentra, Susa?

–Tuve que ir a Jarrio y luego estuve en Avilés internada por el covid. Ay, Dios, vine como un pajarín muerto, igual. No sé cómo volví a vivir. Bueno, gracias a Dios, de aquí (se señala la sien) toi bastante bien. Me cuidaron tanto los hijos… Los hijos, mejores no los hay. Eso lo puedo decir a voces y lo sabe el pueblo. Había unas enfermeras allí muy buenas. Llamábamos a los hijos y me los ponían, porque yo quería verlos y ellos no podrían entrar. Bueno, yo les hablo de esto; cuando no se interesen ustedes de lo que hablo, díganmelo.

–Continúe, por favor.

–El covid lo cogí en septiembre. Me había operado de apendicitis el último día de agosto. Yo no sé, pero aquí vino el demonio a echar basura por todo el mundo. Porque decía yo que no podía ser a mi edad tener apendicitis. Luego me detectaron el covid y después, a Avilés. Estuve tanto allí que me descontrolé. Decía: ‘¡Venir a buscarme!’. Porque yo veía cosas raras, alucinaciones. Estaba alucinada por completo. Yo veía a las chicas, a las enfermeras, así de gordas. Y me decía: ‘Esas ponen algo por dentro y cuando vienen los médicos lo quitan para parecer guapas’. Y yo pensaba: ‘¿Y el hijo pequeño mío dónde estará? Pequeño, bueno tiene ya 50 años, le digo, señor. Y yo lo veía a marchar con las nenas a gozar. Porque de joven gozó, claro que gozó. Pero yo veía aquello y me decía: «Tan bueno como fue para mí y ahora marcha con las nenas... Sabe que estoy aquí sufriendo un montón y marcha con éstas, que eran paraguayas…»

–¿Pero se acuerda de todas las alucinaciones que tuvo?

–Todas, todas, todas. ¿Y cuento lo de los millones, Rodri? (se dirige a uno de sus hijos que la acompaña durante la entrevista) ¿A ustedes les interesa saber esto, no? Eso es que en esos días muriera una cuñada mía, que lo sentí, que no me alegré nada con que me muriese, nada. Y mi cuñada estaba riquísima. Eso, todo locuras, locuras. Y vino el viudo y me dijo: "Te voy a dar un millón de pesetas porque me dejó dicho esto mi mujer". Y cuando vine para casa dije: "Rodri, ¿cómo se les ocurre ahora darnos un millón de pesetas?". Y dice: "Mamá, ¿qué me dices?". Y yo: "Que lo sé, fijo». Ay, si le cuento locuras…. Vamos a callarnos, porque teníamos para toda la tarde.

"Yo nací aquí mismo, en Boal. Mis padres eran labradores. Fuimos 17 hermanos. ¡Y fíjese que se ahogan ahora con un neno! Así que nos criamos durmiendo de tres en tres. Comiendo pote por la mañana y pote por la noche. Un día con verdura, otro día con garbanzos. Pero eso tenía que ser un día de fiesta porque el garbanzo estaba caro. Mi padre tenía dos parejas: una pareja de bueyes y otra de becerras. ¿Sabe qué son las becerras? Las vacas que no dan crías pero que valen para tirar. Y entonces mi padre y el hermano mayor andaban haciendo la labranza de los caseríos todos de las gentes ricas".

"Empecé a trabajar a los ocho años. Iba a cuidar nenas a las casas ricas. Los críos que nacían me los daban preparados. Cuidé a nenas que ahora me quieren con locura. Tuve en tres o cuatro casas. Pero después trabajé en una panadería. Hasta que nació el primer hijo, Melchorín".

"Yo me casé con un sobrino de la que llevaba este negocio (El Casino). Se llamaba Melchor. Él hizo la mili en la mina, en El Fondón, en Sama de Langreo. De aquella podías ir a la mina y ganabas dinero. Él quería casarse y llevarme p’allí. Pero le dije: ‘Si no arreglas bien aquí, lo siento mucho. Yo te quiero mucho, pero para la mina no voy, que no te quiero ver en la mina’. Digo yo que él cortejaba por allí y hacía lo que quería, pero vino para Boal cuando le pareció que yo ya iba a lanzar otro. No me quería perder. Vino para aquí. Compró un cochín y se puso a taxista".

"Aquí, en esta casa, había bar y estanco…. Pero ustedes quieren saber de las mantecadas, ¿verdad?.  Ay, pasamos mucho, señor. Pasamos las penas del purgatorio. Una hermana mía y yo éramos muy manitas para cocinar. Teníamos mucho empeño. Había una confitera aquí que era muy buena, y yo me fijaba. Pero ella lo tenía en secreto y no te quería enseñar. Pero el que nun é bobu, siempre aprende. Así que empecé a hacer toda la confitería. Pero las mantecadas no me salían tan buenas. Hasta que un día fui a casa de una hermana que tenía casada con un sargento en Collanzo. Fuimos a verla porque ella estaba muy triste, porque nosotros éramos de estar en Boal. Y fuimos a verla mi padre que en paz descanse, mi marido y una hermana que tenía yo que me ayudó mucho a criar estos nenos. Y llegamos a la hora de la merienda y nos sacó una mantecada. Y yo: ‘Pero Aurita, ¿dónde fuiste a comprar estas mantecadas?’ Y me dice: ‘Tengo yo la receta que me la dio una amiga del cuartel’. Así empecé a hacer las mantecadas".

"Y entonces le dije yo a mi tía (la dueña de entonces de El Casino): ‘¿Qué le parece si probamos?’ Porque, si no, no salíamos adelante, no crecíamos. Y con tanta suerte que vinieron por esta calle dos matrimonios cuando venía de cocerlas de la panadería y les dije: ‘Ay, señores miren, prueben’. Porque yo era muy vendedora, señor. Porque yo comunicábame mucho con la clientela. Y ellos: ‘¡Ay, qué riquísimas, qué riquísimas!’ Así que lo vendí todo allí en un momento. Empecé así y ¡hicimos milagros, señor! ¡milagros! Porque entonces no había nada en las tiendas, no había más que caramelos o chucherías. Y en días nombrados, como Difuntos, por Carnaval o por Santiago, llegamos a meter hasta 140 huevos en la batidora. Vaya, en tres veces le digo, que en la batidora que todavía tenemos hoy no caben mas que 40 huevos".