Ana Acevedo, la mayor productora de fabas de Asturias. Junto a su marido, el coañés Sergio López, encabeza Fabas La Estela, la principal empresa productora de fabas de Asturias certificadas con la etiqueta de calidad de la IGP. Acevedo, nacida en Arbón (Villayón), de 39 años, es arquitecta de formación pero campesina de corazón. Suyo ha sido el diseño y la idea del nuevo envase de su producto, donde se aprecia su buen gusto y formación. Antes eran un saquito color beige, lo cambió por otro azul marino y con eso logró duplicar las ventas. Todo entra por los ojos. También las fabas 

«Yo me crie en Arbón (Villayón), en una casa con 12 vacas y sin coche. Me crié en una familia campesina muy campesina donde, desde que tenía uso de razón, me dijeron que tenía que estudiar. Eran muy pobres y tuvieron que hacer mucho esfuerzo para que yo pudiera licenciarme en Arquitectura en La Coruña. Siempre digo que me siento campesina. Una cosa es lo que eres y otra cosa en qué trabajas. Y yo soy campesina. Voy a ser campesina siempre, sea agricultora, arquitecta o jubilada. Forma parte de mí».

«Cuando era cría, te daba vergüenza ser de casa de pueblo, de vacas. Porque que tus padres fueran campesinos era lo más bajo que había. Yo hice el instituto en Navia en los 90 y los del pueblo éramos los del pueblo. Ahora lo digo y me parece una tontería, pero en aquella época, en la adolescencia, era tremendo. Hoy en día creo que eso cambió, afortunadamente. Que socialmente el agricultor y el ganadero sean vistos como el escalafón más bajo es algo injusto y penoso». 

«Fabas La Estela somos los mayores productores de Asturias con diferencia, cuadruplicamos al siguiente que más produce. Estamos rondando las 50 hectáreas. En la empresa somos mi marido y yo, el hermano de mi marido, un primo y luego tenemos unos socios. A partir de eso, mano de obra asalariada variable, porque llegamos a tener picos de hasta 16 trabajadores».

«Dedicarnos a las fabas fue un proceso muy natural, cómo se produce casi todo en las familias campesinas. Mi familia campesina tenía una explotación de leche en Arbón y todo el mundo ponía fabas. Se adhirieron a la Indicación Geográfica Protegida ‘Faba asturiana’ cuándo surge, en 1989. Mi marido, Sergio López, que es el actual presidente del consejo regulador, también nace en una familia campesina con una explotación de ganado de leche, aunque ellos no ponían fabas».

«Sergio y yo nos conocimos en el instituto en Navia. El empezó a trabajar en la famosa Benito Sistemas, y yo me fui a la universidad, a La Coruña, a estudiar Arquitectura. Nuestros caminos laborales para nada decían que pudiéramos terminar en el mundo agrícola. Pero las circunstancias hicieron que mis padres se jubilaran y en aquellos años, te estoy hablando del 2002-2003, las fabas tenían un precio muy bueno. Se vendían a dos mil pesetas el kilo. Y no estamos hablando de los mismos costes de producción que hoy. Solamente si hacemos la comparativa de lo que cuesta un litro de gasoil…»

Ana Acevedo, en una de sus fincas en Coaña. JULIAN RUS

«Mi padre había tenido algunos problemas de salud y Sergio le echó una mano a mi madre con las fabas y vio que el rendimiento económico era muy bueno. Él tenía un trabajo estable en Benito Sistemas. Luego quebró, pero entonces hacía ventanas y era aquel momento en que España iba viento en popa con la construcción. Pero Sergio se lió la manta a la cabeza y se metió en las fabas. Todo el mundo le decía que si estaba loco por dejar Benito. Esto no hay que verlo ahora, hay que verlo en clave de 2003. ¿Cómo dejas un trabajo estable por una aventura de meterte, encima, en el campo? Si ya ahora está denostado, en aquella época aún más. Era como la última opción, hacer algo del campo».

«Pues así empezó todo y hasta hoy, creciendo año a año. Aunque antes ayudaba, yo me incorporé después. Terminé Arquitectura en 2011 y empecé a trabajar en una España que estaba inmersa en la crisis de la construcción hasta las orejas. Mi trabajo no daba. En los años 90 un médico, un arquitecto y un abogado eran las profesiones más prestigiosas. Pero pasamos de eso a no ganar para pagar las facturas. Fue frustrante formarte en un terreno y no poder ejercer, pero, al final, tienes que trabajar para comer. Y además era algo que hacía desde que tenía 14 años porque, como en todas las familias de campesinos de Asturias, cuando tienes 12 o 14 años ya ayudas en casa. Desde que tuve uso de razón yo ayudaba a las fabas».

«Luego nacieron nuestros hijos con lo cual se complicó todo mucho más porque lo de conciliar es una aventura tremenda. Tenemos dos hijos, de 6 y 8 años. Además, nos coincide que no tenemos abuelos de los que tirar, entonces si no tienes infraestructura de apoyo es muy difícil. Con lo cual, necesitas una persona en exclusiva las tardes para llevarlos a que hagan cosas».

«Los niños que se crían en el campo tienen valores que les servirán mucho»

«En verano voy con ellos a las fincas o donde tenga que ir. Se empapan de un montón de cosas y eso es un aprendizaje. Tampoco está mal que sepan de dónde salen las cosas y del esfuerzo que cuesta. Es importante que se críen también con ese vínculo con el medio. Que no piensen como muchos niños de ciudad, que creen que la leche sale del brick o los huevos de la huevera. A mí eso me parece terrible. A los críos que se crían apegados al medio se les transmiten unos valores y enseñanzas que les van a servir para mucho en la vida. Aprenden otros valores y otras cosas que me gusta que los críos entiendan. Porque, si no, tienes mucha tontería».

«Hace años hubo ahí unos años muy malos donde cayera muchísimo el precio de la faba, el mercado se globalizó, venía mucha legumbre sudamericana y se vendía muchas veces bajo el cartel de faba asturiana. Pero de un par de años para acá la situación de la faba evolucionó favorablemente, hay un claro aumento de producción de fabas asturianas y un claro aumento de certificación, que eso es más importante. Lo fundamental es la pedagogía al consumidor y creo que ese trabajo está dando sus frutos».

«Además de los costes del gasoil para los tractores, a nuestro nivel el problema es encontrar mano de obra. No hay personas que quiera venir a trabajar al campo. A esto tenemos que sumar la burocracia, que te come. Tienes que relacionarte electrónicamente con la administración pero, coño, es que luego su plataforma no funciona. Y eso que yo me manejo más o menos bien con el tema digital, pero no todo el mundo del campo se maneja para poder comunicarse electrónicamente con la administración de forma fluida. Y no vamos a hablar de la superconexión a internet que tenemos en el campo».