Lorena Álvarez, la ibiense que se hizo astronauta del espacio interior
"Al final, en la ciudad acabas siempre relacionándote con gente que se parece a ti, y en un pueblo te relacionas con muchos tipos de personas y de distintas edades", destaca la artista

Julián Rus
Lorena Álvarez, cantautora. Nacida el 12 de mayo de 1983, la ibiense Lorena Álvarez Barrero es una cantautora inclasificable, con un lugar propio en la escena española de la música independiente. Es autora de una obra (cinco LP, y lo último, un EP con el grupo de pulso y púa «Los rondadores de la Val D’Echo») impregnada de una sencillez esencial. «Colección de canciones sencillas», su trabajo de 2019, elegido por algunos medios como la mejor obra discográfica del año en España, es conmovedor y divertido, verdadero.
–Soy de San Antolín de Ibias. Pero en San Antolín no nací porque no hay hospital. Así que debí nacer en el de Cangas del Narcea. Pero no estoy muy segura si fue ahí o en el de Oviedo. Lo que sí te puedo decir, porque siempre me lo cuentan, es que cuando me sacaba mi padre del hospital en un capazo, una cesta de éstas donde llevaban a los niños, se le escapó el asa y me caí el suelo de recién nacida. Pero bueno, afortunadamente sobreviví.
–¿Su primera hija?
-Sí. Y, además, mira, nací de culo. Ya ves que tuve un nacimiento un poquito así, accidentado.
–¿Tiene más hermanos?
–Tengo dos más pequeños, Víctor y Eva. Cuando tenía seis años a mi hermana la pedí de regalo de cumpleaños y nació justo el día de mi cumpleaños.
–Puntería.
–Sí, sí. Las dos cumplimos el mismo día, pero ella tiene seis años menos que yo.
–¿Su familia es de Ibias?
–Mi madre es de San Antolín y mi abuelo era carpintero en San Antolín. Mi padre es de otro pueblo más pequeño, Pradías. Mis abuelos, campesinos. Mi padre era chapista y ahora el taller lo lleva mi hermano.
«Yo fui a la escuela aquí y después que me fui a estudiar a Oviedo, a la Escuela de Arte. Siempre fui una niña muy curiosa. Me encantaba leer, creo que era lo que yo más hacía, leer de manera voraz. Y siempre con muchísima curiosidad. Haciendo muchas preguntas. No esperaba ser artista ni soñaba con estar en un escenario. Lo mío fue completamente casual. La vida me ha llevado por unos sitios que no eran los que yo tenía planeado. Aunque, en realidad, no tenía nada planeado. Sí que es verdad que cuando era pequeña tuve una época que soñaba con ser astronauta. Le escribí a la NASA una carta, creo que en inglés, debí pedirle ayuda a mi profesora, y me contestaron. La tengo por ahí guardada. Me contestaron diciéndome que tenían una especie de campamentos en la NASA para los niños. Por supuesto, no pude ir. Cosa de la que me alegro mucho, porque después yo odio subirme en un avión. Luego me dediqué más al viaje al espacio interior que al viaje al espacio exterior».
«Cuando era pequeña, sí que cantaba mucho. Estaba todo el día cantando, me inventaba canciones, me gustaba mucho la música. Tenía un tío que tenía una guitarra, a veces se la cogía y probaba. Les pedí a mis padres que me compraran una. Solo hacía acordes. No empecé a componer hasta mucho más tarde».
«Con el tiempo, dándole vueltas a esto de la composición, de la creación, pienso que a mí me influyó mucho mi abuelo José, que era carpintero. Me acercaba mucho a él cuando estaba en el taller. Le preguntaba qué estaba haciendo, y siempre me contestaba lo mismo,: ‘Pues no sé, no sé lo que va a salir, a ver qué sale’. Y con el tiempo me di cuenta de que esa magia de la creación me la enseñó él de alguna manera. Es un proceso en el que tú no sabes muy bien lo que estás haciendo, y al final eso se convierte en una silla, en un armario, en una mesa… A ver qué sale, decía siempre».
–¿José era el marido de la abuela que, según cuenta en su canción «La Nube», la dibujó a usted en el futuro como cantautora?
–Exactamente, mi abuela Esther, que ya falleció. Mi madre empezó a comprarle libros de colorear, de niños, para que se entretuviese. Y un día le pedí un dibujo que hiciera ella. Y ella decía: ‘¡Es que yo no sé dibujar!’. Yo insistía y un día, de sorpresa, me apareció con ese dibujo, el dibujo que describo en la canción. Salía yo tocando la guitarra, con un sol y un árbol. Me emocionó muchísimo, siempre lo tengo colgado en los sitios donde he estado. Cuando estaba grabando el disco ‘Colección de canciones sencillas’, tuve una crisis, no sabía muy bien por dónde tirar. La grabación del disco es una parte del proceso que me cuesta mucho. Me gusta cuando estoy componiendo en soledad, pero ya después poner eso en un disco... En ese momento yo no tenía discográfica ni presupuesto para una grabación muy profesional. Todo eso me bloqueaba. Pero de repente tenía el dibujo ante mí y fue como una epifanía. De repente, estaba ese dibujo en el que simplemente salía yo sola, tocando la guitarra bajo un sol y al lado de un árbol. Así como un monigote. Y me dije: ‘Pero yo no necesito nada de todo eso que estoy pensando que necesito. Solo necesito mi guitarra y mi voz para compartir con los demás lo que quiero compartir’. A partir de ahí decidí grabar el disco, yo sola en mi casa, con los medios que tenía. Ese dibujo fue una enseñanza de una persona que ya no está aquí con nosotros, en este plano, digamos. Las personas, cuando nos dejan, cuando no están con nosotros aquí en la tierra, siguen con nosotros de otras maneras, siguen enseñándonos cosas, siguen acompañándonos».
(Dice la canción: «Cómo pudo ella verme así / Cuando ni yo lo veía / Y por qué llega hasta mí / En el día de hoy / Tanta sabiduría. / Y cómo puede el amor de una persona / Una persona que es buena / Viajar por el tiempo y el espacio / Y atravesarte el corazón de esta manera»).
–¿Y ahora está en San Antolín viviendo, o va y viene?
–Estoy viviendo aquí en San Antolín, pero salgo mucho a tocar. Llevaba muchos años viviendo en muchos sitios y dando muchas vueltas. Estaba cansada. Y tuve también otra de mis crisis. Entonces pensé en venir aquí. Y fue un redescubrimiento. Normalmente es difícil volver con cierta edad al sitio de donde tú eres, con tu familia y todo. Pero volví y sufrí como una transformación. A veces los sitios de donde eres también están cargados de muchos recuerdos, tienen mucho peso. Pero yo no sé cómo pude quitar todo ese peso y verlo todo de una manera fresca y nueva. Ver solo lo que hay, que es un sitio con una naturaleza preciosa y tranquilidad, donde puedo trabajar...
«Lo necesitaba. Tomar un pequeño respiro, descansar un poco... Aunque descansar, la verdad, no descansé. De hecho, he trabajado mucho más en este último año y medio precisamente porque tengo el tiempo y el espacio. Una familia vecina me ha prestado una casa vacía para el estudio y tengo espacio, cosa que no puedes disponer en una ciudad. No me distraigo, no hay ruido... Me ha venido genial y me ha hecho plantearme las cosas. Yo siempre tuve muchas ganas de estar en la ciudad, de vivir muchas cosas. Pero no sé si es porque ya soy más mayor, o porque realmente el mundo ha cambiado un poco, pero a mí, ahora mismo, me parece que donde se puede ser más feliz es cerca de la naturaleza. Antes, cuando estaba aquí, me sentía un poco encerrada, siempre pensaba que estaban pasando tantas cosas en las ciudades y yo quería vivirlas. Pero creo que ahora mismo, donde más efervescencia hay, es en los lugares más pequeños».
«Ahora se ha vuelto muy difícil vivir en una ciudad. Por los precios tan altos, por la rapidez con la que va todo. ¿Para qué sirve ver tantas cosas si no puedes ni siquiera digerirlas? Aquí, cuando veo una cosa, tengo el tiempo para digerirlo, para entenderlo. Y, aparte, hay mucha gente muy maravillosa. Poder disponer de más tiempo, te permite poder tener relaciones más profundas con las personas. Y relacionarte con todo tipo de personas, de distintas edades e ideas... Al final, en la ciudad acabas siempre relacionándote con gente que se parece a ti. Y en un pueblo te relacionas con muchos tipos de personas y de distintas edades. Con la pandemia ya quedó muy claro lo que se venía gestando desde hace mucho tiempo, que la ciudad era una manera de vivir muy difícil para las personas».
Ibias, un concejo referente en el ámbito rural nacional
