Mónica García Cuetos, doctora en Historia. Aunque nació en San Martín del Rey Aurelio, su vida está ligada a Laviana, donde hoy reside esta historiadora y técnica en empresas y actividades turísticas de 61 años de edad. Experta en patrimonio industrial, ha colaborado, y colabora, en el desarrollo y conservación de muchos recursos museísticos y turísticos del Valle del Nalón.

"Mi padre fue médico en Laviana muchísimos años. Yo soy la tercera de cuatro hermanos y somos conocidos como los hijos de Don Rodolfo, el médico de Laviana, que es como una especie de institución. Bueno, lo era. Porque ya hay poca gente que se acuerde. Hace ya bastantes años que se murió, en 1992. Era el médico de familia de toda la vida. Trabajó hasta que se murió en el ambulatorio de Laviana, donde hay una placa con su nombre en agradecimiento por los servicios prestados. Mi madre aún vive. Se llama Pilar Cuetos, es de Sotrondio. También es una mujer muy conocida. Mi abuelo era empresario en Sotrondio, tenía una panadería, una tienda".

"Aunque mi padre era médico, su vocación creo que era la de historiador del arte. Y desde niños nos inculcó esa vocación. Vivimos rodeados de libros de arte y de historia. Cuando veníamos de vacaciones desde Barcelona, a donde no trasladamos una temporada, nos parábamos en todos los yacimientos, catedrales, iglesias y capillas que te puedas imaginar. Le gustaba la historia, el arte y la montaña. No consiguió que ninguno de sus hijos fuera médico, pero mi hermano está muy metido en la Federación de Montañismo y organiza carreras de montaña. Mi hermana Pilar (catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo), que es la mayor, y yo estudiamos Historia del Arte".

De arriba abajo, Puente d’Arcu, el Ayuntamiento de Laviana y Peña Mea vista desde Laviana.

Olvido y sacrificio

"Mi padre era de Lada (Langreo). Era el típico niño de la de la guerra. Era el pequeño de cinco hermanos. Al mayor, teniente del ejército republicano, lo fusilaron, está en la fosa común de Oviedo. Su padre, mi abuelo Aquilino, trabajaba en los hornos altos en la fábrica de Duro Felguera. Dentro de la siderurgia, donde casi todos eran anarquistas, mi abuelo era comunista, una rara avis dentro de la fábrica. Era una persona muy significada y comprometida. Lo fueron a buscar a casa y desapareció. Probablemente será de los que siguen en la cuneta. No tenemos ni la más remota idea de lo que pudo pasar".

"Como mi padre era un niño muy inteligente todos en la familia trabajaron para que él pudiese estudiar y lo mandaron a Valladolid. Tenía que hacer una carrera que le permitiese una salida profesional rápida. Y la Medicina lo era. Mis tías limpiaron oficinas, casas y portales hasta bien mayorinas para que él pudiera estudiar. Mi abuela y mis tías sufrieron la represión característica. Pero tanto ellas como mi padre nos educaron en el olvido. Pensaron que su compromiso político les había costado muy caro. Mi padre nos dejó libertad para hacer lo que quisiéramos y pensar como quisiéramos pensar, no era un tema que se tocase mucho en casa. Pero, lo que son las cosas, mi hija Sara, a los 22 años, ya era concejala de Izquierda Unida en Laviana. Mi hermano también fue concejal y mi hermana Pilar lo fue también, pero en Langreo".

"Mi padre siempre estuvo metido en el PCE. Cuando terminaba el trabajo se marchaba por la noche y nosotras, que éramos pequeñas, no sabíamos lo que hacía. Iba a reuniones clandestinas del PCE o a curar a los heridos de las huelgas que tenían lesiones y que no podían acudir al ambulatorio. Cuando nos hicimos un poco mayores, cuando había discusiones de política en casa, decía que él nos había educado con espíritu crítico y pero que ahora se arrepentía (risas)".

"De pequeñas vivíamos en Barredos. Mi padre trabajaba como médico de Duro Felguera. Cuando pasó a la Seguridad Social entró en concurso de traslados y nos tocó ir a Barcelona, a una ciudad pequeña que se llama Súria, que curiosamente tiene tradición minera. Eran minas de potasa de Solvay, que también tenía minas de carbón en Asturias. La imagen del castillete la tengo de ser bien pequeña. En Súria también había uno. Cuando yo tenía 11 años, cuando pudo concursar el traslado otra vez, vinimos para Laviana. Mi madre insistió mucho, no encajaba muy bien en Cataluña. Vamos, mi madre es un pelín asturtxale (risas)".

Mineros y pantaneros

"Volvimos a Laviana en 1973. Al volver coincidimos con los pantaneros, como los llamaban, con el grupo de trabajadores que estaban haciendo la presa de Tanes y fueron a vivir a Laviana. Era una época de esplendor en la minería. Todo eso se reflejaba en la escuela. Había un montón de niños de distintas procedencias cuyos padres trabajaban en la mina o en el pantano. En esa Laviana aterricé. Con muchísima vida, con muchísimo trabajo, con la imagen característica del obrero mixto. Es decir, esas familias que trabajaban los varones en las minas y, además, tenían sus explotaciones agrícolas y ganaderas. Recuerdo compañeros que venían a clase después de haber catao les vaques. Parece de la canción de ‘Los Berrones’, pero es rigurosamente cierto. Es así que se les miraba incluso un poco mal, porque tenían el olor característico de haber estado en la cuadra. Mientras nosotros estábamos folgando por ahí, ellos ya trabajaban desde bien chavalinos".

Estudia, que ye pa ti

"Cuando terminé en el instituto, una parte de los estudiantes fuimos a la universidad –que también era el boom de la universidad– y la otra parte, a los 18 años, se incorporó a Hunosa. De tal manera que, a los 43 años, cuando a mí me quedaba toda la vida laboral por delante, ya había prejubilados de mi promoción. Los que fuimos a la universidad nos criamos en ese mantra de ‘Estudia que ye pa ti el día de mañana’. Es algo muy de esta cuenca, de los padres y los abuelos que les tocó trabajar en la mina, en condiciones que no son las de ahora y tenían mucho empeño en que los chavales estudiasen. Por lo menos que acabasen el bachiller".

"Así que acabas en el instituto y tienes una idea de una Laviana juvenil, adolescente, de salir, de discotecas como La Pista. También era un mundo complicado para la juventud. Había muchísima droga. Y no sólo entre la gente que tenía menos recursos. Los ochenta fueron la época de la heroína pura y dura, había mucha y un desconocimiento total de las consecuencias que tenía ese consumo. Y luego ya vas a la Universidad y ahí es el contraste terrible con lo que es una cosa que está a 30 kilómetros y que ye Oviedo. Eran dos mundos tan diferentes... Incluso se notaba en el transporte. Estábamos a 30 kilómetros, pero para llegar empleábamos una hora y media en el famoso Carbonero".

"Estudié Historia del Arte y Turismo. Luego encontré trabajo en una agencia de viajes en La Felguera. Yo tenía un novio de Laviana de toda la vida con el que me casé. Luego fuimos a vivir y a trabajar a Oviedo y, más tarde, a Ribadesella. También yo soy una mujer de mi generación: alguno tenía que renunciar y me tocaba mí renunciar. Nos fuimos porque él tenía plaza en el hospital de Arriondas. Luego nos divorciamos y yo volví otra vez a Laviana, donde estaba mi familia. Llegué sin trabajo alguno, con mis dos hijos y con lo que me cabía en el Renault Clio que tenía en aquellos momentos. Vine para Laviana porque aquí vivían mi madre y mis suegros, que de ellos no me divorcié (risas). Es importante el apego de los niños con los abuelos, que son unos referentes estupendos y es algo que hoy se está perdiendo desgraciadamente".

La reinvención

"Así que me vine para casa, para la Cuenca. Hubo que reinventarse y poner el contador a cero. Era una cuenca completamente distinta de la que yo había vivido. Empezaba la reconversión. Se iban a cerrar la minería y se iban abriendo nuevas posibilidades a pesar de la crisis tan profunda. Estamos hablando de finales de los 90 al 2000. Empezó a haber recursos que podían ayudar a salir de la situación. Por ejemplo, como no tenía otra salida profesional, decidí emprender mi propio negocio y acudí a Valnalón. Puse en marcha una empresa de gestión cultural. Eso te abría un mundo de posibilidades. Al final no funcionó como empresa, pero yo sigo en el mismo ámbito como profesional libre. Me sirvió para trabajar después en el Museo de la Siderurgia. Y eso entronca con la tradición familiar: mi abuelo trabajó en los altos hornos de Duro Felguera, mi padre como médico de la empresa y yo volví a La Felguera al museo que cuenta toda esa historia. A partir de ahí empecé a utilizar el pasado de la cuenca como materia prima para mi actividad profesional como historiadora".

"Recuerdo el vértigo que se sentía en aquellos momentos de no saber cuál era el futuro. A partir de ese momento ya no teníamos futuro. Todo era un movimiento general, de todas las empresas que iban cerrando. No solamente de la minería. Y lo que te llegaba del Naval en Gijón. Veías que se iba cerrando todo, que no había futuro y que la cosa se iba complicando cada vez más".

"Llegaron las primeras prejubilaciones. Se marchaban para casa con muy buena posición económica, dentro de lo que cabe. Eso determinó el futuro de sus hijos y sus nietos. Veías que había gente que incluso desaprovechaba oportunidades laborales porque no les interesaba, porque sus padres o abuelos tenían muy buena posición económica. Y veías a gente que no era capaz de asumir que eso ya no iba a volver y que había que reinventarse. Veías que las barriadas iban perdiendo fuerza y acababan siendo viviendas muy poco valoradas, hasta que con los fondos mineros se rehabilitaron y volvieron otra vez a tener un poquitín más de vida. Veías que se venía todo abajo. Era impensable que Hunosa cerrase, quién lo podía pensar".

La lenta agonía

"Esto ahora es una agonía lenta. Yo a veces llego a pensar si el método de Margaret Thatcher, cerrar de un día para otro y tener que buscarnos la vida obligadas por las circunstancias, a lo mejor hubiese sido mejor. Porque llevamos agonizando con esto durante muchísimos años. Eso es una agonía lenta, lenta, lenta. Aunque es verdad que ves cosas que mejoran, evidentemente".

"También me acuerdo de esos primeros fondos mineros que llegaban, cómo se utilizaron y la polémica que generaron, de si las carreteras iba a servir para que la gente se fuera o para que la gente viniera. De si arreglamos las barriadas o si hacemos cosas nuevas. Me acuerdo cuando abrimos el Museo de la Siderurgia, que la gente no quería que se convirtiesen en museos antiguos espacios industriales. Porque era como firmar la sentencia de muerte: ya no va a salir más humo de esas chimeneas. Lo mismo pasó con el Mumi (Museo de la Minería). Hubo que hacer un edificio de nueva planta porque no fueron capaces de conseguir montar un museo en un pozo antiguo, en un pozo de verdad. Era como dar la guerra por perdida. Y también esa amargura de las últimas movilizaciones mineras, que también me tocaron. Veías que había movilizaciones, que había apoyo social, pero todos sabíamos cómo iba a ser el final de la película. Era como la orquesta del Titanic, que seguía tocando".

"Por otra parte, también me tocó colaborar en el desarrollo de nuevos museos en el Alto Nalón, en Caso. El de la madera y la madreña y el de la apicultura. Eso me permitió, moviéndome por la Cuenca de un sitio a otro, darme cuenta de que mientras languidecían Laviana o San Martín o Langreo, rejuvenecían otras zonas que habían estado deprimidas como Caso y Sobrescobio. Y que mucha gente que había venido de ahí en los años 70 o 60, dejando atrás el mundo rural, yéndose a vivir a las barriadas, volvieron otra vez a esos pueblos. Recuperaron las propiedades de sus abuelos y de sus padres. Lo típico del prejubilado con huerta y Land Rover".

"Cambiaron incluso los hábitos. Por ejemplo, yo creo que hoy hacemos más deporte, llevamos una vida más sana. Y eso seguramente tiene que ver con que tenemos más tiempo de ocio. Desgraciadamente digo, porque se prejubilaron muy jóvenes. Al principio no se sabía muy bien cómo gestionar ese tiempo, se pensaba que nos íbamos a tirar todos al chigre y echarnos a perder. Pero yo creo que sirvió para que hubiera muchísima más actividad deportiva".

"Y hubo gente que vino a vivir a Laviana, que tiene fama en toda la Cuenca de ser uno de los sitios menos castigados por la minería. Como dice Aladino Fernández, el geógrafo, somos un municipio bisagra, estamos a mitad de camino de los dos mundos, el mundo rural tradicional asturiano y el mundo industrial. Y por eso se puso de moda. Es verdad que no tenemos, como El Entrego, un pozo minero en medio o una fábrica como La Felguera; es verdad que Laviana tiene otro aspecto. Eso también tiene una contrapartida, un inconveniente. Como somos una sociedad casi de nuevos ricos –y eso es más ilustrativo que peyorativo–, de gente que vino a más y no a menos, nos gusta lo nuevo. Se construye mucho, se construye nuevo, moderno, completamente alejado de la arquitectura tradicional asturiana. Por eso hay cosas que se podrían haber hecho un poquitín mejor. También es verdad que eso cambió desde la pandemia para acá. Pedimos otro tipo de espacio para vivir".

"Laviana da la típica imagen de villa próspera donde se construyó mucho y se acabó con mucho del patrimonio construido que teníamos. Creo que hay muy poca educación patrimonial. Eso no nos deja la sensibilidad suficiente como para mantener nuestro patrimonio. Hay elementos patrimoniales valiosísimos en Laviana que están languideciendo. Afortunadamente ahora hay toda una contestación social que puede llegar a recuperarlos, como el caso del Cine Maxi".

Apego al terruño

"Los lavianeses estamos muy orgullosos de nuestra condición de lavianeses. Tenemos mucho apego el terruño. Y la gente, si puede, se queda. Pero los jóvenes, como hay poco trabajo, al final acaban marchando. Se quedan los que están currando aquí o cerca, que pueden tener acceso a una vivienda en muy buenas condiciones teniendo en cuenta lo que se ve en otras partes de Asturias. Ahora mismo hay vida, ambiente, movimiento pero yo no sé si en el futuro se mantendrá ese buen momento".

"Y una cosa que estoy viendo con pena es que hoy cuesta mucho que los chavales terminen los estudios, que antes era como una obligación que te imponía la familia. Creo que las prejubilaciones influyeron en eso, en que no se educó en el esfuerzo a los chavales. Y eso es muy complicado luego de revertir. Los hijos y nietos de esos primeros prejubilados, que tenían muy buena posición, son los que están educando a la juventud de ahora y creo que se nota. Son padres a los que, quizá, no le costaron tanto las cosas, afortunadamente para ellos, y creo que no se debería de centrar tanto la atención en la diversión y la indumentaria. Ves que son chavales que tienen muchísimas posibilidades de ocio, de muchísima diversión. Pero pocas de cultura".

"Estamos en un momento de que todo son xaranas, fiestas, folixas, festivales. En Laviana es una cosa espectacular. Es el ocio fácil. Se accede a bebida sin cortapisa. En algunos locales, no en todos, evidentemente. Los jóvenes están sometidos además a la presión de las redes sociales. Yo creo que estas nuevas generaciones, a los padres de hoy, hijos y nietos de prejubilados, quizás se les haya ido un poco de las manos".

Balance y futuro

"Con los fondos sí se hicieron cosas interesantes, como la rehabilitación de las barriadas, pero también se montaron empresas y muchas no tuvieron viabilidad. No sé si por mala gestión o por mala planificación. El caso es que tenemos la sensación en la Cuenca de que los fondos mineros sirvieron para hacer carreteras por donde la gente se va. Creo que también tendría que haberse hecho una reconversión urbanística. No tiene sentido que hagamos carreteras para traer a gente y que luego el espacio donde los traemos no resulte atractivo. En Langreo se ve mucho más que en Laviana. En Laviana se ve menos. Los fondos mineros coincidieron en el tiempo con ese boom de construcción nueva y creo que no se apostó por espacios para el recreo, por otro tipo de cosas que hacen más amable el urbanismo. Ahora en Laviana, por ejemplo, tenemos un serio problema de circulación con esta nueva reorganización del tráfico que están haciendo".

"Conozco a gente para la que vivir aquí es una cuestión de militancia. Pero es verdad que, por más que te empeñes, no hay trabajo. Y el futuro tiene que venir acompañado de un urbanismo a la altura de lo que queremos ahora y de posibilidades para trabajar aquí. Tiene que haber todo tipo de infraestructuras: buena asistencia sanitaria, buenos colegios. Pero sin trabajo es difícil que la gente se quede aquí".